Poligamia
Un sexo feliz, placentero, sin culpa, lleno de flores y collares de nueces a la manera tahitiana es incompatible con un sentido belicista de la vida, La fobia del sexo que se deriva de la cultura judeocristiana es propia de estados guerreros nacidos en la sed del desierto. La pesadilla sexual que rodea a Clinton se establece sobre esta contradicción: si el presidente de Estados Unidos puede aplastar a cualquier país con la máxima fuerza que se ha dado en la historia, debe ser coherente con esta agresividad congénita de las armas y no comportarse como si la Casa Blanca fuera una derivación de los Mares del Sur. El sexo está asociado a la muerte. Hay una explicación: el macho pasa por un estado de imbecilidad transitoria cuando copula; en ese momento es sumamente vulnerable, entre otras razones, porque actúa de espaldas con ojos ciegos de placer, cosa que le impide ver el peligro que llega por detrás. Durante millones de años los primates de la tribu vecina han aprovechado ese flanco débil para darle a su enemigo un garrotazo en el cogote. Por eso en una civilización bélica y machista como la muestra las parejas todavía se esconden a la hora de celebrar el coito. Seguramente Clinton, en su contradictorio papel de presidente de EE UU y ciudadano proclive a practicar el sexo polinesio, debatirá en su inconsciente esta cuestión: cómo es posible que a un ser con capacidad y poder para arrojar la bomba atómica sobre media humanidad le esté prohibidio pellizcarle el culo a una becaria en el Despacho Oval, donde se rigen los destinos del planeta. La respuesta es sencilla. Simplemente, porque en esta cultura belicista nacida de un desierto aún se sigue creyendo que el sexo ablanda el carácter, hace al macho vacilón y lo pone no sólo a merced de la hembra, sino también de los hipotéticos enemigos emboscados tras el lecho. Si la Casa Blanca fuera una cala con cocoteros de la Polinesia, con toda seguridad Clinton no tendría problema alguno; claro, que en este caso tampoco habría interés en bombardear a nadie.
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