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Afonías atronadoras

Hay afonías atronadoras, silencios estruendosos, luces cegadoras, oscuridades ardientes y conflictos luminosos. Pero, antes de seguir adelante, demos los gritos de rigor. Se impone una declaración de principios contra la patrimonialización de los fondos reservados -la manga riega que aquí no llega-, contra la tergiversación de la Guardia Civil por Luis Roldán, contra la directora del Boletín Oficial del Estado, contra las irregularidades de Mariano Rubio cuando, siendo gobernador del Banco de España, se lucró con las cuentas de Ibercorp junto con otros personajes de la sociedad, incluido ese impecable profesional aviesamente denunciado en las páginas de El Mundo Ruiz de la Prada. Y la anterior declaración continúa contra los procedimientos indebidos de financiación de los partidos políticos, empezando por Filesa y Aida Álvarez, y contra la guerra sucia a la que nunca desde sus orígenes en los primeros setenta hemos incitado, ni sostenido, ni alentado, como puede comprobarse en las hemerotecas.Ahora que el semanario El Siglo ha ofrecido algunas leves antologías de editoriales y artículos firmados patrocinando la guerra sucia en las páginas de Diario 16 se ha comprobado que esa actitud se inicia a partir del momento en que Jota Pedro fue nombrado director. Ésa fue una de sus innovaciones más meritorias en las que sus predecesores nunca habíamos incurrido. Porque nunca pactamos, ni merendamos, ni cenamos, ni visitamos las casas, las residencias o los establecimientos de masajes más o menos lúdicos o profilácticos de los que son propietarios o en los que son fuertes los hermanos Amedo, la dulce Neus, Emilio Rodríguez Menéndez, Cantalejo o Javier Bleda. Hubiera podido suceder, lejos de nosotros cualquier hipocresía, pero el Altísimo nos tuvo de su mano -nada por aquí, nada por allá- y no sucedió. Tampoco nos dio por otras actividades insalubres como el deporte y es imposible encontrar nuestra ficha ni siquiera como transeúntes en club deportivo alguno, ni siquiera en el Abasota, donde otros sudaban juntos.

Pero volvamos a las afonías atronadoras. Recordemos que el vicepresidente del Gobierno Francisco Álvarez Cascos, cuando fue interrogado la primera vez acerca de sus conversaciones con el abogado de los hermanos Amedo en el despacho de Jota Pedro tuvo un formidable reflejo digestivo y se acogió al silencio por respeto al cocido de Lalín. Luego anduvo alardeando de su plena disposición a contestar sobre esa cuestión en sede parlamentaria, mientras sus adláteres -Miguel Ángel Michavila, secretario de Estado para las Relaciones con las Cortes; Luis de Grandes, portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, y Luis Acebes, coordinador del Partido Popular en la central de Génova- se concertaban con eficacia plena para que las preguntas e iniciativas de la oposición socialista fueran bloqueadas por el presidente de la Cámara, Federico Trillo. Y al fondo, en vísperas de reaparecer como cofrade mayor en Valladolid, se oía la risa del guiñol que tan bien imita Miguel Ángel Rodríguez acompañada de dulces advertencias a estos chicos del PSOE empeñados a su parecer en obligar al Gobierno a recuperar la memoria de sus asesinatos en el caso GAL.

Estábamos en éstas cuando los nunca bien ponderados servicios del periodismo de investigación encontraron en su garaje habitual el automóvil del que se sirvió el Cesid hace años y años para asesinar a los mendigos de prueba para el suero de la verdad, y por si fuera poco se descubre también que alguien estaba haciendo un seguimiento de la sede de HB en Vitoria. Un alguien que pasa a ser identificado como el Cesid. El escándalo en las páginas mundiales es mayúsculo, y todo apunta a que el escarmiento que el presidente Aznar prepara será de las mismas proporciones. Mambrú se fue a la guerra. No sabemos cuándo vendrá. Al regreso, el vicepresidente puede haber pescado el campanu cántabro y haberse repuesto de la afonía mientras se abre el melón y los demás averiguamos quién manda.

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