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La división de los gaullistas impide el cambio de imagen del partido

Tenía que ser el congreso fundacional de la nueva derecha, pero sólo ha sido el último del gaullismo. El RPR (Unión para la República) esperaba transformarse en RPF (Unión para Francia), pero seguirá llamándose RPR. "Esa cuestión la reexaminaremos más adelante" concluyó un despechado Charles Pasqua, un ex ministro y fundador del RPR que fue abucheado por la militancia por defender el cambio de nombre.

Los gaullistas celebraron ayer y anteayer en París una reunión extraordinaria del que Philippe Séguin, presidente del partido, esperaba salir reforzado. No ha sido así porque la base -3.500 delegados- se dividió en dos. La cuestión simbólica del cambio de nombre resume a la perfección el bloqueo: 49,94% votaron a favor de RPF; 49,34%, por mantener RPR. Ante una victoria tan pírrica, Séguin optó por seguir con RPR, una siglas que él mismo, en julio del 1997, relacionaba con "una imagen deplorable, corruptelas, jueces por todos lados, un chisme que no ha producido nada en el plano intelectual desde hace veinte años". Prudente, Séguin había optado por no manifestarse en favor de una u otra denominación, pero era un secreto a voces que quería cortar con esa imagen y con el nombre que va aparejado. Séguin, el guardián de las esencias del gaullismo, el más social, el más antieuropeísta, el más nacionalista de los barones del gaullismo, encabeza hoy un partido que asume, sin decirlo, el liberalismo -la patronal parece dirigir las opciones económicas del RPR-, que hace del eje franco-alemán y del euro el remedio a todos los males y que "quiere favorecer la emergencia de grupos franceses mundializados".Para hacerse con el mando del RPR después del descalabro electoral de junio 1997, Séguin tuvo que buscar una alianza contra natura con el ala liberal del partido, la encarnada por Édouard Balladur y Nicolas Sarkozy. En los meses que lleva dirigiendo el RPR, Séguin ha podido comprobar que eran los únicos capaces de llenar el vacío reinante "en el plano intelectual" desde 1976, año en que Jacques Chirac inventara el RPR para hacerse con la herencia de Charles De Gaulle.

Durante la convención, Séguin ha tenido que soportar una ovación de diez minutos dedicada al presidente francés, Jacques Chirac. La vieja guardia no acepta dejarse embarcar para un viaje que, a la larga, sólo puede culminar con la fusión de las dos grandes familias de la derecha, el RPR y la UDF (Unión para la Democracia Francesa). Hoy, con el liberalismo como breviario, las divisiones de la familia son de difícil justificación.

En su discurso de clausura, Séguin arremetió contra la semana laboral de 35 horas, calificándola de "capitulación" ideada por "falsos profetas o charlatanes" que pretenden tener "recetas milagrosas contra el paro".

El equilibrio inestable en el se halla instalado Séguin, que había bautizado la convención como la de la "reconciliación" -de ahí un a largo abrazo televisado con Alain Juppé, el defenestrado primer ministro será puesto a prueba en las próximas elecciones regionales del 15 de marzo. "Ha-y que afrontar esa primera cita de manera que no se convierta en un sálvese quien pueda general" dijo. "La convención no habrá sido un réquiem", añadió "porque creemos en la permanencia de nuestro valores". Pero de la victoria o de la derrota depende que el actual statu quo se incline hacia un lado u otro, que el RPR sea "seguinista" o que los chiraquianos recuperen el control.

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