Llach, en estado puro
Lluís Llach nos tenía acostumbrados en sus últimos espectáculos a un barroquismo vibrante, esplendoroso. Ahí quedan sus montajes de Pont de Mar blava y Porrera. Pero Lluís está siempre en fase crítica, es decir, creativa, apostando por empresas osadas que sólo se puede permitir un artista en plenitud. En esta ocasión, Llach ha pasado del barroco a la más elemental ascética: él solo con un piano y, en tres ocasiones, una guitarra. El es un clásico que no pertenece a ningún ismo. Navega a sus anchas, hace lo que quiere y consigue mantener un público fiel que ya le dura 30 años. Ahora tiene la valentía de presentarse durante una semana en el Círculo de Bellas Artes, para gozar él mismo y para demostrar que un artista, a la hora de la verdad, no precisa más que de sí mismo para llegar al corazón de las gentes. Aparece en el escenario casi desnudo, como los hijos de la mar. Sólo canta un tema inédito, El teatre. Lo demás son canciones rescatadas del tiempo y del olvido, pero canciones deliciosas de un compositor mediterráneo al que a veces le da por la grandilocuencia, a veces por la protesta, a veces por el amor, a veces por cualquier asunto que llega al corazón de la gente y al corazón del artista. Es decir, es un artista muy humano.Da la impresión de que se encuentra en un momento crucial. Se despoja del barroco, se despoja de canciones que fueron, en su momento auténticos gritos de libertad. Aquí no hay ni gallinetas ni estacas ni itacas. Sólo quedan referencias fundamentales de un cantante y compositor que está preparado ya para otras empresas líricas. Pero que le apetece regodearse humildemente con temas que significaron mucho para él y para la sociedad española.
Lluís Llach
Voz, piano y guitarra, Lluís Llach. Círculo de Bellas Artes. Madrid, 3 de febrero.
Se le nota un algo nervioso, quizá porque no se percata de que a sus seguidores les gusta el Llach nu, desnudo. Llach se encuentra en crisis, pero es una crisis en estado de embarazo. Enseguida nos sorprenderá. Y, si no, al tanto.
Aunque se trabaja muy bien el rock, el soul, el jazz, y lo mediterráneo, tiene mucho de los clásicos franceses en todo su talante escénico. Pero, claro, el bilingüismo (que él practica con ardor y arrimando el ascua a su sardina) es un ligero inconveniente para captar el mensaje lírico, o rabioso, o tierno, o cínico, o sinuoso. Llach se ve obligado en la meseta a parlamentos previos en cada canción que rompen el ritmo del espectáculo. Habla mucho. Y además lo hace entre susurros bilingües difícilmente inteligibles. A pesar de ello, se deja uno llevar por las melodías y los guiños. Lluís Llach es un clásico independiente. Y que siga así mucho tiempo.
Babelia
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