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Las dos Europas

El euro pone en órbita la Europa monetaria y plantea de forma radical el enfrentamiento de los dos modelos posibles de la construcción europea: el comunitario y el intergubernamental. Modelos cuya adhesión y rechazo ya no coinciden con las opciones tradicionales de las familias políticas europeas -el centro-derecha demócrata-cristiano, más afín a la Europa federal, la socialdemocracia a la Europa de los Estados y la derecha clásica a la Europa de las patrias-, sino que tienen una línea de demarcación mucho más clara: el Norte y el Sur. En todos los grandes temas, la confrontación se organiza en torno de esos dos grandes polos: la Europa comunitaria que con distintas retóricas defienden Italia, Francia, Portugal, España y Grecia y la Europa intergubernamental liderada por el Reino Unido -cuya política europea, sonrisas aparte, sigue siendo sustancialmente la misma con Blair que era con Major- con la que se alinean Holanda y los países nórdicos. Entre esos dos bloques compactos, un centro continental -que hasta ahora Kohl y Alemania arrimaban a la Europa comunitaria- que comienza a preguntarse cuáles deben ser sus intereses dominantes.Esa doble polarización -visible en el Consejo de Ministros, en la Comisión Europea y hasta en el Parlamento- se traduce, en el día a día, de forma concreta y con frecuencia lamentable. Cuatro ejemplos recientes y de condición diversa. La semana pasada aprobó el Colegio de Comisarios un ambicioso programa-marco para la cultura, por el que lleva bregando Marcelino Oreja hace más de un año. Apoyado por el ministro italiano Veltroni y la ministra francesa Trautman, pedía para su financiación el uno por mil del presupuesto comunitario. De los 800 millones de ecus iniciales se pasó a 400 y, finalmente, las presiones del grupo norteño lo han dejado en 167 millones, volumen algo superior al que se disponía hasta ahora, pero muy lejos de las ambiciones de Oreja y de las necesidades del programa.

Ayer la señora Cresson, comisaria responsable de Educación e Investigación, presentó un programa-marco para la investigación y las mismas voluntades acabarán reduciéndolo de forma importante. Desde hace varias semanas el nombre de Felipe González vuelve a barajarse como un buen candidato para la presidencia de la Comisión Europea. En los pasillos del hemiciclo de Estrasburgo, esa candidatura es objeto de comentarios y de esperanzas. Pero en los medios políticos de los países del Norte, sobre todo de la derecha, pero no sólo de ella, comienza a considerarse con recelo no por proceder del Sur, sino por lo que podría representar como relanzamiento de la Europa política y de su condición comunitaria. La creación del euro ha desencadenado una campaña promovida por los intereses norteamericanos y secundada por sus heraldos norte-europeos. Utilizando el conocido mecanismo de la self fulfilling prophecy, estos profetas de la catástrofe -por ejemplo, Martin Feldstein y Robert Levine, desde los púlpitos académicos, o Steven L. Rattner, desde el cenáculo de las finanzas, voceados por sus corifeos europeos y entre ellos por el neobritánico Ralf Dahrendorf- nos anuncian la hecatombe que producirá irremediablemente el euro.

La divergencia entre mentalidades y prácticas culturales en el ámbito anglosajón y escandinavo, por una parte, y mundo eurolatino, por otra, da un cierto soporte a esa disimilitud. Pero ¿qué sentido tiene hacer de la diversidad discrepante de nuestros países un punto débil cuando es una de nuestras mejores bazas? Por eso me parecen tan desafortunadas las declaraciones del presidente del Bundesbank, que acaba de tratar despectivamente a los países del Sur calificándolos de «miembros del Club Med» y oponiéndolos a Finlandia y a los otros países de esa zona a los que adorna con las virtudes de pragmatismo, eficacia y amor patrio. Menos mal que muchos y muy eminentes compatriotas de Hans Tietmayer siguen convencidos de la necesidad del espacio comunitario y empeñados en hacerlo realidad. Pues sólo él podrá asegurar la paz y el progreso en Alemania y en el resto de Europa.

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