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Nos queda Weber

Lo dijo una vez Ernst Toller, en las peores circunstancias, cuando nadie sabía todavía qué iba a pasar, y hablaba en nombre de la juventud alemana: "Nos queda Weber". Quizás esto mismo se pueda decir hoy y aquí, en una grave circunstancia de la democracia española, esta vez producida por hombres que han servido a su idea y que ya no saben encontrar la manera de servirla.Soy de la opinión de que en la puerta de todas las universidades debería entregarse, gratis, una buena edición de aquella conferencia, La ciencia como vocación, en la que Weber analizó el trabajo científico. Pero debería ser un precepto, constitucionalmente exigido, que todo ciudadano que se atreva, aunque sea de forma mínima, a poner la mano en el destino público de su país pasase previamente un examen de ese escrito, profundo y lleno de patetismo, que es La política como vocación.

¿Una vez más la ética de la responsabilidad? Sí, una vez más. Creo que fue Alfanhuí quien sentenció, para cuestiones bien distintas, que los libros tienen que ser recordados bajo las circunstancias en que se escribieron: los que lo fueron bajo la lluvia, bajo la lluvia; los que lo fueron en medio del amor, entre los brazos de la dicha. La política como vocación debe ser recordado en tiempos difíciles, porque fue escrita en tiempos duros y tristes, víspera de una noche polar cuyo solo presentimiento destruyó a su profético autor. Tiempos difíciles son, desde luego, los de ahora de España.

No olvido que también se invocó esta conferencia de Weber para legitimar la acción del Gobiemo socialista. Somos políticos de responsabilidad, se dijo. Todos, que veníamos de un golpe de Estado, lo creímos: "Son políticos de la responsabilidad". El clamor ocultó mucho tiempo la realidad, y el prestigio inercial que produjo persistió más de lo necesario. La lección weberiana no fue aprendida, pues ella también habla de los finales. La ética, como había previsto Weber, se empleó más fácilmente como legitimación que como norma.

Hoy nadie puede ignorarlo. En el cuadro que define la ética de la responsabilidad política se deben dar unas creencias y aspiraciones políticas básicas, como la justicia, la paz y la verdad. Pero ¿quién, de aquellos que proclamaron seguirla, se acuerda de ellas? Ya no se atiende a una causa política con la objetividad, el método, el frío deber de quien sirve a una tarea noble. Ahora cada uno es héroe de la propia causa e inunda el escenario de la vida pública con la cuestión de su destino personal. ¿La verdad? ¿Dónde está la confianza en una investigación imparcial llevada a cabo por hombres neutrales? Las actitudes y las acciones están diseñadas, antes bien, para que todos desconfiemos de la verdad por decenios, para desesperamos de que pueda ser encontrada al guna vez. ¿La justicia? ¿Qué será de ella sin la verdad? ¿Y de la paz? ¿Cómo será posible sin el reconocimiento de la propia culpa, sin saber decir que la tragedia que vivimos también tiene un origen en nuestras acciones?

¿Cómo se abrirá paso la mirada serena, esa que dispone a los pueblos a la vida democrática seria, si no se ha luchado rigurosamente ni por la verdad, ni por la justicia, ni por la paz? Pero político responsable es quien muestra que la acción por la que ha buscado estos valores no se vuelve contra ellos, nos los obstaculiza más de lo que ya el mundo se encarga de obstaculizarlos. Esta metodologia de la lucha por los ideales reclama las virtudes de la objetividad (el pathos de la distancia, la serenidad, el análisis, la perspectiva ilustrada) y, al mismo tiempo, las virtudes de la subjetividad (la entrega absoluta a la causa, la movilización del alma entera, tanto la pasión como la inteligencia). ¿Dónde están hoy estas virtudes?

