Mulatas
En algunos países, la extraordinaria belleza de sus mujeres coincide con su extremada pobreza. Cuando se produce este hecho, esa carne femenina se equipara a cualquier otra mina de oro, de cobre o de estaño, cuya explotación está en manos de las multinacionales. En el malecón de La Habana y alrededor de los hoteles, de noche brillan las fosforescentes mulatas de lycra, y por 20 dólares, cualquier turista barrigón se convierte en Richard Gere. Otros países de Latinoamérica y del sureste asiático exportan sexo con denominación de origen a todos los prostíbulos del planeta. En esos lugares es muy apreciada la carne de colombiana, venezolana, brasileña, filipina o tailandesa. Esta producción de carne femenina de primera calidad no se agota: a medida que la pobreza es más profunda, la belleza es más exótica. Hoy, Primero de Mayo en La Habana, después de haber contemplado el desfile oficial de un millón de trabajadores, asisto a la subasta de carne maravillosa que se ofrece en los bordes del área del dólar, en la puerta de las discotecas. Cuba no exporta prostitutas al resto del mundo. Hace lo contrario. Se limita a importar verracos humanos, preferentemente italianos y españoles. No hay que insistir en el espectáculo deprimente de las sucesivas levas de turistas en el aeropuerto vociferando sus récords genitales a los nuevos batallones que llegan en el siguiente avión. Quiero referirme sólo a un hecho económicamente excitante. A Cuba llegan cada vez más hombres de negocios a levantar empresas mixtas. Muchos de ellos son también atraídos por esas fascinantes sirenas. Las dificultades que un sistema estatal anquilosado pone a la iniciativa capitalista está lubrificado por la seducción irremediable de las mulatas. Nunca se sabrá qué cantidad de sexo hay debajo de todas las nuevas empresas levantadas. La atracción de la carne, sin duda, está en los cimientos de todas las iniciativas bilaterales. El sexo en Cuba siempre es la primera piedra que lo inaugura todo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.