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Tribuna
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Economía abierta y cohesión, social

La gran cuestión que preocupa a todas las naciones desarrolladas es saber si es posible mantener la cohesión social y seguir estando expuestas al comercio mundial, a las inversiones extranjeras y a los rápidos cambios tecnológicos. ¿Estamos condenados a elegir entre dos modelos de capitalismo moderno? Es decir, ¿entre una economía abierta que engendra un crecimiento rápido y un número elevado de empleos pero también desigualdades crecientes en las rentas y en la riqueza y que impone a un tercio de la población salarios cada vez más bajos y mayor inseguridad, y una economía controlada que evita estos riesgos y mantiene la cohesión social pero a costa de un paro estructural importante, de aislamiento, de ineficacia y de un crecimiento lento?Considero que se trata de un falso debate en la medida en que ningún gobierno está capacitado para decretar que habrá más trabajo y mejores empleos. No basta con la intención, se necesitan cambios estructurales.

Los gobiernos tienen, de hecho, tres decisiones que tomar: hacer que las empresas sean más libres, la mano de obra más flexible y la política económica (fiscal y monetaria) más expansionista. Este es el auténtico desafío, pues los tres objetivos deben ser alcanzados simultáneamente, proeza que ninguna nación desarrollada ha logrado hasta la fecha.

En un extremo de la cadena se sitúa el "modelo americano". EE UU parece haber elegido implícitamente crear un gran número de empleos con la consecuencia de una desigualdad de los salarios y de las ventajas sociales, así como de un descenso del nivel de vida del tercio más desfavorecido de la población. No digo que esa decisión haya sido consciente o deliberada. Más bien es resultado de la legislación, de las instituciones y de las normas sociales que caracterizan desde hace tiempo a la economía americana, y de forma aún más pronunciada en los últimos años.

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Desde luego, Estados Unidos puede sentirse orgulloso de sus cifras de empleo, pero hay un reverso de la medalla. Desde hace 20 años, una gran parte de la población estadounidense sufre una ,congelación o una reducción de los salarios reales, si se tiene en cuenta la inflación .La disminución ha continuado para la mayoría de los trabajadores pese a la recuperación económica.En 1996, el salario medio real se situaba por debajo de su nivel de 1989, es decir de antes de la última recesión.Entre mediados de 1996 y de 1997 no aumentó más de un 0,3%,mientras que los salarios más bajos prosiguieron su caída. La proporción de estadounidenses que puede ser considerada pobre, según la definición y las estadísticas oficiales, es hoy superior a la de 1989.

La suerte del 10% de los trabajadores más desfavorecidos ha progresado un poco recientemente por dos razones temporales: se ha votado una ley sobre salario mínimo que mejora sus fines de mes y un mercado de trabajo muy tenso impone, en este momento de la recuperación, que haya que recurrir a las horas extraordinarias, lo que mejora sus ingresos. Al mismo tiempo, los salarios más altos, y aquellos que se les acercan, han conocido uno de los crecimientos más fuertes jamás registrados en este u otro país. El foso entre los salarios altos y bajos (el 10% entre la parte superior e inferior de la escala) ha aumentado hasta alcanzar un nivel récord desde la Segunda Guerra Mundial. Es la mayor diferencia de todos los países desarrollados.

En el otro extremo de la cadena empleo-equidad se sitúan buen número de países de la Europa occidental. La desigualdad de las remuneraciones y los subsidios es mucho menor que en Estados Unidos. Mientras que el 10% de los asalariados norteamericanos de la parte superior de la escala perciben, más o menos, cuatro veces y media lo que ganan el 10% de los peor pagados, el multiplicador es en Alemania únicamente un 2,3, y en Gran Bretaña y Francia se sitúa entre 3 y 3,5.

La expansión es un fenómeno temporal. Estados Unidos se beneficia por el momento de un crecimiento muy elevado que arrastra a buena parte de Europa. Pero las perturbaciones acaecidas en Asia, así como el creciente endeudamiento de los consumidores estadounidenses, permiten pensar que la vitalidad de esta fase del ciclo podría no durar mucho tiempo. ¡Atención! Si la economía se ralentiza en Estados Unidos puede frenarse también en Europa.

