En el Día del Holocausto
Dura ha sido la reacción de la opinión pública contra la Iglesia católica a propósito del documento vaticano sobre el Holocausto judío. Es como curar hondas heridas históricas con una aspirina. Esta Iglesia recuerda poco, recuerda mal y por eso acaba exculpándose como institución. Lo chocante no es la blandura del documento vaticano, sino la indignación de la gente. ¿Qué cabe esperar, en asunto de memoria, de esa Iglesia católica que no movió un dedo cuando los nazis se llevaron a la monja Edith Stein a la cámara de gas y luego se puso todas la medallas cuando la declaró santa? Lo que sí llama la atención es la indignación de periodistas, articulistas o políticos... españoles. Aquí no hay rastro de lo que pudiéramos llamar una cultura del Holocausto. España ha vivido de espaldas a ese acontecimiento singular, el más significativo del siglo XX. Hace unas semanas, la policía alemana metió en sus calabozos a jóvenes hinchas madridistas que se exhibían por las calles del Leverkusen con símbolos y gestos nazis. En las fiestas estivales de muchos pueblos castellanos es fácil descubrir peñas de jóvenes que se llaman Los Nazis porque identifican ese nombre con "el ser machotes". Seguro que no saben lo que hacen. Les falta esa cultura del Holocausto de la que carece la sociedad española. No podemos indignarnos ni contra los obispos católicos ni contra esos jóvenes desnortados. Hay que empezar por nosotros mismos: por los hombres de letras y los de ciencia y los responsables políticos. Todos, en efecto, adolecemos de la misma ignorancia. El Holocausto o Shoa es una pregunta sin respuesta que satisfaga, tal y como no deja de decirnos Primo Levi, un testigo privilegiado de esta enorme tragedia. Sólo nos queda preguntar por qué se llegó al hecho del Holocausto de seis millones de judíos. La Shoa fue posible porque se conjuntaron tres fenómenos que nos afectan directamente. En primer lugar, un modo de pensar que privaba a lo judío de toda racionalidad y de toda dignidad humana. No me refiero a panfleteros antisemitas, sino a escritores y pensadores clásicos, consagrados. Todos los grandes filósofos modernos tienen una cuestión judía. Lo judío les sirve para explicar lo que queda fuera de la racionalidad occidental. Hegel, para salvar a Jesús, le hace griego; Lessing dice a los judíos que la razón viene de Atenas; Herder está dispuesto dejar sobrevivir políticamente al pueblo judío si renuncia a su peligrosa concepción de la memoria; Marx, el más antisemita de todos, identifica el ser judío con la letra de cambio...Mucho antes de que se produjera la liquidación física en las cámaras de gas, ya se les había ejecutado metafísicamente por nuestros grandes clásicos. En segundo lugar, un irresponsable desarrollo de la ciencia y de la técnica. Hemos asumido como dato incontestable que la ciencia para desarrollarse tiene que atenerse a su propia lógica sin dejarse alterar por preguntas de otros campos. La lógica de la economía es la del dinero; la lógica de la política, la del poder; la lógica de la ciencia, el dominio de la naturaleza, e cosí via. ¿El resultado? Un desarrollo espectacular de la ciencia, efectivamente, pero al precio de no saber por qué ni para qué se investiga. No hay control social ni moral de la técnica. Se pueden fabricar cámaras de exterminio, gases letales o hacer experimentos con humanos desde el más riguroso respeto a la lógica de la ciencia y ninguno a la dignidad del hombre. Finalmente, minusvalorar las querencias totalitarias de la política. A las cabezas más influyentes de aquel tiempo les interesaba más la revolución (la roja o la conservadora) que la democracia. Se aceptaba el totalitarismo como precio obligado de la política correcta. Nadie se sorprendió entonces cuando Hitler vació la política de contenido y erigió su voluntad en ley. La sociedad se había quedado sin armas para enfrentarse a la concepción de la política como voluntad del Führer. Cultura del Holocausto significa, en primer