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Virtuales

JAIME ESQUEMBRE Al tercer año se hizo la luz. Técnicos municipales, altos funcionarios de la Generalitat, ingenieros, arquitectos y diseñadores llegados allende nuestras fronteras, han empleado ese tiempo en dar forma a un proyecto que el PP de Alicante se sacó de la manga en la recta final de la campaña municipal de 1995. Hablamos de la Ciudad de la Luz, de la que finalmente se sabe algo, más por orgullo patrio-político que por necesidad ciudadana. Serán, nada menos, 20.000 millones de pesetas para dar forma a un complejo que nace con vocación inequívoca de realidad virtual. Y de eso, los que gobiernan la ciudad saben mucho. Todos son virtuales. La génesis de la Ciudad de la Luz entra de lleno en el terreno de esa misma virtualidad. La idea surgió en una larga noche electoral, en un local de moda y con una copa en la mano. Cuatro candidatos-amigos analizaban el desarrollo de la campaña, en su recta final especialmente interesante porque, contra todo pronóstico, el socialista Ángel Luna acortaba distancias y se colocaba en situación de superar la prueba y ser reelegido como alcalde. Hay que inventar algo, convinieron los contertulios, entre los que no podía faltar quien estaba llamado a ocupar cartera en caso del triunfo popular valenciano, un virtual consejero que debatía antes de reponer fuerzas en su chalé. Dos copas más tarde nació la Ciudad de la Luz, que al día siguiente se presentó en sociedad, bocetos incluidos, con forma de promesa electoral, añadida a un programa que para nada se detenía en la vendida como innegable y perentoria necesidad de dotar a la ciudad de un complejo lúdico capaz de situar Alicante en la cúspide de una piramidal oferta turística global, en la que poco o nada tiene que decir por el momento. Tres años hasta que el lunes presentaron otros dibujos, algo diferentes a los de la campaña. Más coloreados y mejor conseguidos. El proyecto se presentará en agosto, y las obras, dicen, comenzarán en el primer trimestre de 1999, en otra campaña electoral. De oca a oca.

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