Siempre existirá una contradicción en querer más empleos y buscar más equidad social, pues estos dos objetivos no son totalmente compatibles. La cuestión práctica ,que se plantea es la de saber si existe una combinación política que pueda ayudar a las economías desarrolladas a progresar un poco más en una y otra vía. Se ha debatido mucho, en ambas orillas del Atlántico, sobre el concepto de "flexibilidad" económica, pero es importante comprender que el término tiene sentidos diferentes según se hable de la aptitud de las empresas para decidir la marcha de sus negocios o de los asalariados para aprovechar las oportunidades que se les presenten.

Hay otro aspecto más controvertido de la libertad de acción: la posibilidad que tienen los empleadores de contratar o despedir a discreción. Con demasiada frecuencia se ha atribuido a las rigideces del mercado de trabajo el débil crecimiento del empleo en Europa. Sin duda es difícil crear nuevos puestos cuando los empleadores temen, al contratar, verse obligados después a abonar costosos salarios inútiles. Hay que dar a las empresas más libertad para despedir a los asalariados que ya no necesitan o cuyo trabajo es poco eficaz.

Los empleadores también tienen necesidad de libertad en lo que se refiere a salarios y ventajas sociales, que deben estar en función del trabajo suministrado por cada uno. Está probado que las negociaciones colectivas centralizadas reducen las desigualdades, pero fijando los salarios de eventuales empleados a un nivel superior al valor que aportan a la empresa no animan a contratar. Una mayor descentralización en la fijación de los salarios animaría sin duda a crear empleos.

La flexibilidad de la mano de obra es el segundo elemento a tener en cuenta. La libertad de empresa por sí sola quizá cree empleos, pero no hará necesariamente progresar los ingresos. El objetivo de los poderes públicos no se limita a crear empleos. También es necesario que los trabajadores puedan vivir decentemente.

Una reducción del trabajo sinpérdida de salario equivale, evidentemente, a un aumento del salario-hora. Por muy legítima que sea esta política en el plano de la justicia, no hay que confundirla con la voluntad de aumentar la productividad (y por tanto el valor) de la mano de obra haciéndola más flexible. Las grandes dificultades que nos encontramos en el mercado de trabajo son debidas hoy a la insuficiencia de competencias en los sectores punta cuando y donde se necesita. Una mano de obra flexible implica, ante todo y sobre todo, que se le procure una enseñanza primaria y secundaria de calidad, una formación técnica y un aprendizaje con posibilidades de evolución.

Finalmente, la reforma del sistema social debe entenderse como un medio de hacer la mano de obra más flexible. Que el desembolso de las prestaciones cese con la vuelta al trabajo puede desanimar al parado a la búsqueda de trabajo; pero suprimirlas totalmente significaría imponer un sufrimiento inútil a los que no tienen capacidad de trabajar. Sería mejor conceder un subsidio mínimo a los parados y dar a los que trabajan con salarios bajos unos complementos salariales que disminuirían en proporción al aumento de los sueldos. Este "impuesto negativo" se ha experimentado, sin gran éxito, en Estados Unidos.

Una acción económica expansionista es el tercer aspecto de esta política, pero es rara hoy en día. Por temor a que se acelere la inflación, los bancos centrales de las naciones desarrolladas y los inversores internacionales que están detrás de ellos, que son los que fijan los tipos de interés a largo plazo, han empujado a los gobiernos al constreñimiento fiscal y a la prudencia monetaria. En Estados Unidos, la Reserva Federal se ha abstenido de aumentar los tipos de interés, pero los tipos reales han subido porque la inflación bajaba. En Europa, el Bundesbank ha aumentado sus tipos de interés, obligando al Banco de Inglaterra a seguirle. Y, a un lado y otro del Atlántico, los gobiernos intentan reducir sus déficit presupuestarios. La inflación constituye, sin duda, un peligro real que, en caso de aceleramiento, podría reducir el estímulo al ahorro y a la inversión privados, paralizando así la creación de empleos. Pero, sin una política económica enfocada a la expansión, el empleo se encuentra también en punto muerto.

Le Monde-El PAÍS.

Robert B. Reich, profesor en la Universidad de Brandeis (Massachusetts), fue secretario de Trabajo de EE UU de 1993 a 1996.

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