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Tribuna
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Zubizarreta (pp)

Juan Cruz

Las abreviaturas deportivas son, como todas las abreviaturas, precisas y terribles: fue en propia puerta (pp) el segundo gol de Nigeria, y así lo registran los títulos de crédito del partido: Zubizarreta (pp). En el paréntesis que guarda las dos letras iguales, que ahora tanto tienen que ver con nuestro propio país (pp, por cierto), hay toda una historia que acaba con el rostro de estupor del portero nacional; él es el último eslabón y, por tanto, se configura bajo los postes como la gran esperanza de recuperación de la victoria cuando el equipo está siendo derrotado: si el portero flaquea la vida se rompe, y todo el conjunto se resquebraja en un ¡ay! que se parece al de la afición; el portero es el líder de la tranquilidad, el que sólo da los gritos precisos para que la gente se ordene, y él transmite con esa parsimonia que le dan los guantes excesivos la serenidad que hace falta para que nadie se asuste: como está solo bajo los palos y tiene prohibido el juego de conjunto, parece decir con su presencia aquí estoy yo. No es sólo un compañero, sino que es el padre, y debe parecerlo; por eso suelen ser más duraderos y, por tanto, más veteranos; en Zubizarreta no se da una virtud añadida de los porteros históricos, esa actitud de locura solitaria que Valdano le atribuye a los que se han pasado años bajo los palos, tratando de quitarse el miedo atávico ante el penalti; él es un hombre sobrio y elegante, un caballero del balompié, capaz de hablar de error propio (error en propia puerta) cuando verdaderamente él es el último eslabón de los errores. Él es el responsable, el capitán; cuando terminó el partido parecía tener más barba y más blanca, y ese aire de desgracia asumida e inevitable le confirió aún mayor elegancia a su declaración de derrota, que culminó con un relato de principios que sirve para los jóvenes que buscan la impostura de la gloria en cualquier parte: "Así es este deporte", dijo. Así es la vida. Rudyard Kipling, en ese poema que tanto le gusta al presidente del PP (precisamente), advierte que "si no desaprovechas/ ni un segundo de cada minuto de carrera,/ la tierra y cuanto en ella existe es para ti:/ serás, en fin, lo que se dice un hombre", y esos versos que ponen los 60 segundos como testigo de los dos impostores, la victoria y la derrota, sirven hoy para atestiguar la vida de Zubizarreta. Cuando el Barcelona prescindió de él, como si ya no hubiera más agua en el sumidero, sentimos los barcelonistas la humillación en nuestros propios colores; como cuando despidieron a Olivella, o a Eulogio Martínez, o a Kubala, o al propio Antonio Ramallets, o como cuando ahora despiden a Guillermo Amor. Zubizarreta tiene algo de Ramallets de la nueva era, y su figura en el campo ha sido siempre, en los malos momentos y en los buenos, la garantía de que los goles se parecen a los golpes secos de la vida de los que habla César Vallejo, pero nunca suponen otra cosa que un accidente vital, no un asesinato en propia puerta. Los que somos de Zubizarreta sabemos que esta derrota le afianza aún más su tranquilo carácter de héroe cansado y descreído que tampoco se cree del todo los triunfos cuando éstos se producen en la otra puerta. Así es este deporte, y así es la vida.

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