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Blair hace amigos en la derecha

Josep Ramoneda

¿Qué tendrá Blair que le salen tantos amigos por la derecha? Pujol dice que hace mucho tiempo que realiza en Cataluña la política que Blair predica por estos mundos de Dios, y Aznar, después del reportaje fotográfico de Doñana, utiliza a Blair para darle un pellizco a Borrell. Decía Maragall que si pudiera escoger, se quedaría con el corazón de Jospin y las ideas de Blair. Hay razones para dudar de que sean compatibles. Pero, ¿hay alguna compatibilidad posible entre el corazón de la derecha y las ideas de Tony Blair? La pregunta requiere algunos distingos. No puede ser lo mismo el corazón de la derecha española, templado en la forja de la política social del sindicato vertical, que el corazón de la derecha catalanista formada entre Torras y Bages y el sueño pujolista del modelo sueco. Por mucho entrenamiento que se lleve hay cambios de ritmo que el corazón no resiste. De Aznar a Blair hay un salto en la tradición que difícilmente puede hacerse sin caer en el vacío. De ahí que el portavoz del Gobierno haya tenido una reacción de totalitarismo espontáneo: las propuestas de Aznar ocupan tanto espacio que no hay sitio para la izquierda. Por tradición democrática, no creo que, ni siquiera en sueños, Blair tenga la fantasía de meterse a Inglaterra entera en el bolsillo. Distinto es el caso de Pujol. Que con la capa nacionalista que lleva encima de sus espaldas quiera cubrir el ancho país no quita que nunca se le haya pasado por alto que la cuestión social es mucho más que una frase para regalar los oídos de parte del electorado. Cierto que el nacionalismo es una coartada útil para evitar precisiones ideológicas en otros terrenos. Pero ello no impide saber que en el perfil conservador de Pujol no ha faltado nunca lo que antes se llamaba cierta conciencia social. Antes de que Blair pensara en un thatcherismo de rostro humano, Pujol ya estaba metido en el rollo de las terceras vías. Se puede detectar en la biografía de formación de Pujol y de Blair un punto de contacto: la tradición de corte democristiano. Porque por más que la pequeña historia nos haya conducido a la aparente contradicción de que Pujol tenga a los democristianos oficiales como socios, es decir, a menudo enemigos, las ideas preinterpretativas de Pujol (como diría Kundera) cristalizan en el punto en que el catalanismo se cruza con la doctrina social de la Iglesia. Si su primera formación fue alemana, sobre sus segundos pasos por la vida, a veces los más decisivos, voló el pensamiento cristiano francés, personalismo incluido, y es bien sabido que de relecturas de estas fuentes extrajo Blair su cantinela humanista. Lo que une a Pujol y Blair, les separa indudablemente de Aznar. En la tradición de la derecha española, que se tomó la encíclica Populorum progressio como una apología del rojerío, el papel de la democracia cristiana ha sido siempre secundario. Si la doctrina social cristiana es el punto de encuentro entre Blair y Pujol, es mucho, en cambio, lo que les separa en materia de reestructuración de los Estados y distribución del poder. Pujol es un político jacobino, aunque en la primera lectura el enunciado puede resultar sorprendente. Jacobino de una nación, Cataluña, por supuesto. Cuando Pujol trabaja por la descentralización del Estado español es en beneficio de una Cataluña más centralizada, como corresponde a un ideólogo del nacionalismo. Porque la ideología nacionalista es inseparable de la ideología estatalista, como sabe bien Pujol que nunca ha dudado de la primacía del Estado sobre la sociedad civil. Pujol pide el reconocimiento de las identidades diferenciadas del Estado español. Para que aquél se produzca el Estado debe descentralizarse, pero a tal descentralización corresponde una concentración en proporciones parecidas en la nacionalidad descentralizada. El centralismo de Pujol no es geográfico, es institucional: la Generalitat es el centro y como tal, al modo borgiano, debe estar, a la vez, en todas y cada una de las partes de Cataluña. De ahí la escasa vocación de Pujol por el poder local, expresión de una cultura política nacionalista que sólo utiliza el principio de subsidiariedad cuando le interesa, es decir, a escala regional. En este punto, las líneas convergentes de Blair y Pujol se separan indefectiblemente. Blair ha emprendido en Inglaterra un proceso de descentralización sin precedentes y ha entendido, sin temor alguno a los contrapoderes, que el poder local necesitaba ser reforzado si se quiere que las ciudades puedan responder a las exigencias de sus habitantes. Blair sabe que el poder, a partir de ahora, ya no tomará la figura de los círculos concéntricos, deudores del centro que los conforma, sino que, en un espacio de soberanías compartidas, entraremos en la complejidad de las superposiciones, de las transversalidades y de las redes. Cuando un político tiene la sonrisa siempre puesta y está de moda le surgen amigos por todas partes. Los mismos que se alejarán de él cuando se le tuerza el rictus. Todas las apropiaciones son abusivas, la de Blair por parte de Pujol es probablemente más fundada que por parte de Aznar. Pero el sesgo cristiano social que les une no debe ocultar lo mucho que les separa en cuanto a la idea del poder y su ejercicio.

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