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Religión a la americana

A medida que se acerca el momento de la existencia real de una Europa unida, los nuevos eurociudadanos contemplan a Estados Unidos como una especie de terreno de pruebas para problemas que no tardarán en planteárseles: ¿cómo se las arregla un pastel tan grande hecho a base de diferentes pueblos, religiones, intereses y lenguas para que las cosas salgan bien? ¿Qué funciona? ¿Qué no funciona?Uno de los aspectos más desconcertantes de la sociedad estadounidense es su actitud con respecto a la religión. Los primeros colonos llegaron a Estados Unidos para practicar la libertad de credo. La división entre Iglesia y Estado era uno de los principios más valorados por los padres fundadores. Sin embargo, los europeos, que leen cosas sobre nosotros y se preguntan cómo somos, no tienen claro si somos la más religiosa de las naciones o la más secular. Y ya que los estadounidenses tienden a utilizar la religión socialmente, tampoco está muy claro qué entienden por religión. La primavera está en pleno esplendor. Proliferan las bodas. Estos días, el típico anuncio de esponsales en The New York Times diría algo como: «Ying, de Pekín, que estudió en la Facultad de Económicas de Harvard, conoció a su marido, Hercules Rothstein, cuando ambos estaban buscando níscalos en el monte australiano. Ella cayó en un río poblado de cocodrilos y él la salvó, aunque los cocodrilos destrozaron a mordiscos sus pantalones Mr. Peterman. Pasaron una semana de ensueño remando río arriba. Ying trabaja en un banco de inversiones y Rohtstein es hijo de Harry Rothstein, superviviente del holocausto y propietario del Yankee Marketing Group de Denver, y de Elena Rodríguez Rothstein, que fue primera bailarina del Ballet de Miami. La boda tuvo lugar en Saint John the Divine y fue celebrada por un rabino y un sacerdote budista. La selección de temas de jazz fue supervisada por Max Roach. Rothstein es propietario del restaurante One Dumb Fish en el Upper West Side. La pareja continuará residiendo en su casa flotante». A pesar de que Nueva York, como muchos otros lugares de Estados Unidos, es multirracial y multirreligiosa, de que en esta ciudad se celebran todas las fiestas en todos los idiomas, y de que la Hanuká judía es casi tan oficial como la Navidad, no hay rosa sin espinas: cuando hace calor, la gente tiene más energía para las batallas religiosas ideológicas. Las cosas empezaron como de costumbre, con la protesta de los grupos de homosexuales en contra de la prohibición que todos los años les impide participar en el desfile que se celebra el Día de San Patricio en la Quinta Avenida. Ésta fue rápidamente seguida por la tempestuosa batalla entre la diócesis católica y el alcalde Giuliani relativa a la resolución de la ciudad de Nueva York que permite que las parejas de homosexuales se registren como parejas de hecho y les concede así los mismos beneficios tangibles relacionados con las disposiciones sobre arrendamientos y sucesiones de que disfrutan las heterosexuales. Recientemente, el prestigioso Manhattan Theater Club tuvo que cancelar la nueva obra de Terrence McNally, Corpus Christi, por amenazas de bomba. La obra había sido objeto de enérgicas protestas por parte de la Liga Católica para los Derechos Religiosos y Civiles porque, en ella, una figura semejante a la de Jesucristo hace el amor con uno de sus discípulos. La acción del Manhattan Theater Club ha obligado al dramaturgo surafricano Athol Fugard a retirar su obra. Eso en lo que respecta a los católicos. Luego está también el perpetuo problema de los nativos estadounidenses: ¿cómo vamos a enfrentarnos al hecho de que se esté construyendo un nuevo rascacielos de Wall Street sobre el cementerio indio que descubrieron las excavadoras y que, por tanto, es tierra sagrada donde todavía residen los espíritus? ¿Detenemos las excavaciones? Y después pasamos al problema judío. Por lo general, los judíos reservamos nuestras batallas más jugosas para las guerras internas, lo cual ha generado, entre otras cosas, buenas películas de Woody Allen, pero ahora las cosas son diferentes; hay una nueva oleada de espiritualidad judía. Un grupo de estudiantes judíos ortodoxos han demandado a la Universidad de Yale en defensa de su derecho a vivir fuera del campus y no presenciar lo que, según sus creencias, consideran dejadez amoral (mucho sexo) de la vida en las residencias de estudiantes modernas, así como para poder seguir su dieta kosher. Entretanto, el Gobierno estadounidense lucha contra el problema de reeducar a los inmigrantes cuyas costumbres incluyen la mutilación genital femenina y los matrimonios infantiles; otros grupos se resisten a la medicina occidental y, por consiguiente, han tenido niños que han muerto. ¿Dónde está el límite en este extenso país? Cuando uno se hace grande, consigue algunas cosas y se tiene que acomodar a otras. Los derechos de los homosexuales a casarse, a poseer hogares conjuntamente, aunque sean de alquiler, y a participar en los desfiles de Nueva York (desfiles que cuestan una fortuna a la ciudad) tienen que ser defendidos porque son derechos civiles. Pero la profanación religiosa difícilmente es un derecho civil, es una ofensa civil. Por eso, me inclinaría a favor de prohibir la obra. La situación de Yale es más arriesgada: ¿es razonable que Yale exija que los estudiantes religiosos compartan en las residencias universitarias un estilo de vida que les es ajeno para poder compartir su educación? Y si se cede ante un grupo, ¿qué futuras demandas de otros grupos se tendrán que satisfacer obligatoriamente? El conflicto de las residencias universitarias de Yale, en Nueva Inglaterra, es ajeno a Nueva York, que siempre se ha beneficiado de ser una ciudad híbrida y un bullicioso puerto multicultural. Como la Sevilla medieval, Nueva York absorbe todas las culturas y las rehace a su imagen y semejanza. El euro implicará beneficios y pérdidas para España. Su antigua ciudad andaluza rica en flexibilidad, pragmatismo, un bullicioso sentido comercial y un don para mirar al exterior sigue siendo un modelo útil con el que capear el temporal.

Barbara Probst Solomon es escritora y periodista estadounidense.

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