Horizonte de deflación
A pesar de lo que predican los hechiceros, la economía no se desenvuelve de forma natural en situaciones de equilibrio. Lo vemos ahora de nuevo: acostumbrados los Gobiernos, organismos internacionales, agentes sociales y ciudadanos a trabajar por una inflación reducida, aparecen indicios de la enfermedad opuesta: la deflación.La deflación -"lo peor", decía Keynes- es una situación caracterizada por la baja generalizada de los precios y una fuerte caída de la demanda. Robert Reich, antiguo secretario [ministro] de Trabajo de Clinton, describía hace unos días en un artículo en el Financial Times ("La deflación es él verdadero enemigo") los efectos de este fenómeno: "Una espiral deflacionista puede ser tan peligrosa como una inflacionaria. La caída de los precios reduce los., beneficios, estimulando recortes de plantilla y sueldos. Como consecuencia, los trabajadores tienen menos dinero para comprar bienes y servicios, lo que alimenta nuevamente el ciclo económico. En contraste con los periodos de fuerte demanda, caracterizados por bajo paro y sueldos crecientes, los periodos de demanda débil llevan a un mayor paro y a un descenso del nivel salarial. Un mayor endeudamiento, combinado con una más alta tasa de paro, puede desencadenar huelgas, cambios políticos y conflictos sociales violentos... La deflación ya ha comenzado".
No es seguro que estemos en esa coyuntura; hay muchos economistas que lo niegan. Lo cierto es que, al menos, operamos en una etapa intermedia de desinflación: la deflación es la caída de los precios; la desinflación, sólo una desaceleración en el crecimiento de los mismos. Lo cierto es que bastó que Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal -ese hombre que cada vez que habla conmueve los mercados-, mencionase el concepto de deflación a principios de año para que la hipótesis se abriese. Greenspan dijo que aunque la deflación todavía no puede temerse a corto plazo, debe tenerse en cuenta la estabilidad de precios en la que se encuentran las economías más importantes.
A partir de ese momento, el fantasma de la gran depresión de 1929, ejemplo arquetipo de situación deflacionista, ha ocupado numerosos comentarios de los analistas. El panorama global que permite deducir los problemas es el siguiente: crisis cambiaría e insolvencia bancaria en el sureste asiático (con la incógnita china plenamente vigente); descenso de los precios de las materias primas y, sobre todo, del petróleo (reducción de casi siete dólares por barril en menos de tres meses); caída de los precios de los productos que los países industrializados importan de Asia; paro creciente en la mayor economía de América Latina (Brasil, muy fragilizada por la crisis asiática) y reducción de los salarios reales en toda el área; escaso crecimiento y fuerte desempleo en Europa; la economía norteamericana en una situación excepcional de crecimiento sostenido, baja inflación y pleno empleo oficial, pero con las familias -alcanzando récords de endeudamiento (de cada dólar obtenido, más de 80 centavos se deben), etcétera.
Es en este marco en el que también están en discusión los planes del FMI para los tigres asiáticos, en el sentido de que su aplicación podría ahondar la recesión y, por tanto, nuevas caídas de la demanda. Tentación que hizo pública con preocupación el economista jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz ("Uno no quiere empujar a estos países a una grave recesión. Habría que concentrarse en las causas de la crisis, no en las que hacen más difícil lidiar con ellas").
Sin embargo, los economistas más optimistas entienden que no se va a cruzar el umbral de la desinflación, que el sistema se purgará con un efecto balsámico, y que la economía mundial, en este próximo período, experimentará un ciclo largo de crecimiento con baja inflación. La discusión está servida.
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