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Tribuna:
Tribuna
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Renfe

"Oiga, ¿salen trenes?", pregunto. "Depende", responde el hombre que está al cargo de la taquilla en la estación de Palencia. "El Talgo de Madrid, ¿va a salir?".- "Ah, sí. Ése, sí". Una grata sensación ablanda mis tensiones, hasta que una sospecha letal me hace preguntar, con un hilo de voz: "Pero, ¿llega?". "Sí, claro. Hasta Ávila". "¿Y qué hago yo en Ávila?". Se encoge de hombros. "Si quiere explicaciones, pase ahí dentro", me indica, con cierto recochineo, como si la tarada fuera yo por pedir que alguien me cuente qué pretende hacer conmigo el monopolio férreo, y quién intenta mandarme a Ávila sin pedir siquiera disculpas.Dentro, las cosas no mejoran. "Ha habido un descarrilamiento", dice el oráculo, apocalíptico en su traje azul. "Si yo fuera usted, esperaría hasta mañana para irme. Y por. carretera, ni pensarlo". "Cielos", tiemblo. "¿Cómo me enteraré de que se ha reanudado el servicio?". "Telefoneándonos". "Verá, eso es lo que he intentado hacer hoy, pero he tenido que venir porque siempre comunican". "¿Y yo qué culpa tengo?". "Comprendo que quien la tiene soy yo, por meter el dedo en los mismos dígitos que el resto de los culpables, pero, ¿qué presume? ¿Que acamparé en la estación y asaré salchichas hasta que a ustedes les dé la ventolera de informar?".

Abandoné el lugar en donde acababa de fallecer, asesinada, mi fe en la especie renfática, y me dediqué a parlamentar con un taxista para que me trajera a Madrid, en donde me esperaban trabajos urgentes que hacían imprescindible, aunque no menos doloroso, el desembolso. La carretera estaba estupenda y unos señores, en una gasolinera, me comentaron que no había descarrilamiento, sino una huelga camuflada.

Tal como nos tratan, me pregunto por qué la llamamos Renfe y no Indiferrenfe.

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