Crítica del pensamiento rápido
IMANOL ZUBERO Algunos profesionales de la comunicación suelen decir que un sociólogo no es más que un periodista lento. No es cierto. Tal frase desvela la preocupante relevancia adquirida por la rapidez en los medios de comunicación: lo importante no es el contenido de los mensajes, sino la velocidad con que estos mensajes son emitidos; importa menos la capacidad de reflexión que la capacidad de reacción; ser el primero en decirlo que aquello que se dice. La opinión que tiene valor es aquella que llega antes a la opinión pública. Tomarse un tiempo para meditar la respuesta supone perder la oportunidad misma de responder. Pararse a reflexionar supone ser velozmente rebasado por quienes se consideran a sí mismos sobradamente preparados para opinar de manera automática, perder el lugar en la cola y verse expuesto, de este modo, a tener que opinar no ya sobre los hechos, sino sobre las opiniones que sobre esos hechos han expresado aquellos que se han adelantado. Todo esto adquiere sentido en el marco de unas sociedades en las que el fast thinking, el pensamiento rápido, se ha convertido en la única forma de pensamiento socialmente reconocida. Una forma de pensamiento caracterizado por la inmediatez y la discontinuidad, de la que el formato tertulia se ha convertido en ejemplo máximo, aunque no único. El sociólogo francés Pierre Bourdieu, una de las figuras más originales e interesantes del pensamiento actual, ha desarrollado un provocador análisis de esta peligrosa tendencia en su obra Sobre la televisión (Anagrama, 1997). Partiendo de la más que razonable contradicción existente entre urgencia y pensamiento, dudando de la posibilidad de pensar atenazados por la velocidad, se pregunta por las consecuencias de recurrir permanentemente a personas supuestamente capaces de opinar a toda velocidad sobre cualquier tema. ¿Cómo son capaces de pensar y responder en unas condiciones en las que nadie es capaz de hacerlo? Tal cosa sólo es posible porque piensan mediante "ideas preconcebidas", mediante "tópicos". El fast thinker, el pensador veloz, no hace sino recurrir a un almacén de argumentos banales, convencionales, que flotan en el ambiente. Es por eso que no precisa de tiempo para elaborarlas y transmitirlas. Dice lo que ya está dicho. De este modo, concluye Bourdieu, "a través de los medios de comunicación, que actúan como un instrumento de información movilizadora, puede surgir una forma perversa de democracia directa que hace desaparecer la distancia respecto a la urgencia". Es lo que Paul Virilio ha denominado la tiranía del tiempo real, entendiendo por tal la cada vez más clara tendencia a eliminar la reflexión del ciudadano en favor de una actividad meramente refleja. Se opina sobre opiniones, sobre lo que dicen que otros han dicho. Cuando apenas se han apagado los ecos de un debate parlamentario, ya tenemos los resultados de diversos sondeos en los que los ciudadanos opinan sobre las intervenciones de los diversos líderes políticos. Cada vez se deja transcurrir menos tiempo entre los acontecimientos y su valoración; el necesario tiempo de espera para emitir un juicio o plantear una acción tiende a ser suprimido. Y no olvidemos que la democracia es la espera de una decisión tomada colectivamente. Se va consolidando así una democracia automática, un remedo de democracia, pues la participación elimina la reflexión responsable. Aunque exacerbado por las condiciones de competencia en el medio televisivo, el pensamiento rápido no es patrimonio de la televisión. Poco a poco va contaminando al resto de los medios, así como otras actividades tradicionalmente relacionadas con la reflexión o la acción política. El caso del concejal Bartolomé Rubia debería servirnos a todos para dar un par de vueltas a estas cuestiones.
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