"Hacienda dice que este oficio ya no existe"
Cecilia Fernández repara desgarrones y quemaduras en las prendas de vestir, rodeada de ágatas y fósiles
Un mundo repleto de rotos. A pesar de los desgarrones que la rodean, Cecilia Fernández es una mujer optimista. Tanto, que vino a España de luna de miel y se quedó: la hiel de la emigración por una aventura vestida con un oficio de aire provecto, zurcidora tejedora.No es una anciana de gafas caladas, sino una limeña de 33 años que aprendió el arte de los remiendos antes estudiar Turismo en la universidad. "Cuando era niña, durante las vacaciones, mi madre me daba una telita para que aprendiera a pasar los hilos, y nunca se lo agradeceré bastante". Casi sin darse cuenta, la chica dominó los secretos de tan reparador trabajo, y empezó a echar una mano en la tienda familiar, especializada en reparar prendas dañadas y con clientela hasta en el palacio presidencial, relata Cecilia.
El "espíritu de independencia" y las ganas de conocer mundo convirtieron su viaje de novios en una estancia madrileña que ya dura nueve años. "Mi marido pidió una beca para hacer el doctorado en Económicas, y se la dieron. Yo me preguntaba a qué podría dedicarme aquí cuando vi un cartel en una tintorería que anunciaba "zurcidora tejedora". "Si aquí también zurcen, puedo trabajar en eso", me dije". Cecilia traspasó el umbral del establecimiento, ofreció sus servicios y le dieron tarea en el acto. "Eso me animó mucho", recuerda. Empezó a hacer reparaciones para tiendas de arreglos con la ambición de independizarse.
Primero abrió un despacho de tintorería y zurcidos en Arganzuela. El aumento de la competencia en la limpieza de prendas la llevó a buscar nuevos aires. A finales de 1997 llegó la oportunidad ansiada: un local pequeño en la calle de Escosura, 15. De paso, esta rúa chamberilera rozó el título de única-en-la-ciudad con dos especialistas en paliar sietes y quemaduras.
La artesana cumplió su sueño al colocar el luminoso "Zurcidora Ceci Tejedora". Y eso a pesar de que Hacienda le echó un jarro de agua fría cuando fue a registrarse. "Me dijeron que no podía darme de alta con ese epígrafe, porque este oficio ya no existía. Tuve que inscribirme como arreglos de ropa, aunque no sé manejar una máquina de coser", explica. Paradojas de ir por lo legal: en el mundo de las zurcidoras abunda la economía sumergida.
Otra peculiaridad de la tienda de Fernández es el escaparate, cuajado de piedras. "Hay gente que entra pensando que es un establecimiento esotérico", dice. Y no faltan razones: "Al tiempo que zurzo, vendo fósiles y minerales que importa mi marido", justifica la artesana.
Y así, entre trilobilites del paleozoico, ágatas, geodas y rocas volcánicas, Cecilia enhebra la aguja. Una chaqueta masculina de cuadritos espera sus manos mágicas por culpa de una quemadura. "En España se fuma mucho", sentencia. "La mayoría de las prendas que reparo tienen agujeros de cigarrillos. En Lima había más enganchones y agujeros de polilla", reflexiona.
La artesana corta un trocito de tela de la costura de la chaqueta y la deshila un poco. Alinea las hilachas cuidadosamente junto a las tijeras. Luego pone la pieza sobre la quemadura y estudia la trama geométrica del tejido. Escoge la hilacha que corresponde al tono de los cuadritos en el borde de la zona dañada, y con ella cose el parche a la prenda, siempre por el derecho y siguiendo la urdimbre del textil. Esconde los flecos por el revés con la punta de la aguja. Cecilia pone el punto final al planchar el remiendo contra un taco de madera. En apenas un cuarto de hora la quemadura es imperceptible. La misma técnica rige para sietes y desgarrones.
-¿Es difícil recomponer los cuadros?
-No. Las telas así, de rayas o estampadas, son muy fáciles. Los zurcidos quedan invisibles.
-¿Las más difíciles?
-Aquellas muy finas, como las sedas, o las que tienen dibujos que hay que reconstruir, como la espiguilla. En los tejidos gruesos hay que rehacer la trama y la urdimbre.
Chaquetas y pantalones predominan entre las prendas que llegan al mostrador de Cecilia. Cobra por los zurcidos entre 1.500 y 2.500 pesetas, y logra vivir de la aguja. "Éste es un trabajo artesanal y hasta artístico. Requiere paciencia, pero me encanta hacerlo", dice. Como los clientes con desgarrones se alternan con los devotos de la geología, la tejedora no tiene tiempo para aburrirse y hasta escucha las historias que le cuentan los clientes sin perder ninguno de los hilos. Esta "ciudadana del mundo", en fin, no cambiaría su oficio por ningún otro. Aunque no se acostumbre a que en España, cuando se menosprecia a alguien, se le desee un "que le zurzan".
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