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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El debate y el estado de la nación

Como muchos ciudadanos, he seguido con interés el debate del estado de la nación celebrado el pasado 12 de mayo, y como la gran mayoría -no hay más que sentir el latido de la calle-, me he sentido defraudado, dolido e indignado.El Parlamento es el foro donde los representantes legítimos de la nación -esto es, el conjunto de ciudadanos libres que conforman el Estado español- deliberan, discuten, hacen oír a esa nación, debaten el presente y proyectan el futuro: un principio muy a la francesa, muy republicano y, por tanto, universal. El Parlamento se convierte, de esta manera, en el espejo de la sociedad, donde se proyectan sus siluetas y sus formas, con sombras, brillos y contrastes incluidos.

Nuestro Parlamento, el español, fue el pasado día 12 reflejo de todo ello: el estado moral y formal de la nación. Alguien puede decir que lo ocurrido es normal en otros Parlamentos, pero en nuestro país esto no entra en los cauces de comportamiento ni en nuestra tradición democrática. En la dialéctica, en el juego parlamentario, se permite la pulla verbal, el ingenio, la rápida respuesta e incluso el insulto soterrado e inteligente. Nada comparable a lo acaecido en la carrera de San Jerónimo.

Las formas con que actuaron y que exhibieron una parte de los representantes de la nación (y, por tanto, una parte de ella, aunque alguno de sus votantes se sienta abochornado) me recuerdan un pequeño texto de Juan Ramón Jiménez. Tenía el escritor la costumbre de anotar fotografías, ponerles pie explicando o interpretando su contenido. Hay una en la que se ve a varios generales españoles de grupo, conversando, ataviados con sus uniformes, ciñendo sus orondos vientres con anchos fajines y adornados de relucientes medallas. La expresión del conjunto refleja desprecio y burla. Juan Ramón Jiménez anota al pie: «Los defensores de la civilización cristiana occidental. Chulería y taberna. La chulapona y los bajos. Coro».

Como siempre, con su finísimo estilo, Juan Ramón acierta. Nos presenta unas formas y unas actitudes ante el ciudadano que, salvando el tiempo y las circunstancias, a muchos nos han hecho recordar el presente: viejas formas aplicadas a nuevos métodos en distintas situaciones. Chulería y taberna. La chulapona y los bajos. Coro.-

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