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Tribuna
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"Accountability"

Enrique Gil Calvo

Desde que la lucha por el poder se desarrolla en la arena mediática, el juego de gestos ha suplantado al debate de ideas. Es la espectacularización de la política, donde sólo se trata, como en los deportes de masas, de escenificar aquellas jugadas que mejor permitan derrotar al adversario. Por tanto, los ciudadanos se transforman en espectadores, que juzgan a los contendientes por su destreza en la cancha, su capacidad de vencer al adversario y su fair play (el juego limpio, tan esencial en el deporte como en la política), con desprecio de argumentos ideológicos y virtudes republicanas.Ignorar esto le ha costado al candidato Borrell una derrota mediática. Indudablemente, la puesta en escena de Aznar fue superior, con su calculado contraste entre el plúmbeo mamotreto de la mañana y su airosa réplica de la tarde. Sus adictos sostienen que, por fin, el presidente del Gobierno se ha hecho con el mando, adquiriendo confianza en sí mismo contra todo pronóstico. Aunque cabe dudarlo, pues en la corta distancia y privado del protocolo la inseguridad de Aznar parece congénita. Ahora bien, aupado en la peana del poder, revestido con la pompa del cargo, llevado en volandas por sus hooligans, jugando en casa con todos los datos a favor y, sobre todo, enfrentado a un improvisado candidato incapaz de encajar, sin cintura y con mandíbula de cristal, hasta alguien como Aznar puede demostrar confianza.

En realidad, Borrell se derrotó a sí mismo, sin ayuda de su rival. Y es que, como jamás esperó ganar unas primarias a las que sólo se presentó para mejorar posiciones en la carrera por suceder a González, resultar elegido candidato le cogió por sorpresa. De modo que subió al estrado del Congreso abrumado por la responsabilidad y sin poder creer en sí mismo. Por eso, ante la bronca de los hooligans de Aznar, se dejó ganar por el miedo escénico (Valdano dixit) y corrió a refugiarse a su rincón del cuadrilátero, esperando recibir el improbable consuelo de aquellos a quienes desautorizó en las primarias. Con ello cedió el terreno y la iniciativa al titular Aznar, que ni siquiera se despeinó para dejarlo caer con displicencia contra las cuerdas. Así fue como Borrell perdió el hilo argumental, cayó en argucias de contable, olvidó la política y no encontró el tono ni el ritmo, mostrando tensión sin pizca de naturalidad. Le faltó retórica de tribuno, le sobró jerga de tecnócrata y demostró que no es un animal político, en definitiva.

Esto es lo que vio el espectador de la videopolítica, que al día siguiente votó la derrota de Borrell en las encuestas demoscópicas. Pero, si prescindimos del juego de gestos de la política-espectáculo y regresamos al debate de ideas en la res pública, deberemos deducir otra cosa muy distinta. El acto institucional del martes pasado exigía que el titular del Ejecutivo rindiese cuentas de su ejercicio del poder ante el interrogatorio al que le sometía el jefe de la oposición. Esto es la accountability (según lo denomina la tradición parlamentaria británica) o responsabilidad, donde habita el núcleo esencial de la democracia (como le gusta insistir entre nosotros a Víctor Pérez Díaz). Pues bien, igual que en el debate de abril de 1994 Aznar requirió la accountability del Gobierno acuñando su célebre: "¡Váyase, señor González!", este martes se invertían las tornas y era deber de Aznar dar cuenta de sus actos respondiendo a las preguntas de Borrell. Pero no lo hizo, incumpliendo gravemente su obligación democrática.

De hecho, el señor Aznar nunca se digna dar cuentas de sus actos ni asume sus responsabilidades de Gobierno. Cuando se le han demandado respuestas por sus sectarias e ilegítimas intervenciones en la justicia, las comunicaciones o la empresa privada, sólo ha contestado con risotadas, negando autoridad moral a la oposición, descalificando al periodista o reduciendo la cuestión a estupideces o tonterías. Y de nuevo este martes, al negarse a contestar a Borrell, ha hecho exactamente igual. Lo cual es grave, pues indica que Aznar reincide en su contumaz negativa a rendir cuentas, violando la accountability.

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