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Clausewitz

Enrique Gil Calvo

La divergencia política entre los Gobiernos de Madrid y Vitoria en materia terrorista es cada vez más alarmante. Y no me refiero al conflicto de jurisdicciones policiales sobre la protección de los concejales populares, que nunca debió plantearse, sino a la propuesta de diálogo con HB que formula el lehendakari Ardanza para desarrollar la segunda fase del Pacto de Ajuria Enea. Esta proposición va a ser, seguramente, rechazada por el Gobierno central con el consenso de todos los partidos estatales, aunque sus federaciones en Euskadi se muestren a favor por razones electoralistas. Y es que, en efecto, ahora no se dan las condiciones apropiadas.La solución al caso vasco que Arzalluz demanda debería conducir al fin de la violencia. Pero una cosa está clara: ETA nunca aceptará negociar su autodisolución, pues nadie renuncia gratuitamente al poder que detenta. Según el principio de, Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios. Y, como recordaba el jueves pasado Ramoneda, ETA carece de alternativa que sustituya a su estrategia militarista, pues la propia debilidad electoral de HB impide que ETA pueda renunciar a la guerra para dedicarse a la política. Por eso, para que ETA se retirase, haría falta que creciera mucho el voto de HB, proporcionando a ETA una plataforma política que le permitiera desmilitarizarse sin merma de su poder. Luego la condición suficiente para que ETA se rindiese militarmente sería que HB venciese políticamente. Pero esto nadie lo desea, y el PNV menos todavía.

Así que la solución sólo puede pasar por segarle a ETA la hierba bajo los pies, privándole de sus bases sociales. Pero para conseguirlo hay dos estrategias opuestas, que son las que enfrentan a Madrid y Vitoria. La primera consiste en que la propia ciudadanía vasca aísle y arrincone socialmente a los violentos, a fin de lograr que HB, como termómetro electoral de ETA, vaya perdiendo elección tras elección, hasta quedar reducida a un grupúsculo testimonial. Se trata de la senda marcada por el espíritu de Ermua y por la sentencia del Supremo contra HB. Y ésta es la estrategia que el PP aspira a liderar.

La otra posibilidad es más alambicada. Se trata de atraerse a HB para separarla de ETA y lograr que la obligue a dejar las armas o, de no ser así, que rompa con ella. También de este modo se privaría a ETA de sus bases sociales, pero no porque fuesen desertando de HB forzadas por la presión ciudadana (como propone el método Ermua), sino porque la propia HB se autoconvenciese de que le conviene tomar distancias respecto a ETA. Éste es el método Egibar, que inspira al denominado tercer espacio y que hoy hace suyo el lehendakari Ardanza. Para muchos observadores, este método peca de ingenuidad, pues sospechan que HB nunca se distanciará de ETA. Pero, contemplado a la luz de Clausewitz, el método Egibar puede ser realista. En efecto, a diferencia de ETA, HB sí tiene alternativa, y podría constatar que tiene mucho más que ganar por medios políticos que por medios bélicos, pues apoyando a ETA pierde muchos votos mientras que dialogando puede que los recupere o que al menos no los pierda.

¿Cuál de ambos métodos es más eficaz? No es fácil saberlo. Consideremos un indicio tan esperanzador como es el retroceso de KAS en la nueva Mesa Nacional de HB, que parece indicar un giro hacia posturas más dialogantes: ¿es esto producto del efecto Egibar o una victoria del efecto Ermua? Como no está claro, lo más sensato es combinar dosis alternantes de ambos métodos a la vez. El problema es saber cuándo conviene aplicar uno u otro en cada caso. Y aquí resulta clave la cuestión del calendario. Durante la precampaña no es el momento más adecuado para avanzar por la vía Egibar como propone con electoralismo Ardanza. Lo que ahora conviene es que el 25 de octubre HB sufra un fuerte castigo electoral, a fin de que aprenda la lección de Ermua y advierta cuánto le cuesta su apoyo sumiso a ETA. Y sólo al día siguiente sonará la hora del método Egibar.

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