El mango del monopolio
Quizá sea difícil sustituir en la sociedad moderna el concepto patrimonial que sobrenada entre parte del funcionariado. Ganar unas oposiciones -si fue el caso- otorga a cierta gente la certidumbre de considerar el empleo tan permanente como los apellidos, la llegada de la jubilación o el confirmado aburrimiento de algunas corridas en la Feria de San Isidro. El respeto al prójimo, al usuario, al ciudadano, se ha instalado con bastante rapidez, aunque -lo tengo comprobado- posiblemente sea Madrid el lugar donde los servidores públicos ofrecen mayor resistencia a convertirse en lo que su mismo nombre indica. He verificado que el aumento de la burocracia excéntrica produce una calidad humana superior, lo que podría parecer sorprendente. La mujer o el hombre detrás de la ventanilla, mostrador o mesa, no importa la latitud, ni siquiera la supuesta idiosincrasia singular, son, en términos generales, atentos, competentes, puntuales e imbuidos del sentido de que están allí para ayudar a los demás.En nuestro Madrid, que tan acogedor y simpaticote ha sido o parecido siempre, permanece el desganado espíritu de quienes consideran el trabajo como un castigo y un fastidio; el contribuyente, un pelmazo a quien mantener a raya, y la función, algo que mejor es dejar para pasado mañana. Por supuesto, la excepción es numerosísima, pero el cumplimiento de las obligaciones no trae el aplauso, ni hay que besar la moqueta que pisan los antaño llamados chupatintas. He llegado a la sospecha de que nuestra nutridísima burocracia cree, con firmeza, que los individuos que comparecen ante ella lo hacen para mortificarles, perturbar su tiempo, la digestión del bocadillo y los cafés, pataleta necia e ignorante de sus propios derechos, a los que no hay por qué soportar ni ilustrar. ¡Que aprendan en la escuela! El desdén alcanza altas cotas tras la impunidad de la consulta telefónica. Rara vez se produce una aclaración por este medio; la persona que responde suele ignorar cuanto excede de unas elementales y reiteradas instrucciones, para que el ciudadano se persone en la oficina, y, con frecuencia, el exabrupto de que no se encuentran allí para perder el tiempo, que, por otra parte, es su única justificación. Lo pierden quienes intentan, sin lograrlo, una orientación o medio de resolver sus problemas. En ciudades castellanas, levantinas, catalanas o gallegas he encontrado, por regla general, empleados públicos investidos de buena educación e idoneidad. Habrá excepciones, sin duda.
La reducción ejemplar de estas reflexiones vino con elproblema que me plantea la excelente persona que, contino y abnegación, presta su asistencia doméstica en mi casa. Como empleada de hogar -en este caso- se desprende de parte del salario para cotizar a la Seguridad Social y prevenir su futuro. La compleja burocracia sistematiza las operaciones remitiendo unos albaranes con la cuota que han de satisfacer quienes trabajan por cuenta ajena o los autónomos de profesiones liberales. El envío se hace a través del correo, y si no llega al destinatario, la Tesorería de la Seguridad Social se desentiende de la causa y penaliza al trabajador con un recargo del 20%, que hay que satisfacer en la oficina emisora, dentro del plazo establecido. No se reexpide, sean cuales fueren las causas. La llamada telefónica reclamando los recibos que jamás llegaron es contestada con una admonición: "Vengan a pagarla aquí; imposible enviar de nuevo, hay más de 40.000 devoluciones y no repetimos las remesas; si llegan dentro de plazo, les entregaremos el recibo, sin recargo. Aténgase a las consecuencias". No es un caso individual, sino, a confesión de parte, muy vasto. El cartero asegura que no ha distribuido tal documentación.
El monopolio, la sartén por el mango, la prepotencia, siempre reñida con el comedimiento, la urbanidad y el respeto que, por extravagante que parezca, son cualidades con cabida en la democracia. En amplios sectores de la covachuela madrileña debería abrirse camino una realidad, el salario se lo pagan los demás, su tiempo y sus desvelos pertenecen, durante la jornada laboral, al prójimo. No se escandalicen: es así.
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