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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El ejemplo francés

EL FUTURO de los países se está cociendo en este mismo momento en sus aulas, especialmente en las de educación secundaria. El Gobierno de Francia, a la vista del creciente burbujeo de malestar social que se percibe en sus institutos, ha decidido sacar la cabeza de debajo del ala. Claude Allègre, el conflictivo ministro de Educación de Jospin, tiene sobre la mesa 49 principios para reformar el bachillerato. Es el meritorio resumen elaborado por una comisión a partir del resultado de un cuestionario al que han respondido 1,8 millones de estudiantes y 124.000 profesores. Que la educación del futuro interesa mucho a sus destinatarios directos lo demuestra el hecho de que a la encuesta haya contestado el 78% de los estudiantes, en tanto que los profesores sólo lo han hecho en una proporción del 52%.Esta especie de psicoanálisis educativo permite deducir que se necesita «un programa de cultura general para todos», lo que en sí mismo evidencia el fracaso de la especialización temprana, pero también de la multiplicación de opciones: la llamada optatividad. Los estudiantes no reclaman tanto cambiar de materias como cambiar de profesor; entre las conclusiones más llamativas de la comisión destaca la de reducir el número de horas de clases magistrales y aumentar las de ayuda individualizada al alumno. Un 20% del curso ha de consistir justamente en eso, en estudiar teniendo a disposición al profesor elegido por el estudiante, el que mejor pueda orientarlo. Eso significa, si se aplica, que la jornada de los profesores aumentará una hora por semana, aunque disminuirán las clases a preparar. Ya ha habido protestas sindicales -no está previsto ningún aumento de sueldo-, pero hay sindicatos que ven la reforma con buenos ojos.

Los institutos, en cuya gestión han de participar los alumnos, también deben darse a sí mismos un revolcón antifuncionarial. La comisión propone que estén abiertos más horas, incluidos sábados, domingos y vacaciones, y que su biblioteca, centro de documentación, laboratorio y otros servicios estén a disposición del estudiante. En definitiva, que se conviertan en un lugar imprescindible en la vida de los jóvenes, más allá de las estrictas horas lectivas.

La lista de medidas es sumamente instructiva, pero más lo es que de ese magma de opiniones se haya sabido extraer una angustia primaria: la necesidad de darle sentido al mundo. De ahí, quizás, la reivindicación de clases laicas y desideologizadas de religión, o que un 67% quiera «expresión artística» como materia obligatoria. La idea de una cultura instrumental, técnica, de uso inmediato, sale mal parada de los dos millones de cuestionarios.

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Falta ver cómo se construirá el complejo edificio del nuevo bachillerato con estas sugestivas 49 vigas maestras; pero al Gobierno francés, como al británico, hay que reconocerle algo que no le vendría nada mal al español: no se conforma con hablar de lo que está mal, sino que pone manos a la obra. Y lo hace teniendo en cuenta las opiniones de los demás: en este caso, dos millones de opiniones. Todo un ejemplo.

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