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"La moneda única provocará reagrupamientos hacia tres modelos de la banca europea"

Lluís Bassets

/ XAVIER VIDAL-FOLCH, El vizconde Etienne Davignon (Budapest, 1932) es presidente de la Société Générale de Belgique, el grupo financiero más potente en su país de adopción. Antiguo vicepresidente de la Comisión Europea y gurú del empresariado, el banquero Davignon advierte que el euro «provocará reagrupamientos» en su sector, especialmente en las entidades de mayor tamaño. Los bancos sólo «podrán vivir y ganar dinero» si se adaptan.Pregunta. De todo lo que aporta el euro, ¿qué es lo más novedoso?

Respuesta. Ha demostrado la validez del sistema de los comités de expertos para desbrozar un problema. Los Estados miembros lo odian, pero saben que es el más eficaz: fue el procedimiento usado para redactar el Tratado de Roma -el Comité Spaak- y para la reforma de Maastricht -el Grupo de Sabios presidido por Delors-. La necesidad de estabilidad ha ganado la partida a la comodidad de los Estados. Tan es así, que los Gobiernos aprobaron la propuesta en los mismos términos en que venía redactada. Y se ha ha roto la previsión inicial de que un pequeño grupo -y no 11 países- accederían al euro. Los que iban a ser excluidos decidieron que no querían pertenecer a un club de segunda, sino participar desde el principio. Y han actuado a contracorriente de la manera habitual de gobernar, abriendo una cruzada nacional para no ser excluidos. Es una combinación de sentimientos nacionales con un objetivo federal. Porque no olvidemos que el modelo es federal.

P. ¿Qué echa en falta?

R. La moneda no llegará a manos de los ciudadanos hasta el año 2002. Es una lástima, porque es el mayor elemento de toma de conciencia que jamás hemos tenido sobre lo que es Europa. La moneda es símbolo del reconocimiento de un país. Y subestimamos el impacto que tendrá sobre los ciudadanos el hecho de disponer de la misma moneda. Es el signo más espectacular de pertenecer a un conjunto que desborda al propio país: si compartimos la moneda, ¿por qué no compartimos más cosas? Pero este signo llegará al ciudadano mucho más tarde.

P. Esta unión monetaria nace sin que se hayan creado mecanismos sustitutorios del manejo nacional del tipo de cambio para afrontar las «crisis asimétricas».

R. Europa no actúa más que cuando no tiene más remedio que hacerlo. Se van generando presiones muy fuertes y al final se adoptan las decisiones. La primera transferencia de soberanía posterior al Tratado de Roma fue la creación de la Política Agrícola Común, ¡fue De Gaulle quien la hizo! Cuando se discutía el mercado interior, el Reino Unido aseguraba que no lo obtendríamos sin voto. Es una contradicción entre la filosofía de integración y el precio que hay que pagar para alcanzar la eficacia, pero así son las cosas.

P. ¿Qué consecuencias acarreará el euro para la construcción europea?

R. Muchas. Cuando la abstracción se concreta, todos pueden entenderla. Tendremos la capacidad de comprender los sistemas de los demás, porque habremos eliminado las paridades. Eso nos llevará a debatir asuntos de los que no habíamos hablado. El Ecofin discutía de fiscalidad, era conveniente. Ahora es además obligatorio, pues la convergencia no se mantendrá si subsisten las grandes disparidades fiscales y laborales actuales. Cuando no hay presión, no se avanza, pues no se prima el largo plazo. La necesidad es el elemento clave de la perennidad de la UE, una construcción que ha superado el club de afinidades, de amigos, de utópicos. La necesidad es más desagradable que el acto de optar de forma no impuesta. Es insatisfactoria. Pero cuando convierte un asunto en tratable, ha sentado las bases de su solución.

P. La unión monetaria reclama acabar con la dispersión de mercados financieros en Europa, ¿será automática?, ¿tiene voluntad la sociedad económica de afrontar ese reto?

R. La sociedad hará esa integración. Soy un buen liberal, pero con límites. Los Estados deben jugar un papel. La incógnita es si ese reto se cumplirá dentro de un marco o sin él, con equilibrio entre todos los factores o sin él. Si no hay marco, alguien rellenará el vacío.

P. ¿Exhiben los líderes europeos suficiente voluntad política para esa integración de lo financiero, lo laboral, lo fiscal... lo político?

R. La incapacidad de decidir sobre asuntos importantes que se derivan de la política monetaria afectaría a la credibilidad del sistema, al igual que en cualquier país una crisis política influye sobre la economía.

P. Para avanzar, ¿basta la «ley de gravedad» del euro o se requiere más voluntarismo?

R. Es verdad que reaccionamos siempre un poco tarde, pero ningún Estado es óptimo, ni EE UU ni China. La sociedades europeas son bastante ricas, no se inclinan a pagar el precio de un cambio general. Pero si la presión externa toca su línea de flotación, entonces reaccionan, porque en caso contrario vendría lo peor. Los Gobiernos temen explicar a sus opiniones públicas la magnitud de los cambios que se avecinan. Es peligroso. El Gobierno danés dijo a sus ciudadanos al entrar en la Comunidad que se integraban en una organización de dimensión exclusivamente económica. Luego vieron que no era así. Por eso vino lo que vino (el voto negativo al referéndum de Maastricht). Fue una reacción sana. La gente quiere que se le diga la verdad.

P. ¿Cómo contempla la ampliación?

R. En la Europa de los Seis, los intereses eran muy similares y se sabía que todo lo que hubiera de hacerse era, por definición, positivo para todos. En la de los Quince, se corre el peligro de que cuanto más se segmenten los asuntos, más la suma final arroje ganadores y perdedores. Con nuevos socios, aún más. Por eso, la única dinámica positiva es globalizar los asuntos. El problema es la escasa imaginación para ir más allá de lo económico e ilusionar a la gente. Séneca decía que no hay buen viento para el navegante que ignora adónde va.

P. ¿Qué consecuencias tendrá el euro para la banca?

R. Hace 10 años, el 70% de los beneficios de la Societé Générale procedía del negocio doméstico, y el 30% del exterior. Hoy, la relación es 50%-50%. Dentro de poco será 45%-55%. Está llegando a la banca lo que ya ha llegado al resto de la industria, que de una vocación interna pasó a la internacionalización. El Mercado Común fundó un mercado que ya no era igual al anterior, por lo que la banca debía tratar de ampliarse más allá de sus ámbitos históricos. El Mercado Único ha consolidado esa necesidad y la Unión Monetaria la hace indispensable. Se acaba la división entre negocio nacional e internacional.

P. ¿Quedarán arrinconados los pequeños?

R. El euro provocará reagrupamientos hacia tres modelos: unos pocos bancos serán de talla internacional; los de tamaño nacional deberán poder ser activos a escala de todo el mercado europeo, y seguirá habiendo banca local y regional. Todos podrán vivir y ganar dinero, siempre que aprovechen la nueva oportunidad para adaptar su tamaño y operativa. Pero si eres un poco local y un poco europeo, mal asunto, porque no harás nada bien hecho.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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