El efecto Borrell
1995. El Partido Socialista francés llevaba dos años en la oposición, se acercaban las elecciones presidenciales y había que elegir candidato. Convocaron primarias. Emanuelli, el secretario general, optó a ellas. Lionel Jospin, que ni siquiera era diputado, anunció asimismo su candidatura. Ganó el candidato no oficial y empezó a hablarse del "efécto Jospin": obligó a Chirac a una segunda vuelta, en la que obtuvo el 48%, y 1997 llevó al PS al poder, derrotando contra todo pronóstico a la derecha. 1974. En el congreso del PSOE en Suresnes tuve la oportunidad de presentar a Felipe González como candidato a la secretaría general del PSOE. Era un joven poco conocido aún entre los socialistas y nada entre los españoles. Tenía una imagen izquierdista, jacobina, heterodoxa. Los veteranos pensaron que aquello era una aventura, un salto en el vacío. Los delegados, sin embargo, se arriesgaron y le dieron su apoyo. El resto es historia conocida, incluso el episodio en el que Carrillo en el 77 dijo que las elecciones no eran un concurso de belleza.
En mi ánimo, ante las impresionantes expectativas que han despertado las primarias socialistas, se mezclan sentimientos parecidos a los que sentí en el congreso de Suresnes o en relación al fenómeno Jospin. Me refiero a la sensación de que algo está pasando en profundidad de lo que no acertamos a darnos cuenta cabal. Los jóvenes y las mujeres, en especial, están lanzando mensajes que tenemos que saber captar. El entusiasmo, la alegría, hasta las lágrimas en los auditorios que escuchan a Borrell expresan un escenario nuevo que hace mucho tiempo no veíamos. Un candidato imprevisto, no cooptado, que no responde a tendencia o grupo de presión alguno, se lanza sin padrinos a campo abierto y genera una atracción, una ilusión, una esperanza que no se vivía en la izquierda española desde el mítico 82. ¿Se puede hablar ya del "efecto Borrell"? Lo que llevó a Felipe González a la aplastante victoria electoral de aquel 28 de octubre no fue que se le considerara sólido, serio o creíble, aunque luego demostrara serlo, sino su capacidad de comunicación, de transmitir algo nuevo, de plantear un horizonte por el que merecía la pena luchar.
Antes de seguir creo justo decir que no sólo tengo la mejor opinión de Joaquín Almunia, sino que me consta que ha jugado un papel decisivo en hacer posible las primarias contra la reticencia de una parte de su entorno. Recuerdo que cuando en el mes de enero una periodista de EL PAÍS me preguntó qué opinaba sobre la necesidad de proclamar a Almunia candidato, como propugnaban varios miembros de la ejecutiva federal del PSOE, y así fortalecer su liderazgo, mi respuesta fue otra pregunta:"¿Pero es que no está suficientemente fuerte?", para añadir a continuación que Almunia sólo podría legitimarse como candidato si ganaba unas primarias abiertas y competidas, no proclamado sólo por el comité federal. Mi interlocutora, buena conocedora de Ferraz, comentó enseguida: "Unas primarias no se contemplan en el entorno de Joaquín". Almunia tenía que ir a unas primarias porque hoy no tendría credibilidad ser designado por un grupo de notables y Borrell, al presentarse, abrió el camino a una competición que marcará época en la vida política democrática española. Flaco favor, por tanto, hacen a Almunia los que teniendo tantos argumentos para defender a un candidato sólido y competente recurren al catastrofismo de lo que ocurriría si el suyo no gana. Otros dos errores, que Joaquín no ha sabido cortar, han sido la parcialidad del organigrama del partido que ha puesto en permanente riesgo la igualdad de oportunidades y la llamada a rebato de ex ministros y pesos pesados como si Joaquín estuviera en peligro, generando lógica contrariedad e incomodidad en la militancia de base. Estas primarias no son un cuento de hadas, pero tampoco una película de miedo.
Estoy seguro de que tanto si gana Almunia como si gana Borrell, y conozco bien este partido, todos a una apoyaremos sin reserva al candidato elegido, no habrá crisis negativa, no se dañará la unidad ni la cohesión y las probabilidades de que el PSOE surgido del 34º Congreso gane al PP en las próximas elecciones habrán aumentado considerablemente en relación al momento anterior a la convocatoria de las primarias. Y eso sí que habrá que anotarlo en el haber de Borrell, auténtico revulsivo para los que se habían resignado a otra victoria inevitable del PP y practicaban una oposición desganada, para desesperación de los socialistas de la calle. Apuesto, pues, por el tándem Almunia-Borrell o BorreII-Almunia que llevará al PSOE a la victoria, pero creo que la fórmula con más posibilidades de éxito es con Borrell de candidato a presidente y Almunia de secretario general.
Pero es que Borrell no es sólo un excepcional comunicador, es además un hombre con una brillante gestión a sus espaldas y un bagaje de ideas y proyectos programáticos que le confieren un perfil propio entre los colaboradores de Felipe González. Como secretario de Estado de Hacienda modernizó la fiscalidad e hizo comprender y compartir que pagar impuestos es un deber cívico sin el que no es posible financiar el Estado de bienestar, y como ministro de tres carteras, Obras Públicas, Transportes y Comunicaciones y Medio Ambiente, supo ganarse justa fama de ministro-eficacia. Cuando ahora recorre España de punta a cabo, los propios asistentes a sus actos le recuerdan la autovía, el aeropuerto, el puerto o el embalse que se construyó en esa comarca, provincia o comunidad cuando él era ministro. Todo ello fue posible, además, porque Borrell, contra lo que incomprensiblemente se le achaca, sabe formar equipos competentes y resolutivos.
En el terreno de las ideas y de los proyectos, Borrell se ha diferenciado desde siempre de las posiciones neoliberales que han dominado el discurso económico incluso entre los más influyentes economistas del PSOE. El énfasis de Borrell en distinguir derechos (trabajo, educación, salud, vivienda, pensiones), que deben garantizarse con el esfuerzo solidario de todos, y mercancías, que el mercado debe producir fomentando la competitividad, ha terminado haciendo fortuna y ya nadie hoy se atrevería a decir que aquí lo bueno es enriquecerse individualmente y que cada cual se salve como pueda. Una buena síntesis de urgencia del pensa miento político, socioeconómico, cultural, de Borrell se puede encontrar en su libro Al filo de los días, que acaba de aparecer y que recoge algunos de sus artículos, conferencias e intervenciones parlamentarias de los últimos años. Menos conocida públicamente es la vocación de internacionalismo solidario de José Borrell, su vinculación y aportación a las ONGs de ayuda al desarrollo, medioambientales o de defensa de los derechos humanos. Estoy seguro de que si gana su programa en política exterior estará impregnado de esta sensibilidad. Europa ha sido otra de sus preocupaciones constantes, pidiendo que se enfatice tanto la unidad política y social como se ha hecho con la unidad económica y monetaria.
Pienso que en estas primarias se puede estar decidiendo si al socialismo español le ocurre lo que al francés, que sólo estuvo dos años en la oposición, o sufre el calvario del laborismo británico o la socialdemocracia alemana, que han estado 17 años sin gobernar, quemando sucesivamente a cuatro o cinco candidatos sin gancho para ganar, instalándose en luchas fratricidas y esperando tres lustros para encontrar al candidato comunicador para volver a gobernar. Pero mientras tanto Borrell ya ha devuelto el ánimo a los corazones, la alegría al espíritu y la sonrisa a los labios a decenas de miles de socialistas. Gracias por ello.
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