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"El perill valencià"

Esforzando mínimamente la memoria, se me ocurren algunos ejemplos de los llamados ilustrativos acerca de cierto poder valenciano que suele pasar inadvertido. El País Valenciano funciona mucho por poderes. Como en realidad no existe, no necesita auténticos líderes, ni vértebras, ni más luces que las que pueda dejar ver a su través el humo de la pasión. Valencia es poderosa, claro que sí, pero fuera de sus límites territoriales y en corrientes distintas a las de la tensión política habitual. Tenemos, por ejemplo, a unos cuantos de nuestros conciudadanos colocados a modo de picas en Cataluña. Ya se sabe que las relaciones entre valencianos y catalanes han dado origen a una casuística muy entretenida en estos últimos 20 años. Una progenie de paisanos amigos y residentes en Valencia descubrieron un día su verdadera identidad al enterarse de que Barcelona proyectaba un imperio donde el sol se pondría por Alicante. Aún no se han repuesto del susto. Por contra, otra generación inequívocamente autóctona alimentó con una mano la idea de destruir completamente todo rastro de dictadura, mientras con la otra dibujaba el croquis de una Tierra Prometida donde manaban leche y normalización lingüística: los Països Catalans (PPCC). Puede parecer que de éstos sólo queda ya el mapa semioculto tras los hombres del tiempo de TV3, pero no es cierto: como todas las ideas generosas, ha dado otros frutos interesantes. Es evidente -al menos para los que gustan de apreciar las evidencias- que la ciudadanía no está interesada en esa vía láctea. Fue un propósito mítico -tanto como el de España, aunque los PPCC se presumieran un mito de izquierdas-, pero sirvió para que por primera vez en muchos años algunos valencianos pensaran el futuro en forma de criatura cálidamente en sus manos. Nuestros hombres en Cataluña son una herencia ubérrima de aquel tiempo desinhibido y prometéico. Para ser un país que no existe hemos colocado en la madre patria (con perdón) algunos agentes verdaderamente claves. Para empezar, contamos nada menos que con el arzobispo de la metrópolis, Ricard Maria Carles, oriundo de la ciudad de Valencia. Un profesional suave y enjuto que cree en el Espíritu Santo pero no precisamente en materia de lenguas. Hereda al respecto la claridad mental y la diplomacia (aunque no la socarronería) del mejor político valenciano desde César Borja: monseñor Enrique y Tarancón. Descendiendo en el escalafón, encontramos luego al rector de la UAB, Carles Solà, jativés como Raimon, presidente de los rectores españoles y recién descubierto para el estrellato por ese gran mánager que es Eliseu Climent. Por otro lado, es bien conocido que las olimpiadas del 92 no hubieran sido lo mismo sin la participación de otros dos coterráneos ilustres: Carles Santos y Xavier Mariscal. Claro que Santos es de Vinaròs y esa condición de fronterizo no deja de notársele, sobre todo cuando interpreta a Bach como si Bach fuera partícipe de la paranoia del siglo que acaba. Es también público y notorio que, en la última celebración libresca del Sant Jordi, los autores más vendidos en catalán fueron precisamente dos levantiscos levantinos: la alcoyana Isabel Clara Simó y el chicano de Sedaví Ferran Torrent. Los catalanes, que tienen fama de cultos (quizá por contraste con el estándar tradicional entre españoles), para leerse prefieren una imaginación más meridional. Quizá con esa misma lógica han elevado a Vicent Sanchis a director del Avui, un buen periódico que no consigue vivir por obra de su sociedad, así que sobrevive por gracia de su Gobierno. Y todo eso por no mencionar otros clanes ilustres con gran tradición colonizadora por allá arriba, como el de los morellanos (Milián Mestre, Sergi Beser...). Que yo sepa, la última adquisición de la Barcelona imperial es Manuel Borja Villel, flamante director del Museu d"Art Contemporani. El MACBA agonizaba, de puro nuevo, como un gran elefante blanco atrapado en medio del Raval. Nadie se ponía de acuerdo para qué debería servir el sueño transparente de Richard Meier, qué obras debería atesorar, en qué años debería empezar su colección a pergeñar una autopsia convincente de ese cadáver autoirónico que es el arte de nuestro tiempo. Borja Villel, cuya labor al frente de la Fundació Tàpies ha sido unánimemente reconocida, es el agraciado con este difícil encargo. Tal vez poner al frente de un problema a un tipo de Borriana (aunque se haya formado en la Hispanic Society de Nueva York) es la manera más eficaz de reconocer su insolubilidad... Así son las cosas (o así se las estoy contando). Si yo fuera catalán, me andaría con cuidado. Hay mucho VASP (Valencianos Aunque Sobradamente Preparados) suelto por Cataluña. Y ya se sabe: semos peligrosos. Lo que me pregunto es qué sería de este país si todos esos ilustres exiliados (o los de Madrid: ¿otro peligro histórico?) hubieran podido crear, imbricarse, arraigar aquí. Es mi problema: una propensión insidiosa, enervante y descabalada hacia la metafísica. Joan Garí es escritor.

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