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'Espaldas mojadas'

Emilio Menéndez del Valle

Malaisia es un país de 21 millones de habitantes que ha construido su relativa prosperidad en década y media, al igual que otros asiáticos, en base a abrirse a la competencia intemacional. Esa política, aderezada de disciplina interna, consiguió todavía en 1996 -el año anterior al gran pasmo financiero- atraer al área nada menos que 63.000 millones de dólares. La fuerte expansión malaisia propició la libre entrada de numerosos inmigrantes, principalmente indonesios, que han llegado a sumar dos millones del total de ocho que integran la población laboral activa del país y que han realizado los trabajos más duros o indeseables para los malaisios.Como es sabido, la crisis ha llegado y golpeado duramente en muchos sectores, pero sobre todo en las espaldas de los imnigrantes. El mes pasado, el Gobierno de Kuala Lumpur situó la previsión de crecimiento para 1998 en un 2%, antes estimada en un 4%. Sin embargo, algunos economistas la colocan en un mero 0,7%. Si se compara con el 7,8% de 1997 o con el 8% de los años anteriores, la gravedad del trance es patente. Se trata de algo generalizado. Un estudio japonés pronostica que los parados crecerán este año un 69,6% en nueve países asiáticos. Las causas son varias. Especulación del capital internacional, sí. Pero también es cierto que ha bastado un amago especulativo para echar abajo el castillo de arena sustentado en las exportaciones, a su vez impulsadas por mano de obra barata, todo ello en un marco financiero deficiente y a veces corrupto. Años oyendo hablar de tigres asiáticos y al final se nos convierten en tigres de papel.

El carismático primer ministro malaisio, Mohamed Mahathir -el líder que, en unión de otros asiáticos, acertadamente ha denunciado el ansia hegemónica occidental y su falta de sensibilidad hacia culturas ajenas-, perdió el año pasado los nervios ante la inmensidad de la crisis y cayó en los despropósitos. Durante unos meses aciagos acusó e insultó a Georges Soros, que es judío (llegó a llamarle "retrasado mental", lo que en verdad no parece ser), constató que ''somos musulmanes y a los judíos no les gusta que los musulmanes progresen" y recordó "cuán fácilmente los extranjeros hunden nuestra economía deliberadamente minando nuestra moneda y nuestra Bolsa". Desde entonces ha adoptado la exageración como norma de conducta y acusa a los especuladores internacionales de ser los causantes de la crisis. Fue, sin embargo, la propia Malaisia la que se abrió al capital extranjero, aceptando las reglas del juego. Y han sido Malaisia, Tailandia y otros países del área los que han agravado sus propios problemas con la especulación inmobiliaria, proyectos grandiosos y créditos incontrolados. Hay que decir también que los que influyen decisivamente en los famosos mercados globalizados no son precisamente los pequeños Estados, sujetos a una competencia internacional que a menudo son incapaces de soportar. Ello ha llevado a Mahathir a decir, con cierta razón, que "los países desarrollados tratan de colonizarnos de nuevo sirviéndose de su riqueza económica".

Lo peor de todo esto no es, la ira del primer ministro contra esos extranjeros, que, al fin y al cabo, la reciben en las espaldas de otros, los inmigrantes. Lo peor son los millones de personas que se han convertido en chivo expiatorio. Desde principios de año están siendo expulsados de Malaisia por miles. Sin consideración alguna. Antes al contrario, en ocasiones brutalmente, probablemente con la intención de que toda Asia se entere de que Malaisia ya no es tierra prometida.

Podría llegar a ser ejemplo de cómo el declive de una economía artificialmente boyante convierte a una sociedad relativamente tolerante en despiadada. Si, como están haciendo, las autoridades, se incita a la población a denunciar a los inmigrantes ilegales y se expulsa indiscriminadamente a refugiados políticos, la preocupación aumenta. ¿Cabe esperar de la naturaleza humana que el sentido común y la generosidad se manifiesten en plena crisis económica

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