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Mitos y paradojas de la Europa comunitaria

Xavier Vidal-Folch

Europa enfoca la recta final de la moneda única tras un exitoso proceso de convergencia que debe asentarla como uno de los grandes polos económicos mundiales. La existencia de la unión monetaria pondrá más en evidencia la necesidad de acompañarla tanto de una mayor unión económica (coordinación de políticas, armonización fiscal, laboral...) como política. Y planteará la urgencia de repensar algunas de las bases económicas de la construcción europea, justo cuando se aborda la discusión del paquete presupuestario para el período 2000-2006. Como todo proyecto político en construcción, la Unión Europea (UE) necesita una panoplia de mitos. Pero la distancia entre el mito y la realidad es a veces abismal. Y entonces se convierte en paradoja. Estos son algunos de los mitos y paradojas económicos de la actual UE:

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¿Europa tecnológica o rural?

El discurso de la modernidad que llena la boca de los dirigentes evoca siempre una Europa tecnológica y competitiva, un mundo postindustrial y de servicios, una sociedad de la información en los albores del siglo XXI... La realidad lo contradice. Según las prioridades fijadas en el presupuesto -y lo que no existe en este documento, simplemente no existe-, la Europa comunitaria es, sobre todo, un proyecto rural.

La PAC (Política Agrícola Común) sigue siendo la principal partida, se lleva todavía el 47,7% de los gastos comunes en 1998. Bastante se ha avanzado en limitarla: en 1970 era el 86,9%, y en 1990, el 56,1%. La partida anual para investigación supone sólo el 3,7%. La política industrial en los sectores aeronáutico o informático no es europea, se fragmenta y dispersa entre los Estados miembros.

La política agrícola es social

Es casi lo inverso. La PAC será a lo mejor necesaria para evitar la desertificación, equilibrar campo y ciudad, asegurar el autoabastecimiento (lógico en la postguerra, menos evidente en época de globalización) y otras razones. Pero no directamente las sociales, salvo una importante, la de ayudar a conservar los 7,5 millones de empleos agrícolas de la UE. Con criterio redistributivo, la PAC es muy cuestionable. Se calcula que un 20% de los agricultores absorbe el 80% de las subvenciones: un millón y medio de agricultores y comerciantes agrícolas bienestantes, el 1% de la población activa, se meten en la faltriquera un tercio largo, casi el 40%, del presupuesto comunitario.

El carácter regresivo interno de esta PAC fue suavizado por la reforma de 1992, que estableció la ayuda directa al productor como complemento -y sustituto en un horizonte lejano- de la ayuda a la producción. Pero sigue en pie, aunque lo enmascaran las movilizaciones de agricultores humildes, muchas veces manejados por poderosos lobbies.

Son éstos tan potentes que logran bloquear durante tiempo un acuerdo favorable al Tercer Mundo -leáse Marruecos o Jordania- porque da entrada al mercado europeo a unas cuantas toneladas de flores cortadas (lobby holandés o alemán) o de tomates (lobby español). Consagran así el carácter regresivo externo de esta PAC. Y regalan argumentos como el de la Europa fortaleza a los países competidores, EEUU (cuyo gran proteccionismo agrario está más disimulado) o Japón (donde no entra un grano de arroz tailandés).

Sólo el factor defensa del empleo y la importancia de los recursos de la política estructural (el 32,9% en el presupuesto de 1998), que persigue el reequilibrio de rentas regionales, compensan parcialmente el carácter no social de la principal partida del gasto.

El campo sin subvenciones

Verdad a medias. Existen subsectores -como los cítricos valencianos- que se han defendido bien internacionalmente durante muchos años, creando valor añadido y exportando, sin excesivos apoyos. Una dosis de liberalismo no necesariamente mataría el campo europeo.

Erasmus o la mantequilla

Europa mira siempre al futuro. ¿Cierto? Cuando en 1987 la Comisión inventó un programa para incentivar el intercambio de estudiantes entre las universidades, los ministros de Educación reaccionaron, furibundos: suponía «invadir sus competencias«. Cuando se aclaró que sólo las completaba, surgieron las reticencias de los ministros económicos, recelosos de dedicar 30 millones de ecus (unos 5.000 millones de pesetas) a tal aventura, la que finalmente más ha hecho por cohesionar a la juventud del continente. Tuvo que arbitrar el Consejo Europeo, la cumbre de líderes.

Cedió por el miedo al ridículo, cuando se comparó el coste del programa Erasmus al de una pequeña decisión recién adoptada por los ministros de Agricultura: la conversión de la mantequilla almacenada pasada de fecha en alimento para animales, cuyo coste era diez veces superior. »

Gallinas ponedoras, informática

La Comisión es una covachuela dictatorial de tecnócratas disparatados y carentes del sentido de realidad dispuestos a imponernos cualquier tipo de legislación armonizadora. Mito fabricado por Margaret Thatcher y jaleado por toda suerte de neoliberales. En realidad, la poderosa Bruselas es una miniatura, con menos funcionarios que el Ayuntamiento de París. Legisla poco, cada vez menos.

