Japón, acosado
NO HA debido ser un plato de gusto para las autoridades japonesas acudir a la convocatoria de las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo de los Siete (G-7), que agrupa a los países más ricos: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá. A las previsiones de crecimiento económico difundidas por el FMI, manifiestamente inferiores a las asumidas por el Gobierno japonés, se han añadido las esperadas presiones del resto del G-7 para que Japón genere estímulos efectivos que reactiven una economía en recesión y con muchas dificultades; más efectivos, en todo caso, que los diversos paquetes de los últimos meses.Los mercados financieros ya han mostrado señales elocuentes de su desconfianza, provocando una fuerte depreciación del yen y una caída de las cotizaciones en la Bolsa de Tokio. Las implicaciones de este veredicto sobre el resto de la economía mundial no serán neutrales. Las primeras víctimas de este impacto adverso pueden ser las otras economías asiáticas que ya de, por sí atraviesan muy profundas dificultades desde el verano. Y tras ellas, la economía mundial en su conjunto. Junto a los estímulos al crecimiento de la actividad, los ministros de Economía y Finanzas del G-7 han presionado a Japón para que aborde algunas reformas pendientes: mayor flexibilidad y apertura, y fortalecimiento de su sistema financiero, cuya fragilidad era ya manifiesta antes de que se propagara la crisis financiera en algunos países del sureste asiático.
El G-7 ha también eventuales reformas en la arquitectura del sistema monetario internacional, cuya necesidad ha sido acentuada por la crisis en el sureste asiático. La reforma en profundidad del actual no sistema monetario internacional, para reforzar los mecanismos de anticipación y respuesta a las perturbaciones del proceso de globalización financiera, es una exigencia absolutamente perentoria. Pero el G-7 no es precisamente la instancia que debe abordarla.
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