¿Volverá a salir el sol?
Ya está aquí, para nosotros, el Noventa y ocho; ya estamos nosotros en él para pensarlo. Pensar el noventa y ocho. Cien años ha. Cien años exactamente va a hacer, más o menos pronto, de tres aconteceres destacados en la historia de España:1. 20 de abril: ultimátum injustificado y agresivo del Gobierno norteamericano al español; provoca la declaración de guerra.
2. 12 de agosto: firma del protocolo de armisticio tras la derrota española en tierra y en la mar y la capitulación de Santiago de Cuba.
3. 10 de diciembre: firma en París del tratado de paz; imposiciones abusivas norteamericanas y obligada humillación española...
¿Qué pensar? ¿Qué considerar ahora? Yo diría que, primero, mirar al pasado y pensarlo; luego, juzgar el presente a la luz que brote de la consideración ésa.
La mirada a ese pasado refleja para mí la agresión de una nación americana -que se siente joven y mesiánica- con poca historia en su estela todavía a una nación europea decadente con franqueza tras una historia elevada multisecular. De esa agresión recogió aquélla el fruto de influencia colonial -Filipinas- y de presencia activa estratégica -Cuba y Puerto Rico- en el mundo del fin del siglo XIX con proyección dinámica hacia el XX... ¿"Y el juicio del presente? ¡Ah! Este, como en realidad todo lo que sale de la mirada al pasado, es por necesidad enteramente subjetivo. Cada cual lo ve según lo transparenten sus propios prismas y cristales. Por ejemplo, alguien de mucha relevancia aquí, en España, ha dicho hace poco que el centenario del noventa y ocho puede ser una excelente oportunidad para estrechar los lazos de amistad que nos unen con Estados Unidos. ¿Puede ser esa una opinión resultante de enjuiciar el presente de España hoy en relación con aquel momento histórico de hace cien años? Tal vez, pero siempre dentro del marco del subjetivismo admitido. Lo que parece difícil es mirar a ese pasado sin ver sus realidades con natural pesimismo. La mirada al noventa y ocho no puede dejar de ser para cualquier español de hoy una agresión yankee, imperialista e injustificada, que lleva a la guerra; acción americana de seguro animada por la esperada abstención de Europa en el conflicto y por la indiferencia de ésta y de todos hacia lo español. El noventa y ocho, además, expone al mirar de hoy, desánimo y desencanto en el alma de España y de su pueblo, y en su sentir la vida y la historia. Indiferencia hacia todo -incluso hacia lo de fuera- del pueblo y de lo general; pesimismo en el pensar y en el sentir de los españoles influyentes: políticos, pensadores, militares, marinos...
Es clara, vista a esas luces, la agresión de una potencia pujante y segura ya de sí misma contra una nación decadente que no sostiene ya el nominativo de "potencia". España en el noventa y ocho, decadente en todo, es ya muy poco; prácticamente es nada. Metida en sí misma desde 1815 -Congreso de Viena-, olvida inexplicablemente a Europa en lo políticamente histórico del momento, y es naturalmente ignorada por ésta también en lo político y en lo histórico. Frente a su contencioso con Estados Unidos, ha de representar el papel del débil ante o bajo el fuerte de la teoría. Lo curioso, porque es lo raro y lo extraordinariamente anómalo, es que en el fondo de lo español parece iniciarse en su sentir anímico una especie de admiración por lo norteamericano, por el enemigo oficial del día, sensación española del noventa y ocho o, si se prefiere, del comienzo indefinido del siglo XX, que presupone la sugerencia de un síndrome de Estocolmo en el ser práctico hispano. Desde el noventa y ocho mismo, el enfrentamiento Estados Unidos-España suscita paralelamente a él el de la dominación-servilismo es decir, el de la pujanza internacional norteamericana frente a la sumisión española en todo. Eso salta a la escena en 1953. La situación mundial, con la guerra fría empezando a obligar a los en ella enfrentados a tomar posiciones nuevas y a mejorar las que ya dominan, sugiere a Estados Unidos llevar a la práctica su interés estratégico en España. Proponen a España ayuda de varias clases a cambio de establecer en su territorio-bases navales y aéreas. España acepta por propia conveniencia. Ésta, en parte, es material; en parte también, política.
El que el poderoso se interese en ella supone favorable reconocimiento ante sus aliados -hasta entonces opuestos en mucho a lo español o todo lo más indiferentes- de algún valor e importancia de lo español para todos ellos. La conveniencia norteamericana se sufraga así con ayuda económica y con respaldo político. Pero lo que en el fondo se asienta como realidad tangible es la superioridad yankee -reflejo en algo de la del Tratado de París de 55 años antes- y la subordinación española. Lo curioso es que eso perdura hoy... ¿Amistad? Yo creo que no. La amistad no existe verdaderamente en política. En ese ámbito la amistad no es otra cosa que el antifaz del egoísmo y la máscara de la propia conveniencia.
Pero han pasado ya 45 años desde el 53 y cien desde el noventa y ocho. ¿Cómo se ve a España hoy en comparación con lo que parecía ser en 1898? En lo esencial, no en lo aparente, como es natural, no aprecio yo diferencias, digamos, favorables. El sol de España se puso en 1898 con ocaso dramático y triste para algunos, aunque el español genérico siguió viviendo, o lo intentó, sin más preocupaciones que las de su propio y personal vivir: la "patria" -eso que se reverenciaba en un pasado más remoto como realidad e idea válidas- quedó en plano alejado, dejando sitio a lo que fomentara el hedonismo nacional. El sol de España no volvió a salir desde el noventa y ocho... En esa oscuridad histórica lleva viviendo España cien años. Lo hecho por ella, o lo que las circunstancias político-estratégicas le forzaran poco menos a hacer, no se puede decir, creo yo, que sea relevante. Monarquía restaurada, dictadura, república, guerra intestina, régimen ordenancista, democracia..., son jalones del siglo XX que ha seguido España para salir de algún modo de sí misma y participar en lo internacional político como es forzoso para toda nación que se sienta serlo, por más que eso internacional político no le haya dejado representar en su escena a España más que un papel de comparsa, aunque, si se quiere, no de muy retirada fila: la ONU, Europa, la NATO, o la OTAN, como hay que decir aquí... En mucho y con referencias diversas -una la del enemigo real del noventa y ocho; otras las de esas organizaciones que solemos llamar internacionales-, España juega el papel del esclavo en el filosófico par estudiado por Hegel. Lo malo del caso es que no se ve posibilidad -no la veo yo, siempre en la subjetividad obligada de toda consideración política o histórica de que el esclavo se levante contra el amo y acabe superándole... Si además se admite que lo de la decadencia de Occidente no es un mero decir, tampoco vendrá a ser injustificado pesimismo el pensar que para España ya no saldrá más el sol.
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