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Bajo el influjo de la santa de la cueva

Bidarrai, en la Baja Navarra, es de esos pueblos imán que, bien por su ubicación estratégica, bien por su entorno natural, son lugar de cita a lo largo de la historia pese a su aparente inaccesibilidad o su población, escasa (600 habitantes) frente a los centenares de páginas que ha motivado. Hoy en día son los deportes de aventura, las bajadas por el Errobi o las subidas a las crestas del Iparla; antaño fue su posición como lugar de descanso para quienes hacían el camino de Santiago, sin olvidar la presencia en sus alrededores de la cueva llamada Harpeko saindua (gruta de la santa), en las faldas del monte Zelharburu, lugar de romería en el día de la Santa Trinidad. En todos los casos siempre aparece Bidarrai como lugar de encuentro. Ubicada entre las estribaciones francesas de los Pirineos navarros, Bidarrai es un pequeño núcleo de casas construidas alrededor de su iglesia de origen románico y su cementerio repleto de estelas discoidales y cruces navarras, a las que hay que sumar las decenas de caseríos que se reparten por las laderas de sus valles. La apariencia bucólica de este lugar llevaría a vaticinar para Bidarrai una vida pastoril, pero su ubicación en una de las rutas más famosas de los últimos siglos en Europa le otorgó también una función de hospedaje. Así se desprende de la encomienda que recibió en la Edad Media por parte del monasterio de Roncesvalles para fundar un establecimiento de reposo y asistencia a los peregrinos. Y del peregrinaje al senderismo. La devoción por Santiago Apóstol fue decayendo con el paso de los años, sobre todo con la llegada de la Revolución, que llevó a que se vendieran todas las propiedades destinadas a la atención de los peregrinos. Bidarrai entró entonces en una etapa incierta, en la que sus habitantes se encierran en sus dedicaciones al pastoreo y -cómo no, en un lugar fronterizo- al contrabando. Pero en este periodo de transición entre la excursión devota y la placentera no dejaron de perder su protagonismo los bidaitarras entre aquellos que se llegaban hasta su valle. Así, en las guerras napoleónicas, el general inglés Wellington tuvo serias dificultades con los habitantes de la localidad, como refleja la proclama que, en francés y en euskera, se hizo saber en todos los rincones de la localidad: "La conducta de los pueblos de Bidarrai y Baigorri me ha causado una penosa impresión; ella es diferente a la de todos los otros habitantes del país; no tienen derecho a hacer lo que hacen. Si quieren hacer la guerra, que se incorporen a las filas del ejército; pero yo no permitiré que jueguen alternativamente el papel de habitantes apacibles y de soldados". Las guerras pasaron y los de Bidarrai, como buenos montañeses poco amigos de la presencia de autoridades arbitrarias, volvieron a sus ocupaciones tradicionales, en este pequeño vergel salpicado de barrancos, donde aparece de vez en vez un caserío o una pequeña borda, y de caudalosos arroyos, como el Baztán. Es a orillas de este río por donde corre el camino que lleva a la cueva Harpeko saindua, fuente de una de las leyendas más populares de Euskal Herria y que se ha mantenido a lo largo de los siglos hasta llegarse a considerar esta gruta como una ermita con su correspondiente procesión el día de la Santísima Trinidad, pese a no estar aprobada como tal por la jerarquía católica. El paseante que acude a Harpeko saindua recorre un buen trecho a la orilla del Baztán, tras haber cruzado por el puente del Infierno o Pont Noblia, por donde pasaban los peregrinos jacobeos hacia el valle de Baztán. A continuación hay que seguir en dirección al caserío Arutxia, que, aislado en la ladera de Zelharburu, aparece como el guardián de la cueva y de los pastos de Mehatse, donde las gentes de Bidarrai y sus alrededores llevan su ganado. La leyenda Allí, en medio de este silencioso y sobrecogedor paisaje, cuenta la leyenda que hace tiempo se perdió una zagala. Tras mucho buscarla sus parientes y amigos, sólo encontraron su cabeza. Desde ese momento, durante muchas noches se oían voces que decían "Hago! Hago!" ("¡Aguarda! ¡Aguarda!") desde esa ladera de Zelharburu donde se había perdido la pequeña pastora. Una de esas noches, unos vecinos que andaban por allí vieron entrar una luz en la cueva (otras versiones cuentan que fueron 12 las luces que vieron). Entonces, los caseros se acercaron a la cueva y encontraron una estalagmita que se asemeja a un torso humano y que relacionaron con el cuerpo perdido de la zagala. Desde entonces, dejaron de oírse las voces y la gruta, que tomó el nombre de Harpeko saindua, se convirtió en un santuario de peregrinaje, como hoy día se puede comprobar: se dice que las aguas que manan de la estalagmita son buenas para las enfermedades de la piel y son muchos los fieles que dejan exvotos con la creencia de que en tales prendas queda la enfermedad que les aquejaba. Tal parece ser la fuerza de la santa-estalagmita de la cueva que, según otra leyenda, cuando los del cercano caserío Arutxia quisieron cerrar la entrada de la gruta y cobrar por su entrada a los peregrinos, se les despeñó un rebaño entero de ovejas, lo que entendieron como un aviso de la piedra santa y volvieron a dejar abierta la cueva. Pero éste es el peregrinar tradicional, mistérico. Además, Bidarrai ofrece una variedad de deportes de montaña que ha supuesto un incentivo para los jóvenes del pueblo que sólo tenían el pastoreo como horizonte. Ahora, hay un albergue de montaña (Auñamendi) que organiza excursiones y una asociación (Ur Bizia) que presenta actividades como ráfting, kayak, canoa, etcétera en los rápidos del río Baztán. La importancia de estas nuevas romerías a Bidarrai se advierte en el número de establecimientos hoteleros y casas de agroturismo que ofrecen sus servicios en la localidad bajonavarra: cinco hoteles, otros tantos restaurantes, una quincena de casas rurales, tres albergues de montaña,... Y también se percibe este cambio en la reconversión de antiguos caseríos que atendían a los viajeros de paso hacia Santiago y a los contrabandistas en agradables ventas para el nuevo peregrino en estas tierras: los amantes del riesgo controlado y las familias excursionistas de fin de semana y vacaciones.

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