Ironía
Acababa de ver la película de Paul Verhoeven Starship troopers, y comentaba con mi hermano que la ironía, unas veces sutil y otras no tanto, que destila la película podía no ser captada con facilidad.En una carta publicada en EL PAÍS del 2 de marzo titulada Una película que supera el límite, recibo la confirmación de mi tesis. El autor de la carta no se ha dado cuenta de que la sociedad descrita en la película recuerda a las novelas del género de la antiutopía, que cualquiera de los personajes, todos ellos-as guapos-as, encajaría perfectamente en la clase alta del Mundo feliz de Aldous Huxley, excepto un señor sin piernas y manos (suplidas éstas por prótesis metálicas) que, en sus propias palabras, se ha hecho un hombre gracias a su paso por la infantería (es decir, el servicio militar); tampoco ve el autor de esta carta el menosprecio manifiesto hacia una sociedad que intenta destruir, antes que comprender, su entorno.
No ha sido capaz de reírse, además de la mofa que hace el director, de unos informativos dictados por el Estado ni de la representación que hacen del Ejército, representación próxima a un campamento de boy-scouts tan lejana de la realidad que refleja el campamento de reclutas. Por si esto no basta, cabe decir que Verhoeven sufrió la invasión nazi en su país (Holanda), y su posición respecto al fascismo se puede seguir a través de su filmografía (véase Eric, oficial de la reina).
Recomiendo, por otra parte, al igual que Francisco Salvador (autor de la carta de referencia), que vayan a ver la película los cabezas (mentes) rapadas, porque su limitado intelecto no les permitirá darse cuenta de esos detalles y seguir disfrutando de su ignorancia, pero recomiendo la película también a todo el que quiera reírse sanamente de la crítica a una sociedad que distingue entre ciudadanos de primera o ricos, de segunda o meros contribuyentes (que sólo importan una vez cada cuatro años) y de tercera o indigentes, de unos medios de información cada vez más controlados por el poder público o el poder económico, pero poder al fin y al cabo; una sociedad, en definitiva, que, como la nuestra, no tiene razones por las que luchar (pobreza, hambre, injusticia social, desigualdad de oportunidades entre ambos sexos) porque ha alcanzado el sistema perfecto.
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