El "Réquiem" sereno
Los dos Réquiem más impopulares del romanticismo crepuscular son los de Bramhs (1868) y Fauré (1890) por análogas razones: la huida de lo especialmente dramático y la inmersión en un sentimiento íntimo de triste y dulce serenidad. Ahora, la Orquesta y Coro Nacionales, con Sanderling, la soprano Pamela Coburn y el barítono Thomas Quasthoff, nos han dado una visión hondísima del Réquiem alemán. Cuando, en el tercer número, sonó la voz mordente y preciosa de Quasthoff, desde la primera palabra (Herr) se había impuesto la mayor gravedad expresiva. Este "Señor, déjame conocer mi final" continúa y desarrolla el tono de los dos primeros fragmentos en una apoteosis de pianos y pianísimos sobre los que se apoyan unos pentagramas del más sencillo ascetismo.Junto a lo que hizo Quasthoff, el evidente refinamiento de Pamela Coburn al entonar su canto de pena y alegría, resultaba un tanto convencional. Asumieron bien, en general, el contenido y el color nublado de la lírica paz bramhsiana, el coro bien preparado por Stewing-Negenborn, todos orientados por el recto criterio del maestro Sanderling.
Kurt Sanderling
Orquesta y Coro Nacionales. Solistas: P. Coburn, soprano, y T. Quasthoff, barítono. Director del coro: Stewing-Negenborn. Auditorio Nacional. Madrid, 15 de marzo.
Hay obras y versiones tan exigentes que obligan a dosis extremadas de perfeccionismo y el Réquiem alemán es una de ellas. Tuvimos cualquier cosa menos conformismo, y en los pasajes de más animado contrapuntismo no todo era de cristal, pero sí brilló el impulso y todo un cúmulo de detalles. Quienes calibramos, sobre todo, los valores positivos, pudimos salir impresionados después de vivir el Réquiem alemán. ¿Ovaciones estruendosas? Imposible, cuando la música nos sumerge en actitud meditativa.
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