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Tribuna
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Amorcillos

Apreciado señor Lorenzo Sanz: Soy uno de los amorcillos de la estatua de Cibeles. Como casi todo el mundo ignora, los amorcillos somos esos niñotes retozones que representan a Cupido en numerosos monumentos; en el de Cibeles estamos ubicados tras el carro de la diosa. Ya sabe usted que la jefa no cabe en sí de gozo.Quede constancia de que el personal subalterno (es decir, los leones del séquito y los amorcillos) también somos merengues y tenemos una resaca que nos va a durar hasta la celebración del año que viene.

Le escribo esta carta con alegría desbordante, pero con intenso dolor de pelotas. Un jugador, cuyo nombre omito para que no se le sancione, me pisó los testículos al trepar por el monumento. Yo tuve que disimular, impasible, el impacto; no era momento de lamentaciones. Pero le juro que me duelen. Si no me retuerzo es porque sería bochornoso para una estatua manifestar sus sentimientos. No tiene perdón quien le hirió en las mismas partes a un policía nacional.

Ahora bien, me muero de vergüenza y pundonor. No es de recibo que a un madridista como yo le duelan las pelotas justo cuando somos campeones de Europa de eso.

No hay derecho, don Lorenzo.

Llevo aquí desde 1895, año en que se colocó definitivamente en este lugar el monumento. Soy obra de los escultores Miguel Ángel Trilles y Antonio Parera (a la jefa la esculpió Francisco Gutiérrez; a los leones, Robert Michel; Ventura Rodríguez hizo los planos de la fuente en 1780).

Bueno, pues mire usted, ni siquiera la guerra civil logró tocarme las partes pudendas. Manda huevos la historia, señor. De todas formas, enhorabuena, mal que me pese en mis centros.

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Posdata. Cibeles, a pesar de su euforia, está que trina por la amputación de la mano izquierda que ha sufrido su hijo Neptuno. Su corazón de madre lleva escondido un lazo rojiblanco.

Me huele a mí que este incidente no es obra de los madridistas.

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