La ética de la responsabilidad tiene un componente esencial, a saber, atender a las consecuencias de la acción en relación con los ideales políticos propios y cargar con ellas en caso de que obstaculicen esos mismos ideales. ¿Alguien atendió a esto durante los últimos cinco años? ¿Alguien de aquellos que se llamaron políticos de la responsabilidad atiende hoy a ello? La política, según Weber, tiene un condicionante básico, elemental, para que sea responsable. Se trata de atenerse a los medios de violencia legítimos. Aquí se entendió mal la responsabilidad y se pensó que imponía usar cualquier medio. Mas el político es políticamente responsable en relación con los medios legítimos. En relación con el uso de los medios ilegítimos escapa al ámbito de la responsabilidad política y entra de lleno en el campo de la criminalidad. ¿Cómo se pudo entender de otra manera? ¿Cómo se mantuvieron en el papel político personas que estaban implicadas en procedimientos criminales? ¿Qué se creyó que era la representación política? Todo esto permite concluir que no se sabía nada de responsabilidad, que aquellos políticos ya no estaban animados por la genuina vocación. Pero queda, sobre todo, un punto, al menos subrayado en la conferencia de Weber, pero el más relevante hoy y aquí, por el que tengo que recordar lo anterior, de suyo evidente. El poder político es violencia legítima. Pero violencia al fin y al cabo. Incluso esta violencia legítima hace daño moral y personal a quien la ejerce, produce heridas, altera la autopercepción de sí, rompe vínculos morales. Afecta al desarrollo de la personalidad, en suma, y no de una manera saludable. ¡Cuánto más herirá el uso de los medios ilegítimos! En todo caso, un político responsable también calcula, sobre todas Ias demás consecuencias, cómo se desarrollará su personalidad bajo la presión del uso de la violencia legítima. Se trata de saber los efectos del poder sobre el interior, sobre el alma del propio político, pues la acción política es siempre un pacto con el diablo.

Weber insistió mucho en esta cuestión, pues sabía hasta qué punto el tipo humano del político vocacional, mesurado, objetivo, apasionado y antinarcisista podía ser destruido por ese desarrollo de la personalidad bajo las presiones del poder. Y creía, como Freud, que el político estaba tanto más desprotegido ante estos males cuanto más inconsciente fuese de ellos. Un político que cayera en esos abismos de la autoafirmación sin límites, del gesto estéril y grandilocuente, del protagonismo a destiempo, del infantilismo de la omnipotencia, dominado por la propia vanidad y la propia agitación -justo lo contrario de la genuina pasión-, estaba en las antípodas del político de la responsabilidad. Weber lo llamó mero político de poder.

Por intensos que fuesen los medios empleados para desalojar al Gobierno anterior del poder, fueron medios políticos. Se luchó políticamente, creo que con mímina altura y eficacia, pero no se derramó sangre, ni se usó violencia, ni se gastaron fondos públicos en ellos. Desconocer que el periodismo es el medio específico de la lucha política en los tiempos de la sociedad de masas es de un cinismo angelical. Quien en sus páginas denuncia hoy una conjura de la que formó parte, bien puede suponerse que ahora toma parte en otra, pues la conjura es un medio político usado desde la noche de los tiempos. Es verdad que, en países civilizados, los que se encargan de estas cosas luego no son prebendados con cargos públicos, y menos con vicepresidencias, sino que se les reserva en la sombra por una razonable decencia y pudor. Aquí, el PP imitó lamentablemente al PSOE y, con ello, siguió haciendo necesarios en el Gabinete los cascos de guerra.

Pero no deben olvidarse las diferencias. La escalada en el empleo de aquellos medios políticos fue posibilitada por la especial y vergonzosa obstinación de un Gobierno en su actitud de no asumir responsabilidades políticas mínimas. Esto es así, por mucho que soy de los que creen que más por falta de saber y de tradición democrática que por maldad de intención. No obstante, por mucho que buena parte de la ciudadanía miremos ese pasado con vergüenza, todavía lamentamos más la intolerable prolongación del mismo en otro contexto. Pues ahora esta nueva lucha ya aparece descarnadamente centrada en la defensa de posiciones personales de poder, que no sirve a causa política objetiva alguna, sino a personas que, con su batalla por el pasado, comprometen por años, ante la razón imparcial, el futuro del partido que debería defender la causa del socialismo democrático.

José Luis Villacañas Berlanga es catedrático de Filosofia de la Universidad de Murcia.

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