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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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¡Albricias! ¿Menos errores?

Como los periodistas, los lectores también dan a veces buenas noticias. No sólo buena, sino excelente noticia es la que transmite un lector de Madrid, Constantino González, profesor de lengua y literatura españolas en el instituto de formación profesional de Pacífico. Este lector manifiesta que desde hace algún tiempo parece que le resulta más difícil que lo habitual descubrir errores y fallos gramaticales en EL PAÍS. "Hace años", dice, "que me dedico a cazar gazapos en mi periódico. Después invito a mis alumnos a que los detecten, lo que hacen con facilidad. Tengo la impresión de que mis rastreos tienen que ser últimamente más minuciosos para que no se me escapen las piezas. Es buena señal".Sí, es una buena señal que alguien como este profesor, dedicado, en razón de su función docente, a leer con ojos y sentido críticos este periódico, tenga la impresión de que comienza a resultarle más ardua su hasta ahora cómoda -aunque siempre meritoria y pedagógica- tarea de cazagazapos. Meritoria y pedagógica con vistas a sus alumnos, pero también con vistas a los redactores de este periódico. Viendo sus alumnos lo mal que están escritas algunas palabras es como mejor aprenderán a escribirlas correctamente. Y señalándolas a quienes hacen este periódico contribuye del modo que está a su alcance a que se corrijan. En todo caso, aunque con más esfuerzo, este lector ha sido capaz de coleccionar un buen ramillete de fallos. Y no se priva de remitirlos, no sea que a algún responsable o redactor se le suba a la cabeza su observación de que ahora parecen ser más escasos. Un ejemplo: "El Croacia fue un vendabal en el primer tiempo", decía un cronista deportivo al que la fuerza del viento le arrebató la uve final de la palabra. Y en una columna culta sobre "el Góngora que hoy leemos", al autor se le cuela un objecciones con una ce más de lo que corresponde. Son fallos que este lector ha logrado descubrir, bien es verdad que rastreando más de lo habitual en las páginas del periódico, para confeccionar lo que él llama su "última hornada de gazapos". El Defensor del Lector no tiene inconveniente en añadir algunos más, si cabe más graves y curiosos. ¿O no es grave convertir a Winston Churchill en jefe de Estado? (sección de Gente, 17 de enero), lo que le induce a preguntar con ironía a Luis Puig Calverol, de Madrid: "¿Podría usted comunicarme la fecha en que Winston Churchill fue promovido a rey de Inglaterra, como hoy asegura nuestro periódico?". ¿O no es curioso ese lapsus mentis, cálami o de lo que sea que hizo que los integrantes del equipo de TVE en la ruta de Samarkanda estuvieran a punto de precipitarse "por unos barrancos de, 12.000 kilómetros" y que una de sus últimas proezas fuera escalar "un glacial de 4.500 kilómetros de altura en el Himalaya" (Las peripecias de "La ruta de Samarkanda", 6 de enero). El Defensor del Lector no ha conseguido averiguar -y a fe que lo ha intentado- de dónde salieron esos sobreañadidos y kilométricos ceros. No parece, en cambio, que se deba a lapsus alguno esa aparente confusión entre Demóstenes y Damocles que algunos lectores señalan extrañados en la columna de Maruja Torres del pasado domingo. En el retablo crítico-burlón, repleto de personajes y acontecimientos de actualidad, que Maruja Torres recrea a su libérrimo modo cada semana en la última de este periódico cabe incluso arrebatarle durante un tiempo su amenazante espada a Damocles y entregársela a Demóstenes sin que la verdad histórica o la tradición sufran por ello. La contumacia en el error, más que el error mismo, es lo que exaspera a los lectores hasta el punto de preguntarse, como hace José María Martín Olaya, profesor de la Universidad de Sevilla, para qué sirve el cargo de Defensor del Lector."¿Por qué", dice, "si un domingo nos advierte contra el problema del cambio de siglo y explica correctamente que no se trata de una opinión, sino que está absolutamente claro que el siglo comienza el 1 de enero del año 2001, por qué tenemos que ver que se lanza un coleccionable sobre el siglo XX y se explica que comienza ¡el 1 de enero de 1900!?". La razón está en la enorme virtualidad informativa y comercial del número cero. Para periodistas y publicitarios es difícil sustraerse a la atracción fatal de las cifras redondas y definitivas, como se decía, en relación con el año 2000, en la columna a la que se refiere el lector (Tercer milenio, 27 de julio de 1997). Otro lector también ve un caso de contumacia en el error en la forma incorrecta de escribir el apellido del canciller alemán Helmut Kohl. "¿Es que no hay forma de que los redactores de ese periódico aprendan a situar la hache de Kohl donde le corresponde?", pregunta. Y señala una información sobre la reciente cumbre hispano-alemana de El Escorial (23 de febrero, sección de España), en la que, de seis veces que se cita el nombre de Kohl, tres está mal escrito. En todo caso, lo que debe saber este lector, y en general todos los lectores, es que si a veces tienen la impresión de que existen menos fallos, en buena medida es su mérito. Sin su concurso e iniciativa en señalarlos serían muchos más. No es poco.

¿Qué dijo Cascos?

Desde diversos sectores se alerta a veces a los lectores de este periódico -es de presumir que con las mejores intenciones- sobre supuestos intentos de manipulación. Hace algún tiempo, Nuevas Generaciones del Partido Popular quisieron demostrar, mediante un pretendido estudio académico, que EL PAÍS manipulaba a sus lectores con informaciones incorrectas y tendenciosas sobre el Gobierno y su partido. Recientemente, el coordinador de Izquierda Unida, Julio Anguita, pretendió lo mismo a raíz de informaciones contrastadas y comprobadas sobre la entrega del fichero automatizado de los afiliados de la coalición a una empresa privada. Los lectores de EL PAÍS deben sentirse halagados por tanta atención. El Defensor del Lector, por el contrario, se siente preocupado. ¿Tendrán algún fundamento tales avisos?Incluso el diario Abc se considera en la obligación de dar lecciones de ética profesional a este periódico tildando de "tosca manipulación" el titular de primera del jueves 26 de febrero que decía: "Cascos califica de "anormalidad democrática" la etapa socialista". Su estima por el vicepresidente primero del Gobierno, Francisco Álvarez Cascos, lleva a ese periódico, como se dice vulgarmente, a meterse en camisa de once varas. Y a errar en su diagnóstico de manipulación hecho sobre este periódico.

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Efectivamente, quien primero habló de anormalidad democrática -o más concretamente de "un signo de anormalidad democrática"- fue, como bien dice el Abc, el portavoz socialista en el Senado, pero refiriéndose a las conductas concretas de quienes participaron en la conspiración desvelada por el ex director de ese periódico Luis María Anson. En su réplica, el vicepresidente primero del Gobierno no sólo eludió pronunciarse sobre dichas conductas, sino que, como consumado maestro o incluso inventor de esa refinada técnica de diálogo político que responde al principio del "¡más tú!", vino a decirles a los socialistas -o mejor, les dijo textualmente- que, para anormalidad democrática, la de su etapa de gobierno. ¿Dónde está, pues, la manipulación del titular de EL PAÍS?

Si el Abc ha visto los hechos de otra manera se deberá a que, como afirma erróneamente en lo que se refiere a este periódico, "el particular espejo cóncavo del diario matutino desfigura la realidad y la convierte en esperpento". Por lo que se refiere a los lectores de EL PAÍS, pueden estar tranquilos: Álvarez Cascos dijo lo que EL PAÍS dice que dijo.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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