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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Se busca lector

Para los humanistas del Renacimiento, el ideal de una cultura compartida por todos, a todos asequible, por todos comprensible, que erradicara la superstición, los prejuicios y el fanatismo, elevaría al hombre desde su estado de ignorancia y opresión hacia un mundo más justo y libre. El siglo que acaba ha tirado por tierra todos estos ideales, en alguna ocasión convirtiéndolos en fetiches finalistas que han justificado crímenes espantosos, pero con mayor frecuencia tergiversándolos hasta transformarlos en cáscaras vacías, formas sin contenido, caricaturas de sí mismos, espantajos.Resulta paradójico que sociedades que se autodenominan democráticas, constituidas por ciudadanos, individuos sustancialmente semejantes, iguales en derechos y deberes, hayan endiosado a los artistas y a los intelectuales y hayan sacralizado expresiones y corrientes que, como el abstracto o los formalismos, evitan de modo confeso cualquier rasgo que pueda hacer que sus obras sean compartidas por todos, a todos asequibles, por todos comprensibles. Más que paradójico, es sarcástico que la instauración de esta democracia limitada haya coincidido en el tiempo con la mayor caída en el descrédito del ideal de cultura humanista. La ciencia envejece enclaustrada en las universidades; la política, burocratizada; el arte, institucionalizado y corporativizado; la literatura, a menudo transformada en una feria de vanidades sin la compensación de la obra bien hecha.

Que el 50% de los españoles no haya leído nunca un libro implica, entre otras cosas, que muchos de los que componen ese otro 50% han leído sólo uno. No es la industria editorial la que peligra, sino el lenguaje como vehículo y creador de la cultura, la capacidad misma de comprender la realidad y de comunicarnos. Sin duda, hay una responsabilidad personal en quien puede leer pero renuncia a hacerlo, pero también en quienes, teniendo medios de presentar la lectura como la actividad enriquecedora y lúdica que es, la están convirtiendo en un ejercicio de logomaquia críptico, infructuoso y aburrido.

Hubo una época en que la oscuridad de las noches era aprovechada para subir con escalas a lo alto de los muros y hacer pintadas demandando libertad y justicia, o para señalar con el dedo a los tiranos y a los caciques. La otra mañana, en un parque madrileño, vi a un muchacho que había trepado a las ramas de un álamo. Acuclillado y con una navaja en la mano, punzaba en el tronco, a dos metros del suelo. Cuando hubo concluido su tarea, me acerqué. Teniendo en cuenta los tiempos que corren, no me había hecho demasiadas ilusiones; no esperaba encontrar una proclama política ni una denuncia inteligente; si acaso, una declaración de amor. Pero el texto superó mis expectativas: "Hijoputa el que lo lea", decía simplemente, tristemente.-

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