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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Derecha e izquierda

EL DEBATE sobre el estado de la nación se abrió ayer con un duelo dialéctico entre Aznar y Borrell que tuvo interés y hasta emoción. El nuevo candidato socialista desplegó las banderas de la izquierda socialdemócrata y justificó la expectación suscitada: su discurso político anuncia una oposición más nítida que la practicada por el PSOE desde que perdió el poder. Aznar mantuvo el tipo con dignidad, aunque en repetidas ocasiones dio la impresión de estar sirviendo platos precocinados, ajenos a las cuestiones concretas que se le planteaban; de su discurso no se desprendió idea alguna innovadora, sino puro continuismo en la gestión. El deliberado intento de los diputados del PP de boicotear la intervención de Borrell mediante ruidosas exclamaciones y rumores tabernarios refleja una actitud incivil que responde más a los reflejos de la oposición que antaño hicieron que a los del grupo parlamentario que hoy sostiene al Gobierno.Envuelto en la bandera del euro, Aznar presentó un balance triunfalista de su gestión. Su mensaje fue que los ciudadanos se benefician de los efectos de su política económica rigurosa -hipotecas más baratas, creación de empleo, pensiones garantizadas- y que la continuidad de esa bonanza está garantizada por la estabilidad política de la actual mayoría. Aunque Borrell discutió ese balance, aceptó de hecho situar el debate en el terreno económico, que es el que mejor le va al Gobierno. Cuando la economía va bien, los Gobiernos tienden a creer que se debe a sus méritos y que durará para siempre. No están tan lejos aquellos cálculos de Felipe González, en la segunda mitad de los ochenta -cuando la economía crecía al 5%-, sobre los años que faltaban para que España se situara a la altura de los países más adelantados de Europa. Ahora es Aznar el que le copia obsesivamente y hace cuentas sobre la rápida superación del problema del paro si se siguen creando empleos al ritmo actual. Ojalá acierte, pero la experiencia aconseja prudencia.

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La economía va bien. Negarlo es absurdo, porque los ciudadanos no pueden dejar de percibir que crecen el consumo y el empleo. Pero considerar que la entrada en el euro es el fruto de la sagacidad de Aznar resulta ri dícu lo a la vista de que todos los países de la Unión Europea han recorrido caminos paralelos de convergencia: todos han reducido drásticamente su déficit, moderado la inflación y bajado los tipos de interés. Y nadie ignora que para pasar el examen ha habido manga ancha y contabilidad creativa en abundancia.

Aznar desaprovechó la oportunidad de corregir su torpeza del otro día en Vitoria a propósito de HB, algo que hubiera sido generoso y más barato que las concesiones que deberá hacer al PNV para hacerse perdonar. Borrell renunció a entrar en ese terreno. El nuevo portavoz socialista, ex secretario de Estado de Hacienda, prefirió ir al terreno de las cuentas públicas, que es su especialidad. Esbozó algunos argumentos a considerar sobre el verdadero porcentaje de déficit público y sostuvo que este Gobierno ha aumentado la presión fiscal al tiempo que se propone rebajar el impuesto con mayor progresividad (el IRPF).

Borrell exhibió documentos internos de la Administración que acreditarían su sospecha de que cuando pase la coyuntura alcista el sistema de protección social -fundamentalmente las pensiones- puede quedar al descubierto. Es éste un asunto que necesita un análisis más preciso y, desde luego, un debate parlamentario en profundidad. Borrell acusó al presidente de trucar las cuentas de la Seguridad Social. Por toda respuesta Aznar se limitó a acusarle de practicar el «catastrofismo». Metidos en el territorio del exceso, el presidente incluso resucitó la guerra fría para desprestigiar a su oponente como si éste defendiera el ya desaparecido modelo del Este.

En fin, un debate en términos clásicos, con argumentos de derecha y de izquierda, aunque demasiado centrado en la economía. Borrell perdió la oportunidad de profundizar en otros ámbitos políticos, como la instrumentalización de la justicia, el control gubernamental de los medios de comunicación, la escasa presencia de la cultura en las prioridades del Ejecutivo o la preocupante disminución de la influencia española en los foros exteriores. Pese a las consignas propagandísticas de Rodríguez -que se lanzó a las emisoras en cuanto acabó el debate, ávido de marcar el mensaje-, el candidato socialista no defraudó en un estreno en el que se jugaba mucho. El guiño que hizo a Anguita para conseguir la unidad de la izquierda, su distinción entre mercancías y derechos al hablar del Estado de bienestar, refleja el calado de su ideología y el desconcierto en el que sumió a Aznar en muchos momentos. Quizá le faltó soltura para hablar más de política y menos de economía, pero el efecto Borrell no se ha borrado.

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