'Serendipity'
El inesperado éxito político que están cosechando las ya famosas primarias del PSOE parece un caso típico de serendipidad. Esta extraña palabra, acuñada en 1754 por Horace Walpole, fue consagrada en 1945 por Robert King Merton para designar "el descubrimiento, por casualidad o por sagacidad, de resultados válidos que no se buscaban". Se trata, en definitiva, del ¡eureka! de Arquímedes: el feliz hallazgo inesperado de un regalo caído del cielo que sobreviene como una consecuencia no querida de los actos. Y es que cuando en el PSOE se puso en marcha el invento (lo que sucedió un poco al azar y casi sin querer, aunque ahora rivalicen Borrell y Almunia por apadrinarlo, atribuyéndose ambos el impulso original), nadie fue consciente de lo que estaba a punto de desencadenarse. De ahí la sensación de vértigo que ahora embarga a muchos socialistas, temiendo haber actuado como unos aprendices de brujo al poner en marcha fuerzas peligrosas que podrían volverse contra ellos si no las saben controlar.Pero la verdad es que la mayoría de los militantes están encantados y tan contentos como chicos con zapatos nuevos, pues por primera vez en seis años (desde aquellos fastos del 92 que hoy nos parecen ya tan antiguos y tan lejanos), su partido regresa al primer plano, ocupando por fin los titulares de prensa con buenas noticias sobre los socialistas tras más de un lustro de protagonizar nada más que escándalos, corrupciones o crímenes de Estado). Lo cual implica no sólo recuperar el protagonismo político, sino lo que quizá resulta mucho más importante: la buena conciencia, el amor propio, la autoestima colectiva y el orgullo de sí mismos. Gracias a las primarias, los socialistas han recobrado el derecho a llevar la cabeza erguida. Esto resulta trascendental. Y sus rivales políticos así lo han percibido. De ahí que desde las filas del Partido Popular o Izquierda Unida se denuncie la presunta falta de limpieza en las primarias socialistas, con objeto de descalificarlas ante la opinión pública. Por eso resulta un requisito indispensable el que la cúpula del aparato socialista permanezca escrupulosamente imparcial, a fin de que el debate entre los dos candidatos aspirantes sea un modelo intachable de igualdad de oportunidades, con exquisito juego limpio y caballerosa deportividad. Es más, incluso sería conveniente que se celebrase algún debate televisado entre Almunia y Borrell en una cadena neutral (como Tele 5, por ejemplo), lo que permitiría contrastar sus respectivas sensibilidades políticas: ¿representaría el pragmático Almunia el papel de Tony Blair español, mientras el jacobino Borrell haría de Lionel Jospin?
Pero si el aparato socialista está obligado a ser imparcial (pues no se puede ser árbitro y parte al mismo tiempo), no sucede lo, mismo con los observadores externos, en tanto que espectadores interesados en el debate. Resulta muy significativo que la prensa más antisocialista, con Ramírez y los suyos a la cabeza, haya optado por apoyar a Borrell. ¿Significa esto que desean su victoria por creerle el mejor? no parece probable, pues de ser así pondrían en peligro a su patrón Aznar. Lo más lógico es que se trate de un cálculo estratégico, que parte a prior¡ de la victoria de Almunia como apuesta más segura, y sobre esa base les conviene que Borrell roce casi el empate: por eso le apoyan, a fin de sembrar la división en las filas socialistas.
Pues bien, un cálculo parecido es el que ha debido hacerse el propio Borrell: a la hora de presentar su candidatura no buscaría tanto ganar como quedar bien colocado en cabeza de la sucesión a González (adelantando así a los Solana, Maragall y compañía), una vez queel sólido pero poco brillante Almunia pierda frente a Aznar en las próximas elecciones generales. Pero semejante maquiavelismo presenta dos puntos flacos. Uno es el de su transparencia, que le puede crear una imagen de oportunista. El otro es que su cálculo termine por resultar errado, pues Borrell podría ganar contra su propio pronóstico: ¿y qué chance tendría contra Aznar si surgiese semejante serendipidad?
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