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Reportaje:

La Camorra reina en Nápoles

La guerra mafiosa en la capital del sur italiano se ha cobrado ya 30 víctimas en lo que va de año

"Unos pocos infartos acabarían con el problema", dice Gianni, un tipo en los cuarenta, corpulento y de aspecto amenazador que atiende una pequeña gasolinera en la periferia de Nápoles. Gianni confía más en la intervención divina distribuyendo fulminantes ataques cardiacos que en la humana para poner fin al último episodio de violencia que ha convertido a Nápoles, de nuevo, en una ciudad sitiada por la policía. Ocho meses después de que el Gobierno italiano enviara el Ejército a la ciudad para calmar a una opinión pública alterada tras un enfrentamiento entre familias rivales, la guerra desatada entre dos clanes de la Camorra, la red criminal napolitana, se ha cobrado ya 30 vidas, todas ellas desde primeros de año. Y lo más grave, como ha recordado el magistrado Luigi Bobbio, es que "no terminará aquí".La sangre napolitana salpica de nuevo las primeras páginas de los diarios italianos y los turistas, asustados, cancelan sin pensárselo dos veces sus reservas hoteleras. La batalla de Nápoles -la gran ciudad del Mezzogiorno italiano, con 1,7 millones de habitantes por rehabilitar su nombre vuelve a sufrir un grave revés. Y todo por 11 esa gentuza", dice Gianni. "A las autoridades les bastarían quince minutos para acabar con ellos", añade. En las barriadas periféricas de San Giovanni Teduccio y Barra, al este, y en el deprimidísimo Secondigliano, al noreste, donde reinan los clanes de la Camorra en guerra, la mayoría piensa como él, pero nadie lo dice.

Aquí impera la ley de las grandes familias: los Mazzarella en San Giovanni, el clan perdedor en el último episodio de violencia desatado el 9 de febrero. Y el clan Sarno en Secondigliano, un lugar infernal al noreste de Nápoles. San Giovanni, en otro timpo un barrio obrero donde estaban las refinerías de la ciudad, muestra su deterioro sin paliativos a la luz pálida de marzo. Una sucesión de bloques de casas de mediana altura que fueron en otro tiempo blancos, desfigurados por los desconchones. Grandes balcones con la ropa tendida en la mejor tradición napolitana. En las esquinas, y en puntos estratégicos de algunas calles, se levantan altares a diferentes Vírgenes. Todos pulcros, protegidos por estructuras de carpintería metálica, con las imágenes rodeadas por una fina luz de neón.

Son lugares donde se concentran masas de gente en un espacio reducido, donde la mitad de los niños en edad escolar no van a la escuela. Las cifras oficiales sitúan el desempleo en tomo al 27% de la población laboral, y entre los jóvenes es todavía más alto el porcentaje de los que están mano sobre mano, esperando una oportunidad venga de donde venga.

El aspecto de San Giovanni y el de Secondigliano es aún más elocuente que las estadísticas. Jóvenes desocupados transitan subidos en sus motorinos (motocicletas) las calles semidesiertas. Para muchos de ellos la única opción laboral procede de la Camorra, aunque sea un empleo arriesgado. En Barra, no muy lejos de San Giovanni, cayó hace cuatro semanas la víctima más joven de esta guerra de Camorra, Giovanni Gargiulo. Un chaval de 14 años, hermano de un asesino de los Mazzarella que en la cárcel había decidido cirrepentirye. Y un poco más lejos, a la entrada misma de la cárcel de Poggioreale, el patriarca del mismo clan, Francesco Mazzarella, de 75 años, fue abatido a tiros junto a su guardaespaldas por los asesinos de la familia rival: los Contini.

Al principio, los expertos justificaron el rebrote de la guerra mafiosa por las sustanciosas obras de rehabilitación de algunas de las zonas más deprimidas de Nápoles que se llevarán a cabo en tomo al año 2000. Más tarde se vio que la guerra tenía otro motivo más sencillo: el control del contrabando de tabaco rubio, en estos momentos en manos de tres familias de la Camorra napolitana: los Mazzarella, el clan de Samo y la gente de Enrico Rispoli.. Un negocio que reporta a la Camorra beneficios de 130.000 millones de pesetas.

Durante años y años, la Camorra ha gestionado sin mayores problemas este negocio floreciente, junto al de la droga, la prostitución o la extorsión. Sólo de vez en cuando la reestructuración de las cúpulas de poder provoca guerras entre clanes que salpican a toda la ciudad. Entonces Nápoles reacciona. Esta vez ha sido el asesinato de Glovanni Gargiulo a manos de sicarios de la familia Contini, que controla Secondigliano junto con el clan de Sarno, el que ha sacudido las conciencias napolitanas.

Las autoridades locales, partidos políticos y sindicatos participaron el viernes en una gran manifestación anti-Camorra convocada en Nápoles. Y allí estaban todos. Desde los familiares de Silvia Ruotolo, una joven madre que murió en julio alcanzada por una bala perdida al cruzarse involuntariamente en un tiroteo de mafioso en la ciudad, hasta Gianni y los napolitanos, que ven impotentes cómo la Camorra "se come su ciudad". Nápoles se estremece, sí. Pero no a todos les parece suficiente esta reacción emocional.

Paolo de Feo, presidente de la Unión de Industriales, hizo un angustioso llamamiento al Gobierno de Roma. Para evitar una huida masiva de empresarios del sur, "hay que hacer algo, hay que empeñarse firmemente en la lucha contra la Camorra", dijo. De lo contrario, "mejor es trasladarse, aunque sea a China".

También el fiscal del Estado en Nápoles, Agostino Cordova, ha reaccionado con frialdad ante los golpes de pecho de las autoridades. De poco vale lamentarse, ha venido a decir, es un hecho que el Estado está distraído y la Camorra reina en Nápoles. La tesis de Cordova escuece por su realismo. "Hay", dice recordando las palabras pronunciadas en 1901 por Giuseppe Saredo, entonces presidente de la comisión investigadora de la Camorra, "una Camorra baja", la que se mancha de sangre las manos, y una "Camorra alta", en la sombra, que controla a la anterior y la ordena el momento de matar o de morir. Una Camorra inextricablemente unida a la vida de Nápoles, indisociable de la ciudad y sus organismos. Y recuerda una curiosa anécdota. Las medidas que se pusieron en práctica en 1994 para acabar con el contrabando de tabaco provocaron enormes manifestaciones de contrabandistas en toda la ciudad. Ante la alarma social, al responsable de la policía de entonces no se le ocurrió otra cosa que recibir en su despacho a una delegación de los contrabandistas.

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