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La nueva cruzada de Giuliani

El alcalde de Nueva York intenta implantar civismo a golpe de reglamento y multas

, Desde que llegó a la alcaldía de Nueva York en 1993, el ahora mundialmente famoso Rudolph Giuliani se propuso limpiar y sacar brillo a una ciudad definida hasta entonces por tópicos como el famoso «si vas por la calle y alguien se cae al suelo, sigue andando como si nada». En pocos años, Giuliani ha dado la vuelta a la economía local y ha recortado el crimen hasta niveles inusitados, dando una lección de renacimiento urbano al resto del país. Recientemente, el alcalde ha inaugurado una segunda etapa de esta cruzada: imponer a golpe de reglamento la cortesía y el civismo, obligando a la gente que vive y trabaja en Nueva York a que sea más civilizada, lo quiera o no, y a pesar de que precisamente las calles de esta ciudad no han sido nunca lo que se dice una escuela de buenos modales.La última entrega de la operación Giuliani se está viviendo estos días, y es el enfrentamiento abierto del alcalde con los taxistas de la ciudad y, al mismo tiempo, la amenaza de reducir sustancialmente el número de vendedores de perritos calientes en la calle. Absolutamente nadie está a salvo de los correctivos de Giuliani. Cuando hace dos semanas el Ayuntamiento propuso aumentar las multas para los taxistas que cometieran infracciones como conducir demasiado deprisa o recoger pasajeros en medio de la calle, los 44.000 trabajadores del sector que hay en Nueva York fueron a la huelga y dejaron la ciudad sin uno solo de sus famosos vehículos amarillos.

El pasado jueves se propusieron repetir la protesta porque el alcalde no quiso sentarse a negociar. Esta vez planearon una manifestación, pero Giuliani puso a la policía en los puentes de acceso a Manhattan y prohibió que entrara un solo taxi en la isla. «Hemos roto la huelga, la hemos destrozado,« exclamó luego el alcalde en un tono que estos días invita a la comparación con Godzilla, la recién estrenada película sobre un monstruo radiactivo que practica una contundente remodelación urbana en Manhattan. «No respetan nuestros derechos humanos», se siguen quejando ahora en la calle los taxistas.

En cuanto a los vendedores de perritos calientes, a Giuliani le molesta que coloquen sus humeantes carritos en medio de la acera, y ha dicho que dentro de dos meses va a prohibir que se pongan en el distrito financiero y en la zona de oficinas del centro de Manhattan. La medida afectará a 350 vendedores (el 10% del total), que planearon una marcha con sus carritos-cocina hasta el Ayuntamiento, pero comprobaron que no era tan buena idea, vista la respuesta de Giuliani hacia los taxistas. En ambos casos se trata de polémicas que afectan principalmente a emigrantes, cuyo voto a Giuliani ya no le interesa después de la reelección.

Son también batallas ganadas de antemano que ocultan a la opinión pública otros datos más preocupantes. Por ejemplo, se acaba de saber que en la lucha contra el narcotráfico, los casos de patada en la puerta sin orden judicial han aumentado notablemente en el último año. La policía de Nueva York parece que no está obligada a reconsiderar sus modales: ya tiene bastante trabajo forzando a que lo hagan los demás.

A principios de este año, Giuliani había anunciado su gran campaña de bienestar ciudadano señalando como objetivo «la noción platónica de lo ideal, integridad, limpieza y seguridad«. Una cadena de comidas rápidas de Nueva York aprovechó para poner en su escaparate grandes carteles con el eslogan: «Coma aquí, somos neoyorquinos bien educados». En ciertas zonas de la ciudad, el alcalde hizo colocar vallas para que la gente sólo cruzara la calle por el paso de cebra, y si alguien lo hacía en diagonal, la policía tenía órdenes de multar.

Estas medidas fueron objeto de crítica y mofa, incluyendo al diario The New York Times, que suele apoyar al alcalde en la mayoría de sus gestos. Analistas políticos y editorialistas coinciden en que las sabrosas batallas que elige el republicano Giuliani, más allá de la anécdota, van contribuyendo a su perfil como candidato presidencial: un tipo con personalidad y mano de hierro que quizá pueda traer un revulsivo a los tiempos de complacencia que atraviesa Washington.

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