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Crítica:CANTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Invitación a la melodía

José van Dam (Bruselas, 1940) es un cantante con carisma. La cuidada planificación de su carrera, su aire de intelectual, la componente profesoral de sus intervenciones -intensificada, si cabe, por su participación como misterioso maestro de canto en la película El profesor de música, de Gérard Corbiau- hacen que su imagen trascienda del universo exclusivamente musical para convertirse en algo diferente, difícil de definir pero, en cualquier caso, de un fuerte atractivo cultural.Tiene en el momento actual una voz potente y oscura, con la que lucha para sacar a la superficie una línea melódica matizada y hasta cálida. En su incursión en el mundo alemán, a través de Brahms y Strauss, se vivió a cada instante esa tensión por moldear un fraseo riguroso y diáfano.

José van Dam

Piano: M. Pikulski. Obras de Brahms, Strauss, Fauré, Duparc y Ravel. Cuarto ciclo de Lied. Fundación Caja Madrid. Teatro de la Zarzuela. 26 de enero.

Ciñéndonos a Brahms, en canciones como Feldeinsamkeit, la continuidad se vio perjudicada por dificultades de regulación y fiato, pero, cuando la voz estaba ya caliente y la masa sonora controlada, la inteligencia del bajo-barítono belga hacía el resto y, así, interpretaciones como la de Von ewiger Liebe rozaron la perfección por su consistencia y solidez. Su Strauss fue globalmente más homogéneo, aunque la escasa separación estilística respecto a Brahms hizo que la monotonía hiciese acto de presencia en algunos momentos.

Identificación

El recital se desarrolló de forma mucho más convincente en el mundo de la mélodie francesa, entre otras razones por un fraseo más luminoso y una identificación más acusada. Se podría decir, con Luis Suñén, autor de un documentado texto en el programa de mano, que José van Dam subrayó la elegancia de Fauré, el sentimiento de Duparc y la inteligencia de Ravel.

Melodías como Invitación al viaje, de Duparc, o las de Don Quijote a Dulcinea, de Ravel, encontraron en la voz de Van Dam sus resonancias más evocadoras. Después de tanta exquisitez desde la sobriedad, el bajo-barítono consiguió la mayor ovación de la noche, en su segunda propina, con su única introducción en el mundo de la ópera, una personal versión de La calumnia, de Rossini, tan teatral como magníficamente dosificada. La compenetración entre cantante y pianista fue muy efectiva a lo largo de todo el recital.

Se llenó la sala: una buena noticia. Madrid ha consolidado, con solamente tres ciclos de lieder bien planificados, un público fiel para la canción culta con acompañamiento de piano. Es un público inquieto, cálido, interesado y entendido. ¿Un milagro? No. Simplemente, el resultado de las cosas bien hechas.

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