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Nanni Moretti vuelve en "Abril" a conducir su "vespa" sobre el embrollo político italiano

Dos asombrosas actrices francesas hacen volar "La vida soñada de los ángeles"

Vittorio Gassman tildó el otro día al cine italiano de provinciano. Puede que así sea, pero no es el caso del que ha venido este año a Cannes. Si hace dos días Roberto Benigni trajo en La vida es bella una tragedia en forma de comedia llena de coraje, ayer Nanni Moretti volvió, en Abril , a conducir su célebre vespa y escribió un nuevo, esclarecedor y más complejo de lo que parece, capítulo de su Caro diario , en el que vuelve al camino, levanta otra vez el polvo de la aldea italiana y abre un itinerario libre dentro del indescifrable y maldito embrollo político en que Italia está enredada desde 1994. Mientras tanto llegó por fin el gran cine francés con La vida soñada de los ángeles, de Erick Zonca, donde estalla el talento de dos prodigiosas actrices muy jóvenes, Elodie Bouchez y Natacha Regnier.

Los tres episodios lineales de que consta Caro diario se entrelazan en Abril en un contrapunto de tres hilos simultáneos combinados: uno de ficción musical, otro de reportaje político y uno más de espejo de la vida familiar de Nanni Moretti. Este último -en el que intervienen su madre, su mujer y su hijo, que aparece por primera vez dentro del perfil del vientre de su madre embarazada de nueve meses- es el soporte en que se interrelacionan los otros dos.A medida que el hilo de la paternidad del cineasta se hace y crece, los otros dos hilos se dejan ver: el primero es el caso de una película musical frustrada que trata de un pastelero trotskista, lo que tiene pinta de metáfora envenenada; y el segundo es el seguimiento documental de acontecimientos de la vida pública italiana, desde el esperpéntico triunfo de Silvio Berlusconi y sus aliados fascistas el 28 de marzo de 1994 hasta la irrealidad de la balsa de aceite del país durante el verano del año pasado, pasando por el vuelco de la derrota de la derecha berlusconiana en la primavera de 1996 y el naufragio en el río Po de la mascarada de la declaración de independencia de la Padania el 15 de septiembre de 1996.

Dice Moretti, y radiografía así su película: «Busqué una construcción que me permitiese contar lo que está ocurriendo en mi país desde hace cuatro años no de manera frontal, sino oblicua. Mis películas siempre parten de mí mismo y Abril no podía ser la excepción, porque lo que busco comunicar en ella es precisamente mi propia perplejidad. Algunos amigos me han advertido que corro el riesgo de que los espectadores extranjeros no se enteren de nada de lo que cuento, pero yo creo que de eso se trata, de explicar que no hay manera de explicar lo que ocurre en Italia».

«¿No es acaso inexplicable», añade el cineasta, «que el dueño de tres cadenas de televisión se convierta en dueño del Estado italiano? Nuestra situación es única, inexplicable e inexportable». Y se añade por sí solo: si nosotros, los no italianos, no nos explicamos lo que ocurre en Abril, es que hemos entendido perfectamente la película, porque ésa es la única manera de comprender lo que Moretti cuenta, su perplejidad, allí representada con vivísima inteligencia, con la gracia de una brújula que de pronto enloquece ante su incapacidad de encontrar un norte por donde escapar del embrollo italiano. Esta diáfana e incomparable película es, ya lo advertimos, mucho más compleja de lo que parece.

En cambio, al noroeste de Italia, en Cannes, no hay embrollo alguno. Los berlusconis cinematográficos de por aquí son gente de una claridad meridiana: un matrimonio perfectamente avenido entre Descartes y Le Pen, entre racionalismo metódico y nacionalismo cuadriculado. Nada menos que cuatro de las 22 películas en concurso, casi la cuarta parte, son totalmente francesas; y aproximadamente la mitad de las 18 restantes son coproducciones con capital francés, lo que hace que alrededor del 50% de la enorme inversión embarcada en la carrera hacia la Palma de Oro aquí se guise y aquí se coma.

Lo malo es que no todas las películas francesas seleccionadas dan coartada de gloria artística al empujón financiero que las hace sonar en todo el planeta. De las tres proyectadas, dos (como contamos) son pretenciosas y mediocres. Pero la tercera es obra del talento humilde, pero valiente y hondo, de un magnífico director novato, Erick Zonca. Tiene un título muy bello, La vida soñada de los ángeles. Y dentro de ella estallan dos jóvenes actrices prodigiosas, dos chicas de poco más de 20 años, Elodie Bouchez y Natacha Regnier, de hermosura, viveza, intensidad y calidades literalmente eminentes, cautivadoras, cuya conmovedora fragilidad merece verse empujada por todo el oro de Francia.

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