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Dominar la melé

JAVIER UGARTE Tal vez era inevitable o tal vez no. Puede que algunos lo hayan provocado más que otros o puede que todos hayamos empujado de algún modo en esa dirección. Lo cierto es que el fenómeno del terror se ha convertido en el elemento esencial del escenario público vasco. Todos los aspectos que, en buena ley, deben preocuparnos (y nos preocupan mucho tomados de uno en uno), el paro, las infraestructuras, el modelo educativo, la Europa que viene, etc., han palidecido en el escenario social vasco, en la plaza del debate político, frente al efecto del terror. Incluso en la vida privada, en las relaciones interpersonales es, por acción u omisión, el tema que se impone. La vida parlamentaria (¿quién recuerda la última reunión del Parlamento vasco?), la mecánica electoral o el juego de partidos, apenas si importan si no lo tienen como referencia. Al final la propia sociedad languidecerá si no despeja ese dilema. Urge, pues, resolver (en ambos sentidos de decidir y solucionar) ese estado de cosas. Las próximas elecciones -o el gobierno que resulte de ellas- deberán abordarlo de modo decisivo para que la sociedad supere este estado de excitación y postración. Para ello es indispensable un diagnóstico certero y una propuesta tan lúcida como enérgica. Ambas cosas deberán elaborarse desde la inteligencia pero ejecutarse en la política; ni en la educación ni en esta tormenta de ideas que hoy son los medios de comunicación: deberá hacerse desde la política (dos mundos, por cierto, el de la inteligencia y la política, hoy a la greña, para los que es preciso encontrar fórmulas de concurrencia). Las cosas, contra lo que hoy tendemos a apreciar, no siempre han sido así en nuestra joven democracia. Los peldaños que hemos subido hasta situarnos en el hoy han sido, a mi entender, la fascistización de ETA y su entorno (la dialéctica de generar un horror abrumador, insoportable, perverso, plasmado en la ponencia Oldartzen, un grado más allá de la vieja ETA, y que lo emparenta con lo peor de las culturas del terror en nuestro siglo), la vigorosa pero tranquila respuesta a esa evolución en un estado de opinión unitario y democrático que se expresó en julio de 1997 (momento de máxima esperanza), y la negativa (incomprensible para uno, aunque sé de lecturas onmiscientes al respecto) de la dirección del PNV, partido hegemónico en el país, a articular esa magnífica respuesta ciudadana. (¿Miedo a la utilización partidaria que hizo el PP y que se descalificó por sí sola?, ¿error de cálculo de una cultura, Egibar-Arzalluz, hecha de juegos subterráneos y ajena al parlamentarismo?). El resultado de todo ello fue el ingenuo e irresponsable plan Ardanza que rompía con el consenso en la Mesa de Ajuria. Vayamos con esto último. La propuesta de Ardanza partía de sobrepasar lo acordado en el Pacto (con un planteamiento más cercano a la tercera vía), y tuvo un proceso de gestación verdaderamente irresponsable por todas las partes que intervinieron en él. El plan hablaba de "pacificación" (¿donde está la guerra?) donde el Pacto hablaba de "defensa de las instituciones democráticas" (punto 1); de "diálogo sin límites" donde el Pacto decía "diálogo y generosidad para la reinserción" de los militantes de ETA (punto 10). El Pacto era un programa para la defensa de la democracia, basada en el consenso y la generosidad para la defensa de la democracia (solución dialogada y no violenta del conflicto), secuestrada por la violencia. El resultado fue la legitimación de la estrategia de ETA ante los suyos y el renovado protagonismo de HB en la escena política (una clara pérdida para la democracia; aquí podría citarse el tantas veces apelado Pacto de Munich). La gestación no fue más afortunada. Ardanza improvisó su plan tras una mañana de reunión (literal) con unos pretendidos expertos, ignoró el Pacto e hizo un mínimo sondeo entre otros partidos; no garantizó el consenso una vez se llevara el plan la Mesa. El PP y el PSOE, en lugar de desactivar la iniciativa por estimarla inadecuada (tenían herramientas para ello), dejaron que el lehendakari convocara la Mesa para allí reventarla en la persona de Iturgaiz (a quien no le arriendo el papelón). El resultado ha sido el actual estado de desconcierto, polémica y uso partidista del plan. Quien sea que nos gobierne a partir de octubre deberá articular su propuesta sobre un programa que no ha de ser la "pacificación" sino la reivindicación de la democracia y el Estado de Derecho, deberá recomponer la unidad de la Mesa de Ajuria anterior al plan, y, sobre todo, unir a la ciudadanía de nuevo en el espíritu de julio de 1997. Jugar el papel, a pequeña escala, que Wiston Churchill en otra coyuntura jugó ante el nazismo. Sólo eso, y nada menos que eso.

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