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Movimiento vecinal

VICENT FRANCH I FERRER Los comentarios y notas publicados estos días a propósito de la reunión en Valencia de la Confederación de Asociaciones de Vecinos de España fueron comedidos porque el interés informativo que se traduce del pulcro tratamiento de la efemérides deja pocas dudas. Las declaraciones de los participantes fueron patéticas porque traducen una dura realidad donde las responsabilidades del actual estado de latencia del movimiento apuntan al vaciado que la partitocracia burocrática improvisada en dos décadas de democracia habría realizado en la emergente pujanza de un movimiento que quiso ser a la vez acción de base y fehaciente sociedad civil en un proceso donde también partidos y sindicatos buscaban a la par su propio protagonismo. Mientras el sindicalismo retó a la partitocracia y le plantó cara en varios actos (distanciamiento con respecto a los partidos nodriza o ruptura drástica, además de una huelga general de infausta memoria), no se recuerdan gestos similares expresos en el movimiento vecinal. Lo que le ocurrió vino poco a poco, emboscado en la lucha sorda que mantuvieron los partidos con el protagonismo de esa especie de sindicalismo ciudadano que apuntaba hacia soluciones innegociables frente a burocracias también nuevas que buscaban votos indiscriminados para su propia institucionalización. El resultado de ello, esbozado por Asunción Marco, antigua presidenta de la Federación de AA VV de L"Horta, y por Félix Estrela, que fue presidente de la Federación de AA VV de Valencia, indica que el movimiento se habría resentido seriamente de la derrota incruenta que le propiciaron los partidos a través de una acción municipal e institucional donde las promesas de acceder al reconocimiento de nuevas y dinámicas formas de participación ciudadana (más allá del derecho al voto) se habrían vuelto papel mojado, desconfianza y, cuando no, abierta hostilidad cada vez que el movimiento vecinal optó por posiciones racionales que contradecían las estrategias políticas del poder municipal de turno. El lamento que expresaban estos líderes surge del dato de unos cambios que se confunden con los propios efectos, porque si bien es cierto que la democracia, al otorgar a los representantes del pueblo elegidos en elecciones libres y periódicas la facultad de gobernar, de establecer prioridades e intensidades a una u otras políticas y, por lo tanto, darles el protagonismo político, coloca en un lugar indeterminado el grado de reconocimiento de los movimientos sociales, de la propia sociedad civil. Así, entonces, la crisis del movimiento vecinal no sería consecuencia del protagonismo político de la representación popular sino del nulo interés que ese poder tuvo en institucionalizarlo y en reconocer el protagonismo directo de los ciudadanos agrupados en esos lobbys solidarios que son las AA VV. Los partidos, empeñados en lograr una ley favorable a su propia financiación, y regulados por una Ley de Partidos más breve que un suspiro, se habrían mostrado avaros con la sociedad, con los sindicatos y con el asociacionismo libre de controles partidarios. El estado del movimiento vecinal sería sólo una expresión más del estilo del partidismo. Un estilo que incluso libra verdaderas batallas por encarrilar, domeñar, vigilar y controlar aquella parte de la sociedad civil a la que presta mayor atención: el empresariado. La reflexión, pues, sobre los retos pendientes del movimiento vecinal afecta a la calidad del propio modelo democrático vigente.

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