Buenos frenos nos dé Dios
Un crucero corona el solitario risco en que un fraile se salvó de milagro de despeñarse sobre el río Tajuña
Algún día habría que escribir -si no se ha escrito ya- la historia de las cruces madrileñas. No nos estamos refiriendo a algunos crucifijos que exudan espanto patibulario en la penumbra de los templos, sino a las humildes cruces de piedra, chapa o palo que no asustan ni a los pájaros en alcores, cumbres y descampados. Unas son meras reliquias de humilladeros, vía crucis y ermitas: escombros mudos de la Castilla azoriniana. Detrás de otras, empero, hay una voluntad latente, una fecha borrosa, quizás una conseja a punto de perderse. Pensamos en la, cruz del Ahorcado, a las afueras de El Escorial; en la cruz de Rubens, cabe el puerto de Malagón; en la cruz de Juan Ruiz, sobre Malagosto... Pensamos en la cruz de Ambite.Erigida al borde de un escarpe rocoso, a casi 200 metros sobre el lecho del Tajuña, y visible hacia naciente desde el pueblo que le da nombre, la cruz de Ambite evoca la leyenda de un remoto viajero -unos diz que un fraile, otros que un caballero; cabe resolver, salomónicamente, que un fraile a caballo-que, cabalgando siglos ha por estos parajes en oscura noche de tormenta, estaba en un tris de caer por el precipicio al dar su montura un paso a ciegas hacia el vacío. Pero un relámpago, que la fe popular atribuye al chisquero divino -¡milagro!-, iluminó el derrumbadero in extremis. El jaco, como lo vio, clavó los cascos en la roca (ríanse del servofreno, el ABS y la frenada ultracorta). Y el fraile, que sin duda se hacía cruces por su buen hado, prometió instalar allí mismo una de madera en señal de gratitud al cielo y aviso para futuros caminantes.
Avisados están, pues, los futuros caminantes que deseen ganar este risco. Para ello, habrán de personarse en la puerta que da acceso a la urbanización Sierra del Tajuña, frente a Ambite, y echarse a andar cuesta arriba por la calle principal, sin tomar por ninguna de las laterales, hasta llegar a la altura del depósito de agua. Aquí acaba el asfalto y surge la senda que, culebreando entre carrascas, corona y bordea el alto páramo que cae a plomo sobre la vega del Tajuña. En media hora, a contar desde el depósito, toparán con la cruz. Un crucero de piedra, de dos metros de altura o poco más, ha sustituido a la cruz de madera original, abatida, según malician en Ambite, por sus vecinos de Mondéjar. Lo que no ha cambiado a lo largo de los siglos es este balcón de roca caliza tallado por los meteoros a caballo entre Madrid y Guadalajara: entre la vega verde y honda del Tajuña -allá enfrente, retrepado en la solana, el caserío de Ambite, acariciados sus pies por los álamos del río- y la parda Alcarria que se dilata por una llanura tapizada de cebadales y olivares polvorientos, entre los que a duras penas aflora el encinar primigenio.
Rodeando los sembrados con rumbo Este, los caminantes se irán alejando del despeñadero y no tardarán en dar con los andeles de tractor que enfilan hacia el único destino posible en estas soledades agrarias: Mondéjar.
Así, a dos horas escasas del inicio, verán asomar tras una loma la iglesia de Santa María Magdalena, craso ejemplar de estilo gótico-renacentista que, junto con las casas solariegas y los Judíos -12 grupos escultóricos de 1719 que representan escenas de la Pasión-, integra un patrimonio asaz ponderado por las guías de turismo; si bien la moderna construcción, al abusar del cemento y el ladrillo, ha obrado estragos en esta noble e histórica villa alcarreña, degradándola a feo poblachón.
Para la vuelta, los excursionistas pueden elegir entre desandar el camino de ida o tirar por la vía desmantelada del viejo ferrocarril del Taj uña, cuya plataforma salva mediante un viaducto la carretera. de Mondéjar a Ambite nada más rebasar las últimas casas del pueblo; o bien dejarse llevar en autobús de línea Tajuña abajo, que, de haber existido esta opción en tiempos del fraile de marras, como hay Dios que se hubiera ahorrado tormenta, cruz y frenazo.
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