Otra cosa es que legisle siempre bien y según prioridades ordenadas. Mientras acaba de lanzar una nueva propuesta de directiva sobre los sistemas de alojamiento y cría de gallinas ponedoras (para sortear las «jaulas en batería«, que son menos productivas y «proporcionan a las aves un medio ambiente desolado«), siguen siendo dispares los enchufes telefónicos. Un usuario de ordenador requiere media docena larga de distintos tipos de adaptador si se pasea por territorio de los Quince, y otro tanto sucede con las tarjetas telefónicas. Hay más mercado único gallináceo que informático. »

Europa, santuario de solidaridad

Lo es en muchos aspectos, como la ayuda humanitaria internacional, donde la Unión más los Quince constituyen el primer donante mundial. Pero no en todo. La última gran preocupación de los ortodoxos en la unión monetaria -Theo Waigel- es evitar cualquier nuevo flujo de transferencias entre países, aunque se produzcan crisis asimétricas , las que afectan más a una región o país que a otro (un choque petrolífero perjudica más a aquellos cuyo consumo energético final depende más del suministro decrudo). De modo que la culminación de la aventura europea más integradora en los últimos cincuenta años, el euro, se hará sin más mecanismos de solidaridad interna que los ya existentes. Una boda en la que los contrayentes firman el contrato, incluso intercambian anillos (de cobre, ¡ahorremos¡) pero no se regalan ni pulsera ni reloj. Se miran de reojo.

Los neutrales, ¿más generosos?

Los Estados miembros escandinavos -y Austria- con tradición liberal-pacifista neutralista, devotas aportaciones tercermundistas y participación sempiterna en las misiones de los cascos azules pasan por ser los más solidarios.

Ciertamente, dedican buenas cantidades a la cooperación al desarrollo, aunque no siempre a través de la UE. El reciente Ecofin (Consejo de ministros de Economía y Finanzas) informal celebrado en York desveló la naturaleza semiengañosa de ese mito.

Junto a Alemania -tiene atenuantes, es la más pagana-, fueron tres los ministros que reclamaron rebajar sus contribuciones al presupuesto comunitario, generalizando el cheque británico (un sistema tan letal para la Hacienda común como si generalizase el concierto vasco en España: quedarían migajas para la cohesión interregional). Fueron, precisamente, los de Suecia, Austria... y Holanda. Los Países Bajos nunca han sido neutrales, pero pasan por ser emporio de la libertad de costumbres, la cohesión social, la acogida a ciudadanos de otros países. Su caso es clamoroso: sólo son contribuyentes netos desde hace poco más de un año (aunque en ese período hayan enjugado buena parte de sus anteriores saldos netos positivos). »

Keynes, requiescat in pace.

La Europa de los años ochenta y noventa enterró oficialmente a lord Keynes y sus políticas de estímulo de la demanda. Ahí yacen, entre otros cadáveres, las «grandes redes de transporte» proyectadas en el Libro blanco para el empleo de Jacques Delors.

Pero a la hora de justificar económicamente la ampliación al Este y los sacrificios financieros que supondrá para los actuales socios, la Agenda 2000 se concentra en dos argumentos de peso: la ampliación del mercado con cien millones de nuevos consumidores y el estímulo a la demanda, del que se beneficiarán las empresas de los Quince.

La ampliación al Este, ¿cara?

Es la más costosa de todas las registradas hasta ahora, porque integrará a países muy pobres. Sólo en el período 2000-2006 -en que el gasto será moderado, apenas entrará una minoría de entre los once candidatos: diez orientales y Chipre-, la factura ascenderá a 75.000 millones de euros (unos doce billones de pesetas). Pero en términos relativos es nimia: esa cantidad no representa más que el 0,00127% del PIB de los Quince para todo el período. O sea, algo más de una milésima. Y además, supone incorporar al club cien millones de consumidores y acabar con la división del continente.

Alemania es la locomotora.

Potente, sí. Coherente, pues como todos. Cuando a finales de 1996 se discutía el Pacto de Estabilidad -el mecanismo de alerta y sanciones que debe garantizar la continuación de la política económica de rigor-, su inventor, Waigel, defendió que se circunscribiese al control del déficit. Se opuso a incluir la deuda (el criterio que Alemania cumple con más apuros), contra lo que pretendía España (para lucir su nivel de endeudamiento, superior al alemán, pero más discreto que el italiano o el belga). Sólo cuando ha comprobado que la opinión pública alemana sigue recelando del euro y teme que la inclusión de Italia merme la fortaleza del sustituto del marco, se ha acordado de la deuda y propone que la cumbre del Primero de Mayo apruebe unas medidas de última hora para extremar la vigilancia sobre ella. Europa, capaz de hazañas.

Cierto. ¿Cuántos apostaban hace dos años a que la unión monetaria congregaría once países? ¿Quiénes imaginaban que países del Sur como Italia, España y Portugal serían capaces de acelerar sus políticas de austeridad para integrarse? ¿Cuántos auguraban que la convergencia, es decir, un cierto sacrificio, movilizaría a las sociedades? Pero junto a las hazañas, las miserias.

A días contados de la cumbre del euro en que se oficializará la criba de seleccionados, los Quince siguen mostrándose incapaces de ponerse de acuerdo en el nombramiento del presidente del BCE. Pueden lo más heroico, el sacrificio. Pero de momento no lo menos, seleccionar su personal con suficiente antelación.

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