lugar, conocer el hecho y, además, desentrañar su significación. No dice mucho en nuestro favor que hayamos tenido que esperara la serie televisiva El Holocausto y a la película La lista de Schindler para que atisbemos la magnitud del acontecimiento. Ahora hay que dar un paso más y tratar de comprender su actualidad o, lo que es lo mismo, recordar la ambigüedad de nuestros pensadores, de nuestra concepción de la técnica y de la política. El sentido, hoy, del Holocausto se resuelve en una palabra, la más repetida a lo largo de la Biblia: "Estad alerta". La posibilidad de la barbarie está a la vuelta de la esquina. Los testigos del Holocausto son la prueba de que la amenaza puede llevarse a cabo, por eso hay que estar vigilantes y saber detectar los signos de la barbarie. El recuerdo no es una mirada nostálgica al pasado, sino un abrir los ojos para detectar el renacimiento de la barbarie. La falta de cultura del Holocausto explicaría la indiferencia o el desconocimiento entre nosotros de los grandes debates políticos-morales que han tenido lugar en Europa después de la II Guerra Mundial. Piénsese en las polémicas sobre la culpa y/o la responsabilidad de las generaciones siguientes a propósito de los crímenes ' de los padres; sobre las dimensiones del mal, a raíz del juicio a Eichmann; sobre el Debate de los Historiadores que giraba en torno a la singularidad o no de la Shoa; sobre las implicaciones relacionadas con Heidegger y el nazismo. ¿Dónde estaban los intelectuales españoles? Lo grave no es la ausencia en Ios temas de nuestro tiempo", ni siquiera la insensibilidad respecto a temas morales que tienen aplicación práctica y precisa en nuestra propia historia, en la que hay tanto que recordar. Lo realmente grave es el olvido del genio judío, genio del que un día formarnos parte. En efecto, para construir una cultura del Holocausto hace falta dejarse llevar por el espíritu judío. Hay que entender que Europa no sólo viene de Atenas y de Roma. También de Jerusalén. Entre las asignaturas pendientes está la de recuperar nuestra media alma judía, que tiene una sensibilidad y una racionalidad. específica. Algunos la llaman razón anamnética y consiste ésta en pensar las cosas haciendo pie: pensar la libertad desde la experiencia de la esclavitud o de la dictadura; pensar la justicia desde la experiencia de la injusticia; pensar la universalidad desde la afirmación innegociable del individuo, etcétera. Un ejemplo puede ilustrar este continente de sentido. Cada vez que las ONG reividincan el famoso 0,7% para ayuda al Tercer Mundo, deslizan en sus pancartas un texto que es una provocación. Dicen, en efecto, que ese 0,7% es "por justicia". No hay, sin embargo, Código Civil o Penal, facultad de Derecho o teoría de la justicia que avale tamaña sentencia. Si hubiera que dar ese porcentaje a los países pobres "por justicia", habría que reconocer dos supuestos: que hay una relación histórica entre nuestra riqueza y su pobreza y que los nietos son responsables de las apropiaciones violentas de sus abuelos. Para que eso fuera tomado en serio por la "academia" habría que colocar a la memoria a la misma altura que la razón occidental. Eso es impensable para nuestros sabios esquemas, que ya hace tiempo descubrieron que "para vivir hay que olvidar". Nuestras teorías de la justicia huyen de la memoria y del tiempo como de la peste. La racionalidad judía no olvida, por eso sí podría entender que el texto de las ONG no es un exceso retórico, sino un razonable, planteamiento de la justicia. Si ese tipo de recuerdos resultan tan incómodos y extraños, si preferimos la memoria del ordenador a la del sufrimiento, ¿no será porque en los campos de concentración quedó enterrado algo de esa capacidad de recordar? El Día del Holocausto es un aldabonazo para que el olvido no sea irreparable.
Reyes Mate es profesor de Investigación del CSIC. El Día del Holocausto es este año el 23 de abril, según el calendario judío
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