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Si Marks & Spencer sube, todo sube

Soledad Gallego-Díaz

En la historia de la ciencia es fácil encontrar feroces peleas entre distintas escuelas teóricas. Algunos matemáticos llegaron a batirse en duelo. Entre los grandes físicos no es infrecuente el robo de experimentos, al igual que entre los químicos o los mejores biólogos e investigadores médicos.Cualquiera que haya leído libros de memorias de los grandes gurus de la ciencia ha podido comprobar cómo el egoísmo, la vanidad y otras miserias del carácter humano han tenido su parte de responsabilidad en algunos de los más importantes descubrimientos de la historia. El bioquímico James Watson contó cómo, recién salido de la Universidad y consciente de su poderío intelectual, se apresuró a identificar los temas de investigación que podían proporcionarle antes el Premio Nobel, al margen de que le resultaran personalmente más o menos atrayentes.

Eligió bien y logró el galardón a los 34 años. Cuando, al cabo del tiempo, le preguntaron por qué había actuado así, contestó: "Tenía prisa en conseguir el Premio Nobel para poder dedicarme a lo que de verdad me interesaba, las mujeres".

En general, las batallas en la ciencia duran hasta que se comprueba o demuestra la teoría en cuestión. A partir de ahí, el científico queda convenientemente instalado en el Olimpo, y sus teorías, aceptadas por todos sus colegas e incorporadas al tronco central del conocimiento. En economía las cosas no funcionan así.

Son famosas, por ejemplo, las peleas de Paul Krugman con muchos de sus colegas, o las batallas entre la escuela de Chicago y los sucesores de Keynes, pero será muy difícil que los miembros de una u otra rama terminen aceptando las teorías del contrario como una verdad inapelable. Esta actitud resulta muy comprensible, porque, probablemente, las teorías económicas dependen de tantas variables distintas que resulta complicado considerarlas como "demostradas", al estilo de un teorema matemático.

Por ejemplo, ¿quién tiene la fórmula que relacione exactamente las tasas de interés, el índice de inflación y el índice de paro? Observen, si no, qué pasa en Estados Unidos y en el Reino Unido.

En Estados Unidos se informó el pasado viernes de que en mayo se habían creado 296.000 nuevos puestos de trabajo y que se había llegado a la cifra mágica de 100 millones de empleados y una tasa de paro del 4,3%. Todo ello compatible con una subida (desde mayo de 1997 a mayo de 1998) del 4,3% en los sueldos por hora trabajada, un buen crecimiento económico que se prolonga desde hace más de un año, pese a la crisis financiera asiática, y una inflación del 1,8%.

El presidente de la Reserva Federal -el banco central estadouidense-, Alan Greenspan, consideró que estos datos no justificaban una subida de los tipos de interés y los estadounidenses respiraron tranquilos.

En el Reino Unido, los salarios pasaron de crecer un 4,4% a un 4,9% como media, la inflación se situó en torno al 3,5% anual y el paro alrededor del 5%.

Casi el mismo día que Greenspan, el gobernador del Banco de Inglaterra, Eddie George, decidió exactamente lo contrario, subir el precio del dinero, cogiendo a todo el mundo por sorpresa y provocando la expresiva irritación de los representantes empresariales y sindicales: "El Banco de Inglaterra, integrado por economistas, banqueros y académicos, parece vivir en un país de fantasía donde no se permite que los datos y la realidad molesten sus deliberaciones teóricas y modelos artificiales", criticó el Instituto de Exportación.

Los analistas explicaron la decisión de George por el hecho de que el aumento salarial en muchas empresas privadas había subido hasta un 5,4%. Concretamente sugirieron que un importante factor en el acuerdo del banco central fue el anuncio de que los almacenes Marks& Spencer habían aceptado un incremento salarial medio para sus 56.000 empleados del 5,25%.

De los empleados de la cadena norteamericana Macy no se sabe nada.

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