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Tribuna
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1898, España va bien

Antonio Elorza

Para nadie es un secreto que el Gobierno popular trata de asentar el apoyo político que recibe de los ciudadanos sobre un recurso publicitario tan simple como eficaz: la declaración reiterada hasta la saciedad, de que su producto es el mejor, sin necesidad de comparación alguna. El eslogan consiguiente es el "España va bien", de resonancias panglosianas, hecho posible por la coyuntura económica alcista. Cualquier medida, incluido el medicamentazo, se justifica por respaldar esa situación venturosa, y todo incidente desfavorable -ejemplo, la conjura del arrepentido Anson- resulta arrojado sin más a las tinieblas exteriores.En este marco, Aznar supo percibir los riesgos de que las conmemoraciones históricas del fin de siglo implicaran una cierta erosión, por vía indirecta, de esa imagen inmaculada de su Gobierno conservador (aspectos represivos del canovismo, corrupción sistemática del sufragio, agresión y humillación a cargo de nuestro actual líder y aliado). Frente a estas amenazas, Aznar jugó fuerte. Olvidándose de Azaña, hizo de Cánovas el símbolo de una modernización conservadora del país, y redujo la guerra con Estados Unidos a un incidente sin más en el camino, anuncio de una larga amistad.

En suma, había que darle la vuelta al 98, borrando todas las insuficiencias y estrangulamientos que fueron haciendo inevitable el Desastre, repintando el régimen político hasta hacerle parecer algo muy parecido al actual, su antecedente, y, en fin, dejando en la sombra todo aspecto disfuncional, desde las torturas y ejecuciones de los procesos de Montjuic a una ciega política de explotación colonial, desde las elecciones hechas en Gobernación a la aparición de los nacionalismos periféricos por efec to del fracaso del Estado central.

Consciente o inconscientemente, tal es el diseno a que se ajusta la exposición oficial España, fin de siglo, objeto de una excelente acogida desde su inauguración en Madrid. El catálogo es una cosa, con colaboración de notables especialistas, pero la selección y ordenación de las imágenes imponen su ley, con el apoyo de los comentarios que acompañan a dos proyecciones en sendos dioramas. Para quien se crea lo que allí se cuenta, indudable mente España en el 98 iba bien. La guerra con Estados Unidos surgió de una "visita amistosa" (sic) del acorazado Maine a La Habana, con una explosión que dio pie al desencadenamiento de una prensa sensacionalista yanqui que se impuso al pacifista McKinley. Pero sobre todo, el caciquismo respondía a una situación por la que pasaron todos los países, tanto en Europa como en Estados Unidos. Ni más ni menos. Una imagen final de Juan Carlos en las Cortes se ofrece como punto de llegada de aquel parlamentarismo de elecciones falsificadas de arriba a abajo por el Gobierno. En cambio, en la cascada de elogios al sistema, falta el reconocimiento de quien sí se lo ganó a pulso en la crisis del 98, luchando desesperadamente por enmendar los dislates ajenos: la reina regente María Cristina.

Los vistosos elementos que parecen indicar una reconstrucción de la vida social -la tienda, el tranvía, los interiores de viviendas acomodadas- se encuentran ahí como objetos que hablan por sí mismos, sin explicación alguna de lo que eran las condiciones de vida, los salarios, la alimentación. Así, según escribiera Roland Barthes para los monumentos en las guías turísticas, el objeto presentado "se convierte en indescifrable, y por tanto estúpido". Están los bancos de la escuela, con un "viva el rey" en la pizarra, pero nada explica que la mayoría de la población era analfabeta, gracias a un Estado que no pagaba a los maestros. Lo incómodo sobra. No hay catalanismo, ni nacionalismo vasco. En la guerra de Cuba, ni batallas ni insurrectos, apenas una foto con pie denigrativo del Gobierno cubano y el trofeo de las armas de Maceo. Banderas, sólo españolas. ¿Para qué evocar las figuras de Martí y de Máximo Gómez? Y para terminar, una sorprendente asociación, en el espacio exterior de la cámara con el diorama donde es ensalzado el régimen de Cánovas: el socialismo va a parar a la fosa común de los delincuentes. En un panel memorable, se funden la portada bien visible de La lucha de clases, un irreconocible Primero de Mayo y una página interior difuminada de El Socialista, con la Cárcel Modelo, la captura del bandido Patillas y la ejecución del Pernales. Única figura en color, un guardia civil enlaza ambos niveles. Pablo Iglesias cede su puesto a una combinatoria anticipo de Roldán. No otra cosa merecen los adversarios de la modernización conservadora.

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