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Reportaje:

La "beatificación" de Ronald Reagan

EE UU multiplica los homenajes al ex presidente conservador ante el progresivo deterioro de su salud

¿Cómo se llama el edificio público más grande de toda el área metropolitana de Washington, si se exceptúa el Pentágono? Ronald Reagan Building and International Trade Center. Será inaugurado el 5 de mayo. ¿Cómo se llama el aeropuerto de la capital norteamericana? Ronald Reagan National Airport. Así lo decidió a comienzos de este año el Congreso de EE UU. ¿Qué fue del rancho del Cielo que el ex presidente tenía en California? Acaba de ser comprado por la Young America's Foundation para convertirlo en un templo de culto a Reagan y una escuela de cuadros conservadores. ¿Cuántas novedades hay en las librerías norteamericanas consagradas a Reagan? Seis, incluida una biografía escrita por su hijo y comentarista radiofónico Michael.Reagan, de 87 años de edad y aquejado de la enfermedad de Alzheimer, apenas se entera de que, 10 años después de su salida de la Casa Blanca, los homenajes a su persona se multiplican en EE UU. Hay, como reconoció uno de los congresistas republicanos que pelearon a favor de rebautizar con su nombre el aeropuerto de Washington, un cierto sentido de urgencia en esa beatificación. Se trata de que EE UU le reconozca en vida al viejo cowboy que le debe mucho de su renacimiento imperial.

Hace unos días se celebró en el propio Ronald Reagan Building el último gran acto de recogida de fondos para esa nueva incorporación al paisaje arquitectónico de Washington, un complejo que será a la vez sede de oficinas gubernamentales, centro comercial y espacio de ferias y conferencias internacionales. Fue un banquete presidido por Nancy Reagan, al que el ex presidente, ausente de la vida pública desde hace muchos meses, no pudo acudir.

Animó el banquete la música de Mstislav Rostropóvich, el maestro que, expulsado del «imperio del mal», fue acogido en EE UU por Reagan. Hubo 750 huéspedes , que pagaron 25.000 dólares (3,8 millones de pesetas) por mesa de ocho comensales. Entre ellos, Bill Gates, el presidente de Microsoft, y Michael Armstrong, el de AT&T.

Al borde de la avenida de Pennsylvania, a tiro de piedra de la Casa Blanca y de arquero del Capitolio, el Ronald Reagan Building ha costado 818 millones de dólares, el doble que lo inicialmente presupuestado, y es de los más grandes de Washington. La principal ironía del asunto, como subraya The Washington Post, es que lleve el nombre de un político que ganó dos elecciones presidenciales predicando en contra del «gran Gobierno». Y también es curioso que su principal inquilino sea la Agencia de Protección del Medio Ambiente, que Reagan odiaba.

Qué importa, se dicen los republicanos, y no sólo ellos. Guste o no guste, el EE UU de Bill Clinton le debe muchos de sus rasgos distintivos al reaganismo de los ochenta, que no fue sino una recuperación de valores tradicionales norteamericanos. Reagan encabezó el movimiento de regreso a la primacía de la iniciativa individual y empresarial frente a la acción de los poderes públicos; el conservadurismo en materia moral, familiar y religiosa, y una política exterior agresiva, liberada de los complejos de Vietnam.

De sus ocho años como presidente, Reagan pasó, en distintas estancias, uno completo en el rancho del Cielo, su refugio en las montañas próximas a la localidad californiana de Santa Bárbara. El pasado 24 de abril, la Young America's Foundation, un grupo de estudiantes conservadores, lo compró a los Reagan por una cantidad no precisada. ¿Objetivo? Convertirlo en un santuario donde se preserve la memoria de Reagan y vayan a hacer cursillos de formación política jóvenes de derechas.

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«Cuando uno llega aquí, el mundo desaparece», dijo en 1985 Reagan del rancho del Cielo. Cabalgando sus caballos favoritos o viendo películas en el salón de la casa de adobe, el ex actor convertido en presidente dirigió desde allí el final de la ofensiva norteamericana en la guerra fría. Hasta que un día Mijaíl Gorbachov viajó hasta el rancho y se puso un sombrero de cowboy. «Reagan», dice Marc Short, presidente de la Young America's Foundation, «había ganado: EE UU había recuperado su orgullo y su patriotismo y el imperio del mal estaba acabado».

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