El relevo
En una democracia consolidada las elecciones nunca las gana la oposición: siempre las pierde el Gobierno. Después de un tiempo en el poder, una putrefacción natural, la misma que acontece en el interior de cualquier fruta madura, hace que el Gobierno se desprenda del árbol. La oposición debe estar preparada para recibir ese relevo con normalidad. Son el cansancio de la opinión pública y el propio deterioro interno los factores que destruyen a un presidente. Los ataques furibundos entre adversarios políticos cumplen un rito litúrgico, pero a la hora de derribar a un Gabinete sirven de poco. Son formas de elevar basura a la superficie y de picar carne. Se trata de un trabajo rutinario que no debe quitar el sueño a ninguna persona decente, porque la política es cosa de los profesionales del ramo, una de cuyas prácticas más honorables consiste en insultarse furiosamente en público y en abrazarse luego en los pasillos. Sería una desgracia que un intelectual, artista, científico, escritor o persona corriente gastara un gramo de energía angustiándose por las miserias que los políticos de uno y otro bando dilucidan entre ellos. En democracia el cadáver político del presidente de un Gobierno tiene una tendencia irresistible a pasar por delante de la casa del jefe de la oposición. Sólo hay que esperar a que él mismo encargue su propio entierro. Muchos políticos viven de exacerbar las pasiones. En este cometido son secundados por algunos periodistas que alcanzan fama y beneficio manteniendo a la opinión en una temperatura extremadamente caliente. Este estado de excitación debe considerarse una estafa. Los que sueñan con derribar a un Gobierno, cualquiera que éste sea, no tienen más que esperar. Al cabo de unos años, la presencia de los mismos rostros, de los mismos gestos, de la misma corrupción, de las mismas palabras gastadas de una misma gente en el poder se hace insoportable. El trabajo sucio lo realiza el tiempo. Así sucede siempre. La oposición sólo tiene que estar preparada para el relevo.
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