Pesadilla en el laberinto blanco
La aventura, paso a paso, de los dos alpinistas que pasaron, cuatro días y tres noches perdidos en la montaña
Casi siempre preferían Navacerrada, Peñalara o Cotos, pero el pasado domingo, Eduardo Bermejo, de 21 años, y Eloy Catalán, de 16, eligieron, al azar, dirigirse a un área que conocían menos: el pico del Lobo, en la estación de La Pinilla. Cuando partieron nadie sabía quiénes eran.. Cuatro días y tres noches después, tras perderse por una montaña que pudo matarles, estos dos alpinistas se han convertido en dos deportistas famosos en toda España. Su experiencia y su sangre fría les salvaron del frío (temperaturas de hasta 20 grados bajo cero), de la nieve, de la humedad, la ventisca y el hambre.Lo que sigue es la reconstrucción del relato que Eduardo y Eloy hicieron a EL PAÍS sobre los cuatro días que pasaron buscando una salida al laberinto blanco del pico del Lobo:
"La ascensión fue normal. Tras haber dejado el coche en La Pinilla emprendimos camino hasta el pico del Lobo. Era un recorrido fácil que podíamos hacer en unas tres o cuatro horas. Comenzamos a las once de la mañana. En el camino nos cruzamos con otros montañeros y hablamos sobre el estado de la nieve y de las pistas. Llevábamos crampones [pinchos que se acoplan a la bota para evitar resbalones en el hielo] y piolets [picos de montaña que se utilizan para clavar en el hielo o como apoyo]. Para el frío, usamos buenos aislantes y forros polares. Comimos un trozo de la tortilla de patatas que nos prepararon en casa y después, hablamos por el móvil con nuestras familias. Les dijimos que estábamos a media hora del destino y que hacía mucho frío. Les dijimos que para cenar estaríamos en casa. Y les gastamos una broma, porque les contamos que estábamos a 14 grados bajo cero, cosa que entonces no era cierta".
A las tres de la tarde alcanzaron el codiciado pero traicionero pico del Lobo, en la sierra de Ayllón.
"Nos sorprendió la niebla, pero no nos asustamos. Comenzamos a bajar, pero por el camino equivocado. Nos desorientamos completamente, y en vez de hacerlo hacia el Norte, cogimos un valle que nos llevó hacia el Hayedo de Montejo, al Sur. Se nos echó la noche encima y empezamos a preocuparnos por nuestras familias, que no sabían dónde estábamos. Por más que intentamos llamar por el móvil, no lo logramos, porque en el valle no hay cobertura".
Se habían perdido.
"La ladera de una roca, forrada de hojas y ramas, nos sirvió para pasar la primera noche. Nos dolían los pies, la humedad y el frío eran tremendos. Despertábamos cada hora para frotarnos los pies y para darnos calor. Dormimos abrazados para evitar una posible hipotermia [bajada brusca del calor corporal que puede acarrear la muerte]. Nunca pudimos hacer fuego".
Segundo día. "Nos levantamos a las siete de la mañana, todavía de noche. Deambulamos por el valle del río Berbellido; rodeamos picos y salientes, por lo que no pudimos avanzar mucho. Sólo vimos huellas de animales en la nieve. Esa mañana comimos para todo el día. Racionamos los espaguetis cocidos que nos quedaban. Así tendríamos para el día siguiente. De postre, una mandarina y un poco de pan. Tuvimos que tirar el trozo de tortilla que nos quedaba porque estaba congelada. Paramos a las cuatro de la tarde, reventados de andar sobre la nieve, que nos llegaba a las rodillas. Buscamos un refugio. junto a las rocas y esperamos a que amaneciera el tercer día".
Tercer día. "Teníamos todo el agua del mundo, eso sí, muy fría, pero cada vez menos comida. Mientras seguíamos bajando al valle, hablábamos para distraernos sobre el cocido que nos íbamos a comer hasta reventar cuando llegáramos a casa y las ganas de fumar por el mono a la fuerza que sufríamos. Llegó la noche tras recorrer una amplia vereda de arbustos y páramos. Buscamos de nuevo un hueco para dormir, aunque el problema era mayor, ya que nuestros calcetines habían acumulado sudor y humedad después de tantos días y temíamos más que nunca la congelación. Fue un error no llevar. calcetines de repuesto, cosa que sí hicimos con los guantes. Como en la noche anterior, dormimos abrazados y despertándonos cada hora para frotarnos los pies. Al principio nos poníamos un reloj con alarma para despertarnos. Después, el mismo frío lo hacía".
Cuarto y último día. "Los espaguetis y las mandarinas se terminaron con el desayuno. Sólo nos quedaba un trozo de pan para el resto del día. La ropa estaba muy húmeda y no teníamos con qué reponerla. Y el valle del Berbellido no se acababa nunca, pero no perdimos la esperanza y reanudamos la marcha. De pronto apareció en el cielo un helicóptero que nos sobrevoló dos veces sin vernos. Salimos corriendo hasta un descampado y empezamos a mover los brazos. Por la ropa llamativa que llevábamos creímos que nos localizarían rápidamente. Incluso creímos que nos habían visto, pero no fue así. A la media hora pasó otro helicóptero, éste de color rojo, al que también hicimos señas. También pensamos que nos había visto, porque dio la vuelta. Pero también se marchó. Desesperados, pensamos que eran unos cabrones y que los denunciaríamos en cuanto pudiéramos. Fue entonces cuando nos preocupamos realmente. Continuamos andando, y hacia las siete de la tarde, ya de noche, vimos unas casas. Se nos fueron todas las preocupaciones. Entramos en un pueblo que no sabíamos ni cómo se llamaba ni por dónde caía. 'Nos topamos con los bomberos de la Comunidad, que estaban en una de las calles del pueblo. Les dijimos: 'Hola, venimos de La Pinilla".
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