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El miedo, factor de movilización

¿Han venido para quedarse, estas asociaciones de parados franceses que sin beneplácito sindical alguno, antes al contrario, han amargado el estreno del año al Gobierno socialista? Aunque nadie se aventura a dar una respuesta definitiva, el fenómeno de estos grupos emergentes que han hecho aflorar un malestar profundo y soterrado invita a pensar que lo ocurrido en Francia a lo largo de la pasada semana no es sólo un grito de angustia o el fruto de una hábil maniobra de los desengañados del sindicalismo clásico. Si el paro es estructural en las sociedades contemporáneas, parece lógico que los parados terminen organizándose también como un grupo específico de presión.No por casualidad, estos miles de hombres y mujeres que se han movilizado, a veces llevando consigo a sus hijos, han elegido como escenario preferente de sus ocupaciones los locales de las oficinas de desempleo que gestionan paritariamente los sindicatos y la patronal. Francia es un país obsesionado por el paro, pese a que, desde la perspectiva española, podría decirse que sólo tiene un índice de desempleo del 12,5%. El fantasma del paro -la realidad del desempleo y el miedo generalizado a engrosar sus filas-, mina permanentemente la confianza de los franceses en sus propias fuerzas, en la capacidad de su omnipresente Estado.

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Ese miedo es la clave que explica los bruscos giros electorales, la vara con que los ciudadanos miden la labor de sus gobernantes, con que castigan regularmente la impotencia de los sucesivos gobiernos. Muchos franceses no terminan de entender cómo la cuarta potencia económica mundial es incapaz de garantizar una vida digna a la totalidad de la población. Es ese miedo masivo lo que explica el amplio apoyo de la opinión pública a las recientes movilizaciones, lo que explica el éxito de unos asociaciones cuya representatividad sigue siendo una incógnita, lo que ha obligado a Lionel Jospin a recibirles en su despacho de Matignon.

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